miércoles, 17 de febrero de 2021

Héroes en diciembre

 En el Teatro Valle Inclán se está representando una magnífica obra sobre un tema tabú, silenciado por la sociedad, cubierto por una densa niebla, pero que acaba con la vida de miles de personas al año. Hablamos del suicidio.

Y Héroes en diciembre da voz a tres personas que intentaron acabar con su existencia, salir de una vida que no era vida para ellos. Las tres voces exponen sus motivos, exigen que se les escuche. Dan sus razones, se rebelan contra el silencio de unos, y el rechazo y la marginación de otros. Esas condenas, ahora laicas, esas acusaciones de obispos laicos del tipo: "es un egoísmo, es una cobardía". Pero no lo es .Hay que dejar hablar . Cada personaje tiene sus motivos: víctimas de atentados, pérdidas de un ser amado, pero también, simplemente, por no ser mínimamente feliz. Por no adaptarse a la vida, a las asfixiantes reglas sociales, esas que nos imponen ser positivos, dar lo mejor de sí mismo, cuidarse, fornicar cuatro días a la semana, aquella mentira podrida, por ejemplo, de que querer es poder, de que podemos conseguir todo si nos lo proponemos. Como si fuéramos dios.

La obra tiene el mérito de situarnos en un entorno agobiante, una pequeña piscina sin agua, en un pueblo perdido al que han acudido para recuperarse de sus heridas terribles del alma, aquellas que supuran de manera constante un líquido viscoso invisible que se extiende por el interior del cuerpo, como herida inversa, de fuera a dentro, corroyendo el espíritu, aplastándolo con la losa de una desesperación sin final, de una noche eterna y terrible sin ni siquiera el magro consuelo de la pálida luz lunar, de un querer cerrar los ojos y no ver, no sentir, no existir, no ser. 

Hay interesantes reflexiones, mazazos a la conciencia del espectador, pero fáciles de abrazar para quienes, a lo largo de la vida, nos hemos enfrentado, y seguimos haciéndolo, al deseo no cumplido, a veces solo intentado en sueños-como es mi caso-, de terminar con una existencia que se nos hace insoportable. Fundamentalmente esa frase entre lapidaria y lúcida de que "vivir, no es sobrevivir" .



No basta con terapia, con irse a otra parte, con creer que basta con partir de cero para ver la luz. Eso escupe a la cara la joven protagonista a la última trabajadora social que acude a apoyarlos, y que guarda un secreto. Vivir, como he escrito antes, no es sobrevivir.

Y junto al suicidio, otros temas jalonan la obra, como la vivienda, el trabajo, el mundo del sexo y sus deseos no cumplidos y, en última instancia, las frustraciones individuales, la comparación inevitable con los triunfadores del entorno, de la propia familia, y la sensación de fracaso que eso genera.

Tenemos que hablar, grita la obra, y nos gritan los suicidas, los no triunfantes en el empeño, y los que lo lograron, los que pusieron fin a esa tortura infinita, a esos días y noches sin sentido donde sueñas con que un golpe de suerte logrará que te quedes petrificado en la cama, convertido en piedra de apariencia aún humana, y que ni el sol, ni el frío, ni el calor, ni las escasísimas alegrías, pero sobre todo ese dolor lacerante, vuelvan a amanecer.

Sí, tenemos que hablar. Por supuesto.

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