La muerte de varias chicas en una macrofiesta la
noche de Haloween en el Madrid Arena, una instalación del Consistorio ha
abierto un debate con una doble vertiente.
Por un lado, se critican los fallos en los controles
de seguridad y acceso al recinto, haciendo hincapié en la posibilidad de que se
superara ampliamente el aforo.
Por otro algunos comentaristas se centran se centran
en el tema moral, criticando bien la atracción por las multitudes o la
educación recibida por los jóvenes, bien a los mismos jóvenes o introduciendo
comentarios acerca del consumo de alcohol y drogas.
Para nosotros ambas vertientes van unidas, pues es
evidente que en una sociedad de consumo, donde el dinero y el beneficio son
valores fundamentales, unas buenas medidas de seguridad y un control de aforo
puede hacer disminuir el número de euros de recaudación final.
Por otra parte es muy claro que el tipo de ocio
ideal en la sociedad capitalista es en mayor o menor medida el de Madrid Arena.
Es decir un ocio pasivo, dirigido, donde centenares de personas se limiten a
bailar, escuchar música y beber, sin ser partícipes en nada sino masa dócil a
lo que los poderes determinen que debe hacerse en el tiempo libre.
Es importante entender lo que supone la esencia del
capitalismo-como la del socialismo en la práctica-, que no es sólo, ni
muchísimo menos, un régimen de explotación económica, sino un sistema de
embrutecimiento basado en la destrucción de las capacidades reflexivas,
comunicativas , cooperativas y participativas, para lograr implantar sociedades
donde la fundamental sean las actividades que impliquen gasto económico,
hedonismo y entretenimiento vacío, importando modas burdas y ajenas a nuestra
cultura como Hallowen, pues todo es susceptible de negocio.
Esto implica la necesidad de crear una cultura
juvenil basada en el pub, la discoteca o el botellón, que limitan el espíritu
rebelde o contestatario que pudiera manifestarse en la juventud, haciéndoles
caer en los disvalores de la sociedad de consumo, aquella en la que somos
esclavos de las cosas y, a través de ellas de las personas que crean y manejan
esas “cosas”, esencialmente el dinero, pero también cualquier otro cachivache
que interese generalizar para mejor ir destruyendo la libertad.
Para ir terminando no debemos de olvidar la doble
moral que generan estos trágicos acontecimientos. Tenemos, por un lado,
declaraciones de políticos como Ana Botella, manifestándose partidaria de
acabar con tales fiestas, ocultando los negocios que realizan los Ayuntamientos
con las Empresas organizadoras de tales actos. Y tampoco faltan los
tertulianos, columnistas y adultos que caen en la fácil crítica de la tan
manida juventud sin valores. Y si es cierto que no debemos caer en el
victimismo, y que los jóvenes tienen-tenemos- una responsabilidad en no aceptar
los valores que quieren que abracemos, no es menos cierto que esos valores son
apoyados e inculcados a los niños y jóvenes por la mayoría de las personas o
colectivos anteriormente citados, sin distinción ideológica-la izquierda, que
ha gobernado muchos años, ha contribuido como el que más a la expansión del
relativismo, el todo vale, la irresponsabilidad y el culto al placer-. Pero que
cuando suceden hechos como el de Madrid Arena, con muertos por en medio,
parecen salir de su conformismo, de su aceptación del régimen existente,
adoptando una postura supuestamente crítica.
Sin embargo, su doble moral no es más que reflejo de
un discurso que llama a la integración juvenil en la barbarie existente pero
siempre que mantengan las formas, que eviten excesos que puedan provocar dolor
y preocupación en sus mayores.
Jóvenes, disfruten y despreocúpense, no se coman la
cabeza pensando en cómo nos engañan y dominan, en cómo resistir y plantear
alternativas, pero háganlo sin excesos. Esa parece ser su consigna, la de los
bienpensantes conservadores y progresistas, creyentes y laicos.
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