Señora de rojo sobre fondo gris se sumerge en el profundo dolor, en el vacío, en el tener que enfrentarse a solas al miedo, a los peligros que envuelven a una vida que pierde a su mitad, a esa mano amorosa, a ese rostro, esa voz que durante décadas meció el transcurrir de la existencia de un pintor cuyas musas se evaporan por semejante pérdida.
Estamos ante una obra que rezuma melancolía, nostalgia y una profunda humanidad, esa humanidad que brota, especialmente, cuando los pinchos hirientes del existir desgarran las carnes de los seres humanos, dejando marcas persistentes y sangrantes, que solo el paso del tiempo logran cicatrizar parcialmente, pues basta un rayo de recuerdo, una mirada de una vieja foto para que la herida vuelva a abrirse, encogiendo el alma en un dolor sin centro, donde todo resulta ser emanaciones del ser añorado, ya silencioso para toda la eternidad.
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