domingo, 27 de febrero de 2022

Un hueco en la luz tenue de la infancia

 Murió el viernes noche. Me desplazo por la bruma del tiempo a la luz, ya tenue, de mi infancia. Voces, gritos, sudando cual fuentes vivientes, atormentados por el feroz sol de julio, corriendo detrás de un balón, sedientos como exploradores perdidos en un desierto, soñando con alcanzar un grifo de agua y tragar hasta no poder más.

No importaba. Nada importa en la infancia, donde la energía es inextinguible, donde el cansancio parecer no existir, antes de que los agobios, los tormentos y autoflagelamientos mentales, la sensación de fracaso y miedo, cual animal acorralado, la búsqueda de cosas inalcanzables, de buscar dinero sea como sea para sobrevivir, se depositen en nuestro interior, trayendo el infierno a la vida, pues el infierno somos nosotros, mora en nuestro interior, abrasando con sus llamas el día a día.

Pero la niñez está dotada de una luminiscencia especial, protectora .De una luz que desprende olores: a bocadillo de nocilla o de chorizo. A los olores del parque, a ese olor especial, indescriptible, del verano .A esos nervios agradables del crío que espera recibir la orden de que ya puede bajar a jugar a la calle, pero también esa otra, más nefasta, de las tardes de piscina de : ¡Niños, nada de bañarse hasta que pasen dos horas de digestión!.

También veo a través de un relámpago los crepúsculos y noches de bochorno, de ventanas abiertas, de calor sofocante, con los insectos revoloteando alrededor de las lamparas callejeras. Y el refrescar de las noches tormentosas.



Recuerdo todo esto y veo a Paquito. Uno de esos grandes amigos de infancia y vecino. Al que he visto durante toda la vida, pero, como de costumbre, se separan los caminos en la adolescencia. Ahora me arrepiento, sueño con que la amistad, la camaradería de infantes, se mantuvo toda la vida.

Pero no, no cuidamos a quienes nos rodean, y sólo cuando desaparecen somos conscientes del fallo, del error cometido, ya sin solución.

Su partida, injusta, siendo tan joven, ha abierto un hueco en la luz tenue y cálida de la infancia. Con su despedida parte de la infancia se marcha con él hacia el gran Enigma, el de si habrá o no reencuentro y abrazo.

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