Si queremos rastrear y averiguar el porqué de la novedad totalitaria del mundo contemporáneo, más allá de las ideologías en las que se sostuvo el totalitarismo clásico, versión comunista o nazifascista, y el porqué de su vinculación a la modernidad, debemos excavar para detectar qué raíz o raíces permitieron su nacimiento, y su permanencia bajo cierto cambios.
En mi opinión uno de esos factores escasamente analizados es el materialismo, materialismo entendido en su sentido vulgar, como el ascenso paulatino de una sociedad, impulsada y adoctrinada por las nuevas clases dirigentes que fueron sustituyendo al llamado feudalismo-que en algunos sitios, como la Península Ibérica, no existió realmente-, de los valores mercantilistas, de acumulación de capital, de la riqueza material como señal de estatus, de superioridad, de triunfo vital, y junto a eso la expansión del Poder, o de los Poderes, entendido como estructuras verticales capaces de moldear a los individuos, hacerles pensar de determinadas maneras e imponer unas formas de vida artificiales, coactivas e inhumanas, es decir neoesclavistas, como si eso fuero no solo lo natural, sino lo que nos hace libres.
Las viejas religiones, sus creencias, sus mitos, la fe ciega en la que se sostenían fueron reduciendo su peso e influencia, lo que de entrada no era malo, pero no fueron sustituidas por la espiritualidad, la búsqueda individual y/o colectiva de un sentido elevado de la existencia, de una búsqueda libre de la divinidad, de un nuevo sentido trascendente, sino que su lugar lo fue conquistando un sentido vital centrado en los valores materialistas ya citados, ocupando el lugar de las religiones otras como el mito del Progreso lineal y eterno-visión laica y cutre de la eternidad divina-, la ciencia o la tecnociencia, la principal religión laica en la modernidad, de la que aún se espera, pese a todos los desastres creados y por crear, que preparó y sigue preparando, el remedio, la salvación de nuestros males, la liberación de la muerte, la enfermedad y el dolor. Y, hasta no hace mucho, ya en declive, las ideologías políticas.
Los valores que nos hacían humanos fueron disolviéndose, tales como la belleza, la búsqueda de la verdad, o la libertad, siendo sustituida esta última por unas libertades de mentirijillas, o hedonistas: somos libres porque podemos ir de juerga, o viajar-esto último, claro, si se tiene dinero-, aunque nuestras existencias sean de la cuna a la tumba la de presos y esclavos, dirigidos por las instituciones, que vamos pasando de sistema carcelario a sistema carcelario, hasta morir solos en alguna residencia.
La modernidad, lejos de todas las propagandas trompeteras que la presentan como la era del progreso y las libertades humanas no deja de ser un movimiento totalitario, o mejor dicho hoy criptototalitario -pues de momento ,el palo, el terror y el campo de concentración parecen pertenecer a métodos pasados-, un movimiento de control creciente de la población a todos los niveles, de perfeccionamiento gracias a la tecnociencia, especialmente la digital, que ha permitido dar un salto adelante a los aparatos de dominación del hombre por el hombre, así como de explotación de las mercancías humanas.
Derrotado el materialismo marxista, queda el capitalista, el más exitoso, el que entra de lleno en ese criptototalitarismo que pasa desapercibido para la mayoría, el que intenta seducir con sus luces de neón y su música ambiental de centro comercial o supermercado, pero que conforme avance su crisis, su colapso, su proceso de descomposición en marcha, como podemos ver en nuestro día a día-cada vez somos más pobres-, irá haciéndose menos "cripto", y más totalitario descarnado.
De un tiempo a esta parte, la modernidad del capitalismo decadente ha dado un paso más. Ese paso más es el llamado transhumanismo, que considera, conforme a esa nueva religión mecánica, nuclear y química en la que se ha convertido la tecnociencia, que hay que superar los límites y miserias humanas a través de nuestra fusión literal con la tecnología, nuestra conversión en hombres máquinas, lo más parecido a dioses, según sus adeptos.
Esto, que algunos de buena fe consideran un delirio, es el desarrollo natural de la modernidad materialista. Si no hay trascendencia, somos sólo pura materia, a lo sumo átomos pululantes, ¿por qué no considerar que se nos puede manipular y modelar cual figuras de cera o plastilina?. Somos, siguiendo la lógica materialista, ¿diferentes del resto de animales?. ¿Por qué no lograr nuestra domesticación total, presentando tal política como nuestra superación, como una nueva especie libre de sufrimiento, pero no a través de los ejercicios filosóficos, o espirituales, del esfuerzo sin fin, sino mediante las innovaciones científicas, tales como la inteligencia artificial, los chips, la modificación genética o un largo etcétera?.
La robotización, la mecanización del ser humano, su conversión en poshumano, una especie de nuevo ser, en realidad por debajo de los llamados seres irracionales, pues puede llegar a perder hasta sus emociones y ser movido y guiado a distancia, al menos a nivel mental, es la meta final de la religión del Progreso, de la Modernidad.
Que esto no es un delirio, que no es asunto de risa, como cuando se debate con algunas personas, puede leerse en algunas noticias aparecidas recientemente, donde ya se nos prepara para ello, y para que lo aceptemos con naturalidad, si bien reconociendo que podría generar una nueva división de clases, la que quienes logren los implantes que aparentemente les convertirán en "superhumanos", y los que no, por falta de medios.
En realidad lo más probable es que de la sociedad de clases, aún encubierta por el mito de la clase media, del ciudadano, dé paso a una sociedad de castas, con una separación muy rígida entre unos y otros.
Más allá de todo ello hay factores que favorecen que el proyecto transhumanista triunfe, como la práctica desaparición del pensamiento crítico, sustituido, a nivel de todas las izquierdas, por una mezcla de capitalismo hedonista- el mito de los buenos amos que nos van a pagar más, tratar mejor y permitir que disfrutemos de más placeres- pero también de transhumanismo de género, aquello de niñes, chiques y demás discursos vinculados a la nefasta teoría queer en, por ejemplo, los restos moribundos de pensamiento y organizaciones antaño subversivas-anarquistas y demás-. Transhumanistas pues tales ideas reflejan una idea de libertad ultracapitalista por un lado-yo soy lo que deseo una tarde, aunque sea el deseo de ser, por ejemplo, un perro, un gato o una lechuza- y por otra una demolición de la naturaleza humana, de la masculinidad y feminidad, lo cual prepara el camino para nuestra demolición como siempre hemos sido, para generar esa monstruosidad aséptica y de laboratorio llamada poshumano.
Absorbidos por las pantallas, ya estamos iniciando la era transhumana, aún de manera tosca e insegura, pero sirvan tales noticias que empiezan a extenderse de recordatorio del segundo abismo que se abre a nuestros pies, el de la poshumanidad, junto con el apocalipsis nuclear. Vivimos un tiempo sombrío, las cosas se están tornando muy oscuras para la humanidad, pero no necesitamos inteligencia para detectarlas y revertirlas, solo lucidez.
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