Tras la caída del Muro de Berlín pareció abrirse en el Mundo
la posibilidad de un nuevo entendimiento, de una era de mayor paz y desarme. La
guerra fría y el equilibrio del terror parecían haber quedado en el desván de
los malos recuerdos, como algo ya superado.
Pero veinticinco años después, hemos vuelto al punto de
partida, con las principales potencias enfrentadas y nuevos actores que
difunden la guerra y el terror.
¿Por qué esta regresión, era o no inevitable, que nos ha
hecho volver al punto de origen?. En realidad, si no queremos quedarnos en la
superficie ,deberíamos intentar acercarnos a las causas profundas del clima
prebélico en el que está instalado el mundo actual, como el de hace unas décadas
y esbozar algunas posibles salidas a la preocupante y agobiante situación.
En cuanto al porqué, pensamos que un mundo o civilización
basado en los valores de la competencia, del dominio, del lucro, del
crecimiento ilimitado en lo económico y lo tecnológico separado de la
centralidad que debería tener el bien común en el llamado progreso, es un mundo
condenado a la guerra y al enfrentamiento.
El sistema socioeconómico y político es el gran veneno que
desgarra a la humanidad, junto con los “valores” que éste arrastra, y mientras
tal Orden permanezca viviremos al borde del precipicio, a un paso de
precipitarnos en una nueva Guerra Mundial.
Los peligros acechan en diferentes partes del mundo,
especialmente en Oriente Próximo, donde se combate sin cesar, unos contra
otros, países islámicos entre ellos, algunos contra Israel y finalmente guerras
civiles como Siria y Libia junto con la extensión del Estado Islámico, que ya
se encuentra a las puertas de Europa. Incluso muy recientemente un nuevo país
se ha sumado a la nueva guerra mundial fragmentada, por usar el lenguaje del
Papa Francisco, Turquía.
Junto a esta zona- la más amenazante aparentemente-, está el
Pacífico, donde se libra una sorda batalla entre la vieja potencia hegemónica,
Estados Unidos, y la nueva, China, con las dos Coreas como polvorín siempre al
borde de estallar.
Y, finalmente, una novedad respecto a la antigua guerra fría
estaría el conflicto, de momento de baja intensidad,entre Rusia y Ucrania.
Novedad porque supone un conflicto armado entre las superpotencias en suelo
europeo.
Decimos esto porque se sigue pensando que como la anterior ,
la nueva guerra fría constará de guerras en los llamados países periféricos,
que Europa no se verá afectada, a lo sumo indirectamente, por las incursiones de
la OTAN o los atentados islamistas. Pero la guerra de Ucrania muestra la
ficción del tal idea: la guerra ha llegado a la Europa del Este.
Aquí entramos en el tema más preocupante de todos, y es la
pasividad absoluta con la que vivimos el nueva clima prebélico. Anestesiados,
nos hemos acostumbrado a ver como algo natural y normal los enfrentamientos
bélicos y amenazas de unos a otros.
Es como si pensáramos que una olla a punto de estallar es lo
habitual, que nunca va a pasar nada, que el lobo nunca llegará, que el miedo
colectivo hará que nunca suceda nada realmente grave, y que, de manera
milagrosa, alguna vez volverá la paz.
No se ven, por ningún lado, movimientos populares y mundiales
contra la guerra, contra las potencias, contra la nueva división en bloques y
los fundamentalistas. Y esto nos parece sumamente preocupante: nos hemos
convertido en una humanidad dormida, que camina a ciegas, que no quiere ver ni
oír, que vive con una venda absolutamente despreocupada.
Los hombres y mujeres nos hemos convertido en ganado, en siervos llevados
al abismo por sus amos mientras nos creemos libres, superiores a las gentes de
otras épocas, cegados por una tecnología que pensamos salvadora.
En la raíz del clima prebélico se encontrarían, para
nosotros, dos grandes monstruos devoradores de almas y cuerpos: el
capitalismo-como antaño el comunismo, ahora reducido a su mínima expresión- y
el Estado-nación, cuya razón de ser es conquistar y oprimir a la población
interior y extenderse exteriormente.
