Una de las armas de los sistemas de poder para oprimirnos a
las multitudes mudas de súbditos a lo largo y ancho del mundo es el uso de la
tecnología moderna. Desde Internet a los móviles que van sumando progresivos
avances, las personas pueden ser fácilmente controlables, desde su localización
a su manera de pensar o vivir.
Los aspectos más íntimos son o pueden ser objeto de
escrutinio por parte de las autoridades estatales, que, llegado el caso,
podrían desencadenar una oleada represiva de una magnitud sólo equiparable a la
de los viejos despotismos totalitarios azules, pardos y rojos. Las noticias de
los últimos tiempos sobre el espionaje a través de Internet de los EEUU así
como de otros gobiernos, es la prueba de ello.
También es verdad que algunas dictaduras controlan el acceso
a Internet, pues la tecnología moderna es, curiosamente, un arma de doble filo.
Permite a la gente expresar sus ideas, incluyendo las que pueden ser contrarias
al régimen, a la vez que facilita el control. Probablemente, en el futuro, los
poderes inteligentes irán eliminando sus temores al acceso a sus siervos a
redes sociales de distinto pelaje, pues bien mirado el peligro para los
poderosos es escaso, más allá de las pataletas y rabietas que los ciudadanos
afectados por la crisis puedan manifestar en Facebook u otros lugares. Casi
todo queda en lamentos por la pérdida de calidad de vida y la corrupción,
descubierta de golpe y porrazo, como si antes, cuando se vivía como nuevos
ricos, importase en mucha menor medida.
Sin embargo hay un aspecto problemático de la tecnología
actual que va más allá del dilema libertad-opresión, y es el de
comunicación-soledad.
Algunos de los pensadores que apreciamos, más allá de
algunas diferencias, como Félix Rodrigo Mora, sostienen la creciente soledad de
los hombres y mujeres contemporáneos, y ven en ello un grave peligro. No
obstante, aunque se puede discutir sobre el grado de comunicación favorecido
por las redes sociales, si es un tipo de comunicación profunda y que pueda
favorecer la tan necesaria reconstrucción del tejido social comunitario, o si
se trata de un tipo de comunicación rápida y banal, de mera distracción, que en
nada va a servir a un verdadero proyecto de reconstrucción humana-nosotros nos
inclinamos más por la segunda opción, pero con dudas y sin condenar el uso de
estas tecnologías, a las que casi nadie, empezando por quien esto escribe,
puede escapar. Es decir reconociendo algunos elementos positivos- creemos que
hay una amenaza más seria en el uso generalizado de estos avances técnicos.
Y es, precisamente, el de la destrucción del aspecto
positivo de la soledad. Es decir, la necesidad de un tiempo de aislamiento para
reflexionar, para meditar sobre los problemas personales y colectivos, sobre el
sentido de la vida o sobre cualquier aspecto, importante o nimio que nos
preocupe, que nos inquiete.
Enganchados y absorbidos cada vez más y más tiempo, desde
que nos levantamos hasta que nos acostamos a las luces de las pantallas, a los mensajes
o mails de los móviles, ese tiempo imprescindible de absoluta soledad se va
destruyendo y con él el pensamiento autónomo, clave para una sociedad libre.
El final lógico de esta historia será el de una masa
manejada cual rebaño gracias las distracciones y entretenimientos continuos de
los cachivaches tecnológicos que llegarán a todos lados, desde los personales,
hasta los que se instalen en metros, trenes, autobuses, tiendas…Entretenidos y
distraídos por un ruido continuo, la humanidad tiene grandes probabilidades de
despeñarse por el triunfo del no pensamiento.
Entonces la infrahumanidad tecnologizada, prevista por
algunos, habrá triunfado y no seremos más que hojarasca caída de los árboles,
que el viento mueve de un lado a otro a su capricho. Cualquier proyecto de
ingeniería social, por descabellado que pueda aún resultarnos, podrá aplicarse,
siempre que se satisfaga a la población su necesidad de nuevos y sorprendentes
aparatos tecnológicos que permitan pasar el tiempo evadiéndonos de los problemas,
de las grandes o pequeñas preguntas, de las grandes o pequeñas dudas.
Siempre que se permita a la gente poder evadirse de la
terrible y desgarradora soledad, aquella que nos enfrenta a nuestros demonios
interiores, aquellas que nos tortura, pero aquella que, en dosis adecuada, nos
hace humanos.