domingo, 23 de enero de 2022

Reflexiones sobre la guerra y la inoperancia del lema No a la Guerra

 Suenan tambores de guerra en el mundo. Las potencias afilan sus armas y todo pende de un hilo. Esto es algo que venía fraguándose hace ya unos años, la tormenta de fuego se escuchaba en la lejanía, pero ahora está muy próxima, dentro de las fronteras europeas, continente que se imaginaba ser un fortín, ajeno a los aconteceres sangrientos de otras zonas del mundo, con una población que camina ciega y zombificada, especialmente la nuestra, la española.

Ya nadie puede dudar de lo que desde hace años se escribió en este blog: estamos en una evidente Guerra Fría, con tres superpotencias militares, en vez de con dos, si se quiere con mayores incógnitas en relación a que bando se adscribirían determinados países. Emerge nuevamente una consigna de la Guerra de Irak; el No a la Guerra. En principio no habría nada que objetar contra esto, pero si nos negamos a quedarnos en la superficie, las consignas al viento quedan en nada.

Me explico: la posibilidad de tener alguna opción, pequeña, de frenar la matanza global que se masca ya en el ambiente no es con lemas. Es con un movimiento global, universalista o internacionalista, usen la palabra que prefieran, con un proyecto independiente y autónomo de los dos bloques. Que elabore una línea clara, con determinación y audacia, con sus estrategias. Que tenga claro que el enemigo no es sólo la clase dirigente del otro bloque, sino sus propias clases dirigentes, que si llega el caso no dudarán en llevarles al matadero-movilizando también a las mujeres, por cierto, pues el objetivo final del feminismo institucional es ese-, mientras ellos y ellas se ponen a resguardo.

Este nueve movimiento, que llamaré "joviejo", uniría lo positivo del primigenio internacionalismo proletario, con los nuevos actores, como parados y precariado, sin exclusión por supuesto de estudiantes y amas de casa. Tendría que regirse por el principio federal o confederal mundial, abandonando las modas y mitologías nacionalistas y localistas-que no implica despreciar lo local, sino dotarse de la misma mirada estratégica que las distintas élites en pugna-. 

La nueva fuerza universal revolucionaria requiere que desarrolle su cultura propia, su filosofía moral y espiritual-no confundir con una religión- que le dotaría de un poderío y de un espíritu fraternal y solidario sólido y que trascienda fronteras. Su meta sería algo parecido a una República Comunal Universal, que luche contra la concentración del poder y la riqueza, por el desmantelamiento de los Estados nación y los ejércitos permanentes. Contra el Leviatán, en una palabra.



Se debería rechazar cualquier dirección de partidos políticos, o de la trampa del partido disfrazado de no partido, al estilo de la engañifa de la que es portavoz, hoy, Yolanda Díaz. Los partidos políticos son algo a superar. Hay que ser conscientes de que no contamos con el sindicalismo, que no va a morder la mano que le da de comer, ni tampoco con el sindicalismo revolucionario o anarcosindicalismo, fuerzas testimoniales de épocas pretéritas.

Debe ser la propia sociedad, la propia clase obrera la que desarrolle sus organismos de base, llámense como se llamen. Con pleno respeto a la libertad individual y a las creencias o prácticas religiosas.

Es evidente que el lema del No a la Guerra no cubre nada de esto. No enarbola un proyecto propio, y, por tanto, admitiendo la buena intención, sería fácil víctima de la manipulación partidista, e incluso de la absorción por los sectores prorrusos o prochinos, bando aún peor que el occidental.

El ruido de tanques no se puede frenar con consignas buenistas, ni con simples manifestaciones. Se requiere mucho más. Pero el gran problemas es que, como he mencionado al principio, una población sumida en la telebasura y en debates de tercera, es sumamente difícil que despierte su conciencia y elabore un programa modesto de sociedad autónoma global, que, además, requiere unos años de maduración. En ese aspecto soy pesimista y me temo que iremos al matadero, o, con suerte, seguiremos siendo muñecos manejados fácilmente.