Periodista y escritor uruguayo, Raúl Zibechi escribió un ensayo titulado Dispersar el Poder. Los movimientos como poderes
antiestatales, que, si bien es de 2007 , y analiza unos hechos acaecidos en
Bolivia, no dejan de ser actuales y a la vez históricos .
El libro parte de unos sucesos del año 2003, cuando miles de
hombres y mujeres aymaras se insurreccionaron contra el Estado boliviano en El
Alto, pero no a través de uno o varios partidos, o incluso organizaciones
paraestatales, sino a través de instituciones y organizaciones propias,
horizontales, dirigidas por los propios vecinos, que, podemos decir ,crearon
gobiernos comunales o barriales superando y suplantando los organismos
estatales, incluso las mismas Juntas Vecinales. El poder, por tanto, durante
unas semanas no se separó de las mismas comunidades barriales, y no hubo dirección
centralizada, lo que el autor denomina un fenómeno de dispersión del poder.
Raúl repasa
la historia de los asentamientos aymaras en la ciudad, su progresiva unión, o
comunalización, iniciada por las protestas comunes para lograr mejoras en los
servicios, para combatir los peligros, como los robos, y que luego se fueron
profundizando con la llegada de sectores más instruidos, como los mineros, con
sus formas de lucha y otros factores que lograron, sumados a las tradiciones
aymaras, el trabajo colectivo y dar forma poco a poco a lo que podemos llamar
una contrasociedad, o sociedad paralela a la estatal y capitalista- con sus
poderes verticales y representativos-, si bien con épocas de cooptación y atracción por siglas políticas.
En otro aspecto, resulta esencial para comprender el
carácter no dirigista de las protestas de 2003 y entender el éxito en la
dispersión del poder el hecho de que los aymaras impulsaban la creación de
unidades vecinales de menos de mil vecinos, lo que favorecía la solidaridad, el
sentimiento comunitario, la democracia directa, las relaciones sociales cara a
cara y una propiedad colectiva con usufructo privado.
Por otra parte también la estrategia militar es diferente, y
es lo que permitió derrotar la
maquinaria estatal-militar. Esta táctica de guerra comunitaria es la
indivisión, que no separa a las partes en funciones, sino que cada parte puede
realizar todas las funciones, por lo que el cuerpo indiviso no se desmorona si
una es destruída. No había centralización, y cada barrio tomaba sus decisiones,
siendo el ejército indio democrático, eligiendo a sus comandantes de manera
rotativa, escogiéndolos por mérito, pero no de por vida.
No excluye Zibechi la crítica a los pobladores aymara de El
Alto, especialmente en el tema de la justicia, diferenciando entre justicia
comunitaria y justicia alteña. La justicia comunitaria tradicional de los
aymaras no busca tanto el castigo como la integración del infractor en la
comunidad, la superación de los conflictos para mantener la comunidad lo más
unida posible, siendo muy extraña la condena a muerte. Pero en la ciudad, ante
una justicia estatal ausente y una policía inexistente o coaligada con la
delincuencia, prima la violencia y la venganza o el actuar por su cuenta contra los ladrones por parte de
los indígenas, algo a superar.
El libro toca otros temas también interesantes, como el
intento de atraer a las poblaciones indígenas con la trampa del Estado
multicultural, entre otras .Pero lo más importante del texto es que nos indica
el camino a seguir para lograr una nueva sociedad, sociedad que supere el poder
del Estado y el capital sobre nuestras vidas.
Y ese camino, que une tradición y novedad, es de la
reconstrucción de la comunidad. Allí donde hay comunidades que no se han
destruido completamente tras el anzuelo del progreso tecnoburocrático, es decir
donde subsiste la solidaridad, el apoyo mutuo, el trabajo comunitario, la
familia extensa, el sentimiento vecinal…como algunos pueblos indígenas, hay
posibilidades de construir algo nuevo, ejemplo de ello son, a parte de estos
indígenas bolivianos, las Juntas de Buen Gobierno de los zapatistas en Méjico o
los comuneros de Cherán en el mismo país frente a la otra tendencia, la del
populismo latinoamericano de los chavistas, krichneristas, seguidores de
Morales o de Correa, todos ellos impulsores de las fuerzas capitalistas y
estatales en sus países, con peor o mejor fortuna.
Más difícil lo tenemos en nuestras sociedades occidentales. Convertidos
en muchedumbre, populacho o enjambre digitalizado, corriendo tras novedades,
sin más objetivos que los monetarios y materiales, pidiendo que nuevos poderes
verticales, partidos o Líderes nos salven, destruidos o casi destruidos los
restos de nuestra antigua estructura comunal, como el Concejo abierto en la
Península o las Ciudades libres en otros lugares, la situación es desesperada.
El 15M fue un resurgir de algo parecido a eso, pero se
eclipsó muy velozmente ante la inexistencia de una tradición comunitaria o autogestionaria actual en nuestro país. No obstante, quienes aún crean en un cambio
revolucionario verdadero, deben centrar sus esfuerzos en la creación de
comunidades basadas en individuos conscientes, con fuertes lazos entre ellos y dispersando el poder.
Lo demás es seguir con lo mismo remozado y ya sin poder repartir apenas migajas o subsidios entre la población ante la crisis múltiple que nos azota.
Acabo de añadir el caso de los aymaras a mi post "¿Es posible la anarquía?", y estoy pendente de añadir el de los zapatistas. Gracias por sacar a la luz ambos ejemplos (el de Cherán, por cierto, ya lo añadí gracias a otro post tuyo, je...).
ResponderEliminarUn abrazo y a seguir bien!
Gracias Hugo, ¡paso a leerte!.
EliminarUn abrazo