Ambos “organismos” fomentan la división, el enfrentamiento y
la ruptura entre las gentes hasta el extremo, desde el nivel mundial, hasta el
familiar, corroyendo con sus venenos a la humanidad, al inocularle una serie de
principios y guías que, como hemos mencionado, nos llevan a la ruina: el
materialismo, el ansia de riqueza y poder, la mercantilización o monetarización
de todo, desde el agua y la tierra a los seres humanos…
Otros mecanismos de división creados por uno y otro serían
históricamente la fractura en clases sociales y en tiempos reciente el choque
de partidos políticos, una ingeniosa arma para tener a la sociedad distraída y
enfrentada entre facciones aparentemente irreconciliables, pero que en realidad
se dividen el poder entre ellos, mientras el ingenuo pueblo se cree que los suyos
son el bien y los otros son el mal, situación que aprovechan los partidos para
esquilmarle indefinidamente y de la misma manera hacerle recaer en la
ingenuidad de que alguna vez aparecerá el Partido salvador-quimera irreal-.
Por tanto ya a nivel internacional como nacional, la guerra
de unos contra otros es la esencia del capitalismo y los Estados-nación, y su
superación sólo podría lograrse superando ambas formas de organización y
desarrollando nuevos valores.
Cómo lograrlo es un tema muy complejo. En primer lugar
habría que recuperar algo que las sociedades actuales han perdido, y es la
imaginación para desarrollar un nuevo pensamiento emancipador. Sin éste todo
estará perdido, y para demostrar esto sólo hay que ver la loca carrera de
muchos de nuestros compatriotas por abrazar nuevos partidos, nuevos mesías,
vendedores de humo, creyendo que con ellos se volverá a la sociedad de consumo
y despilfarro, a los felices años de la burbuja inmobiliaria, soñando que todo
se logrará con impuestos a los más ricos. Vulgar sueño que pasará sin pena ni
gloria.
Ese nuevo pensamiento tendrá que operar en un doble terreno:
en un esquema político y económico mundial de superación del capitalismo y el
Estado-nación y en el plano de impulsar una moral elevada que rehumanice
nuestras sociedades.
Habrá que pensar en un equilibrio, difícil, entre lo local y
lo internacional: partimos de lo cercano, pero hemos de llegar a lo mundial,
pues la magnitud de los problemas así lo exigen. Rechazamos la uniformidad y la
globalización capitalista, pero también el nacionalismo y el localismo
exacerbado, que nos devolvería al punto de partida.
Frente al fundamentalismo religioso y un laicismo vacío que no da sentido a la existencia-y que creemos es una de las causas de
que numerosos jóvenes árabes se suman al radicalismo islámico- toca construir o
reconstruir nuevas o viejas filosofías morales a los no creyentes, y a los
creyentes pensar en otra idea de Dios y la espiritualidad que les aleje del
fanatismo, para encontrar un camino de acción conjunta.
Tocará unir lo positivo del pasado y del presente, para
lograr una síntesis lo mejor posible de una nueva sociedad. Para nosotros esto
supone pensar una democracia sin partidos y una economía no asalariada como
metas claves.
Pensamos fundamental impulsar una nueva visión
universalista, que desde el respeto a la diversidad de lenguas y cultura
comprenda que la humanidad es una familia, cada miembro con sus características
personales pero todos unidos en lo esencial. Una clase única mundial y una
lengua universal-que no excluye las que existen, y que no debe ser la de ningún
imperio o potencia- es para nosotros otro camino por el que avanzar.
Y es que, aunque suene romántico, la raíz original del ser
humano está en el cosmos, somos seres cósmicos, entrelazados con todo el
Universo y por tanto con las cientos de miles o millones de civilizaciones que
con casi toda seguridad existen en la infinitud del espacio-más o menos
avanzadas-.
De la comprensión paulatina de esto último vendrá un mayor
entendimiento entre todos, el equilibrio o la armonía entre la diferencia y la
unidad, la parte y el todo.
Sólo entonces podremos alejarnos lentamente del peligro
inminente de una catástrofe mundial.
Nosotros no lo veremos, pero esperamos y tenemos fe en que
los hoy niños y niñas y la futura generación por venir podrá sacudirse nuestra
mentalidad destructiva que a nada ni nadie respeta y para la cual todo es –incluyendo
personas-objetos de usar y tirar.
Es la última esperanza.
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