Estamos asistiendo desde hace unos años a una crisis o
quiebra de las diferentes estructuras que configuran el sistema mundo, desde el
ámbito financiero o económico, al de representación política en sus diversos
partidos políticos, al sindical, al declive de viejas potencias pero incluso a
la también posible caída de nuevas, como parece poder ocurrir en China con el
desplome de sus bolsas y su caída en el crecimiento así como a las hasta hace
poco llamadas economías o países emergentes, sumado todo ello a la crisis
migratoria provocada por el hambre y las guerras.
Todas estas crisis se entrecruzan con el lento declive de
los recursos fósiles y de otros que vienen como el del agua, por ejemplo,
crisis que es en última instancia el desplome progresivo de la idea clave de la
modernidad-lo que antes hemos llamado con un poco de grandilocuencia sistema
mundo- la del Progreso o Crecimiento indefinido, no sólo el económico sino
también el tecnológico.
Modernidad tecnocrática que busca en la tecnología la
salida y solución a los males, en vez de buscarla en nosotros mismos, siendo la
tecnología auxiliar
Esta nueva religiosidad de baratillo se está encontrando con
que el crepúsculo ha llegado a su forma de ver y entender el mundo, que las
sombras avanzan y su sol resplandeciente de sueños de acumulación sin fin, de
mercaderes que se enriquecen y que hacen caer algunas gotas de su riqueza sobre
los pueblos, también en su inmensa mayoría fieles adeptos arrodillados ante el
Dios Mamón y sus sacerdotes y obispos, sean de izquierdas o derechas,
católicos, protestantes, musulmanes o anticlericales furibundos, llega a su
fin.
Esto se ve claramente en el terreno monetario, con el avance
cual carcoma silenciosa de la pobreza y las desigualdades en muchos países como
España. Resultado esperado de absorber esos nefastos valores y de creerse las
clases populares y trabajadoras que se podían conseguir mejoras salariales y de
derechos continuamente, no siendo necesario pensar en sistemas diferentes ni
nada parecido, fuera de cierta retórica en días señalados.
Esta por ver, iniciado ya hace un tiempo el colapso
económico, cuándo irá llegando el tecnológico, pues el desarrollo tecnológico
requiere del económico.
En el aspecto partidista hemos observado en Europa el fin
del sueño que despertó Syriza en mucha gente, y en América Latina el de los
gobiernos de izquierdas y progresistas, desde el de Brasil, comido por la
corrupción, al chavismo, pasando por las manifestaciones crecientes contra Evo
y Corrales, especialmente por parte de las comunidades indígenas. También se
están produciendo manifestaciones contra gobernantes corruptos en lo que
algunos están llamando Primavera Latinoamericana en países como Honduras,
Guatemala y otros.
Para nosotros lo que está ocurriendo es que las formas de
pensar y organizar en diversos niveles las sociedades, o lo que Castoriadis
llamaba el imaginario, está caducando a nivel global.
Esto de entrada no sería en absoluto negativo, si no fuera
porque , especialmente en la llamada parte rica del mundo, las poblaciones han
sido casi totalmente desarmadas,
dominadas por los engranajes del Estado y el Capital, con los múltiples medio
de manipulación y adoctrinamiento sutil.
El imaginario del movimiento obrero en sus orígenes, por
volver a citar a Castoriadis, es inexistente, salvo en núcleos muy reducidos,
divididos y sin influencia social de momento. Siendo realistas, lo único que
tenemos es lo que llamaremos mentalidad ciudadanista, es decir una mentalidad
burguesa o de clase media que domina todo sector político y sindical,
incluyendo el llamado por conservadores y liberales en sus medios radicales o
extrema izquierda-que en realidad no son más que expresiones de la vieja
demagogia del populismo latinoamericano tipo Perón u otros, ataviada con
ropajes occidentalizados, o sea con la moda del discurso participativo, que no
es ni más ni menos en la práctica que un Líder, representante directo de las
masas populares, cual Dios de pacotilla- que se autoengañan buscando paraísos
de consumismo y crecimiento, pero con mejor reparto de bienes.
Propuestas quiméricas, pues en nuestra situación ya no es
posible comprar a las gentes con regalos o subsidios, como hacían Evita y
Perón- o como me contaban en Angola las profesoras de una escuela en la que
estuve de voluntario respecto al gobierno del MPLA, que repartía motos o
bicicletas en época electoral-.
Es una mentalidad bienintencionada pero sin futuro. Aunque por
desgracia a corto plazo hará de tapón para evitar que surja un pensamiento
realmente transformador
Liberales, conservadores- o liberal-conservadores, pues en
la práctica ya no hay diferencias entre ellos, salvo algún punto muy
secundario, de hecho cuando escuchamos en la televisión a muchos liberales nos
parece que están a la derecha de la derecha-, izquierdistas, populistas, fascistas, centristas, transversales,
nacionalistas o independentistas… y sus correspondientes opciones políticas no
tienen respuestas a la situación actual.
