Es habitual hablar de la educación como motor de cambio en positivo en las diferentes sociedades y países. Se considera un elemento de progreso y avance importantísimo.
Sin embargo poca gente se plantea si la educación, no sólo la escolar y universitaria, sino la familiar y social, contiene elementos negativos, y lo que sería necesario es iniciar un proceso individual y colectivo de parcial deseducación.
No se trata de que no haya que estudiar, ni de condenar el aprendizaje teórico, el ejercicio memorístico, que tiene su utilidad y su importancia. Pero si se trata de confirmar y aceptar que las sociedades escolarizadas han llegado a un punto de no retorno, no dan más de sí, y no sólo eso, sino que estamos asistiendo a un desmoronamiento psicosocial, que ya hemos comentado en otros textos, así como a un hundimiento del pensamiento creador y transformador; todo son menudencias y reformismos de tres al cuarto sin futuro.
El ideal de que cuanto más estudies más éxito tendrás en la vida y más ascenderás ya ha quebrado. Y aquí encontramos el primer elemento en el que deseducarnos. La idea del ascensor social en base a la educación no favorece el verdadero amor al conocimiento. El conocimiento debe amarse por sí mismo, sin ningún contenido utilitario, como una forma de dar pequeños pasos al desciframiento de los enigmas de la vida y de todo lo que nos rodea, que jamás se descubrirán plenamente. Pero también empezar por conocerse a uno mismo, incluyendo nuestras sombras y oscuridades.
Por eso sería esencial iniciar un camino de descenso hacia nuestro interior, nuestras profundidades, para llegar a nuestro verdadero yo, saber quienes somos y qué queremos realmente. De esa manera se destruirían muchas ideas preconcebidas sobre lo que se supone que ha de ser nuestra vida, nuestros objetivos y metas. Y posiblemente podríamos sanar nuestras heridas internas y externas más fácilmente.
Hablamos mucho de felicidad, como nuestro gran sueño, y sin embargo hemos creado un sistema educativo y social que fomenta la infelicidad. Si comprendiéramos que es mejor estar en lo bajo, que ahí vives más libre, con menos molestias, con las preocupaciones mínimas, desapercibido, dando y recibiendo sin pedir nada a cambio, sintiendo el entrelazamiento con los otros, la naturaleza y el cosmos, sabiéndote un proletario, no un miembro de esa hipotética clase media, centrándonos en la meditación y contemplación de lo que nos rodea, en vez de anhelar tener y poseer, estar en las alturas, se derrumbaría el edificio monstruoso que hemos levantado, lo que no excluye en un segundo momento la necesidad de una acción que destruya definitivamente la edificación.
Necesitamos, por tanto, deseducarnos de la parte negativa recibida por familias e instituciones, así como pasar de largo por la presión social. Busquemos el último lugar, lo que no implica no aprender, sino dar un sentido radicalmente diferente al aprendizaje .Busquemos la riqueza espiritual, el Reino de Dios, el apoyo y guía de este, aceptemos nuestras debilidades e imperfecciones, que no podemos todo, y lo demás se nos dará por añadidura.
Desde este humilde blog vaya mi elogio a la deseducación, a su necesidad perentoria.
No hay comentarios:
Publicar un comentario