Son muertos vivientes, que agitan eslóganes o discursos
vacíos, pero que desgraciadamente aún tiene un seguimiento mayoritario, por el
triste hecho de que el glorioso occidente se ha convertido-nos hemos
convertido- en un cementerio de muertos en vida, tanto en los poderosos como en
los oprimidos. Y esto es un indicio de que nuestro sistema educativo, del
colegio a la universidad, y nuestro universo tecnocrático, tampoco funciona, no
es la solución a los males.
Desaparecida la conciencia de clase, por algunos de los
motivos explicados anteriormente, creyéndose los asalariados clases medias que
podían codearse con las clases dirigentes y altas, comprando sus valores,
pensando que ellos y sus hijos y nietos vivirían siempre mejor materialmente,
fundidos en abrazo eterno y solidario con los capitalistas y los dirigentes de
los diversos partidos, toca empezar casi de cero.
No se trata tanto de volver a sacar a pasear la lucha de
clases, como hacen falsamente lo que subsiste del movimiento comunista, decimos
falsamente pues por lo que leemos a algunos sus modelos son, aparte de los siempre queridos tiranos de
Cuba, personajes como Asad o Maduro, en los cuáles no tenemos muy claro dónde
está su discurso marxista, aparte de que en la historia antigua de los
marxistas la lucha de clases fue un concepto manipulado para usarlo como motor
de ascenso de una nueva clase dirigente que gobernaba por encima de obreros y campesinos, en su nombre.
Se trata, más bien, de impulsar un cambio de mentalidad en
la clase media. Es decir que ésta deje de pensar en que es clase media
entendida como clase que mira por encima del hombro a los trabajadores
manuales, creyéndose por encima de ellos y aceptar la cruda realidad: que todo
asalariado, incluido ellos-los llamados trabajadores intelectuales y de oficina
o cuello blanco- son los semiesclavos de la Modernidad.
Y no sólo eso, sino que la reconstrucción de las
comunidades, del mundo, por pensar en plan ambicioso, requeriría retomar un
aspecto positivo de la tradición emancipadora obrerista, la superioridad o al
menos la igualdad del trabajo manual, sin la cual no puede nacer una nueva civilización.
Si antaño fue el movimiento obrero quien intentó pensar en
otro mundo, ahora son comunidades campesinas e indígenas las que más parecen
alejarse de todo el sistema, aunque aún parecen estar muy lejos de tomar
conciencia clara de ello y mostrar un posible camino y un pensamiento
universal.
Pero es revelador el que nuevamente sean sectores sociales
marginados o mal vistos por el grueso de la población que se dice educada y
formada, sintiéndose superior por sus títulos y estudios, la que pueda
enarbolar la antorcha del cambio.
Y es que ante la grave situación mundial, con cientos de
miles de refugiados que huyen del hambre y las guerras, otro ejemplo más de la
crisis de la modernidad como dijimos al principio, se requiere una mirada
cosmopolita, como la del viejo internacionalismo, para enfrentar los problemas.
Nos encontramos aquí en un punto muy delicado, pues crece la
tentación, frente a la globalización capitalista, de la defensa de los
Estados-nación, de la llamada soberanía nacional, con el planteamiento de que
eso es más democrático. Planteamientos, para nosotros, totalmente erróneos,
pues no habría más que ver la historia de la Europa de entreguerras para observar
la multitud de golpes de Estado y dictaduras que se adueñaron de diversos
países.
Una miríada de tiranos nacionales y guerras por doquier
sería el futuro que nos esperaría si tales planteamientos triunfasen, con el
discurso de la soberanía nacional.
Por supuesto que el camino universalista es muy complicado.
Ir abandonando los Estados –nación
sin caer en la homogeneización requiere unos análisis muy profundos, y
unas prácticas muy difíciles.
Existen diferentes propuestas de las que somos afines, a lo
largo del mundo, desde el Confederalismo Democrático de diversas fuerzas
kurdas, al municipalismo de base, o comunalismo federalista, hasta el concepto
de autonomía de las comunidades indígenas latinoamericanas.
Estas ideas plantean un autogobierno de las
comunidades-autogobierno democrático o de base, nada que ver con el
nacionalista- de abajo arriba, donde diversos Consejos o Concejos, de vecinos,
jóvenes, mujeres, trabajadores… se coordinan o federan, partiendo de lo local,
hasta llegar a niveles superiores, trascendiendo de esta manera los
Estados-nación-grandes o pequeños- y sobrepasando las diferencias linguísticas,
religiosas o culturales-sin destruirlas, pero sin que la diversidad se use como
arma arrojadiza o de división o de dominación-.
De esta manera podría llegarse a la creación de una
institución democrática mundial, diferente a ese entelequia llamada ONU- donde
los países más poderosos son los que llevan la voz cantante- que tendría
algunas competencias y que podría actuar como mediador de conflictos y ante tragedias
como las que vemos actualmente de los refugiados, con una política coherente y
solidaria a nivel mundial.
Evidentemente el punto débil de esta forma nueva de entender
la vida y las relaciones es la probabilidad de caer en el localismo y, con el
paso del tiempo, al nacionalismo y a la multiplicidad de los opresivos Estados
nacionales. Algo que requeriría también de análisis y contrapesos complejos, si
alguna vez la humanidad decide tomar un camino similar.
Lo que nosotros sí tenemos claro es que o el mundo se hace
uno en su diversidad, o no será.
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