domingo, 21 de julio de 2024

Reflexiones sobre el ascenso de la extrema derecha

 Desde hace unos años estamos asistiendo, en distintos países de la Unión Europea , al aumento en número de votos de fuerzas de ultraderecha o derechas nacionalpopulistas, si se prefiere, que con diferencias o discrepancias en algunos aspectos, fundamentalmente en relación al apoyo o rechazo a la Rusia de Putin, se aglutinan en torno a un discurso identitario, nacionalista o patriótico-en la práctica, que no en la teoría, han acabado siendo lo mismo-, antiinmigración, de defensa de la soberanía nacional y la población local, antiglobalista, habiendo sustituido a las izquierdas de los noventa en este último aspecto.

Antes de demonizar, necesitamos reflexionar sobre los motivos últimos de su ascenso. En mi opinión hay varios factores detrás, en primer lugar el fracaso o hartazgo de un sector creciente la población con el izquierdismo woke, y sus políticas identitarias de género y sexuales, con sus delirios como el seguidismo a la teoría queer, entre otros síntomas de claro agotamiento intelectual en las izquierdas, tanto moderadas como radicales o supuestamente alternativas.

Los trabajadores no pueden identificarse ya con tales políticas, sintiéndose olvidados y marginados por las fuerzas de izquierdas, especialmente la población blanca trabajadora, y en número creciente los jóvenes varones, con problemáticas silenciadas y desatendidas, como el fracaso escolar.

Este es un problema pero no hay que olvidar la desaparición casi total del pensamiento crítico y alternativo. La anteriormente citada clase obrera, desapareció totalmente como fuerza de cambio social, revolucionaria, en los ochenta, siendo los movimientos de autonomía obrera de los setenta su canto del cisne.

La economía se terciarizó, transformándose los esclavos asalariados en una supuesta clase media, sin más sueños que ganar más dinero y ascender en la escala social, es decir convirtiéndose en masa consumidora, educando a sus vástagos en las mismas ideas, estudiar para ser alguien en la vida, o sea hombre y mujer de provecho, lo que en la práctica es ser un apéndice de la megamáquina, sin entender que dichos apéndices podían hacerse prescindibles. 



Los viejos proyectos emancipadores se esfumaron, ocupando su lugar el sueño de una segunda residencia. La libertad acabó identificándose con el hedonismo, el disfrute, los viajes y poco más.

Y la igualdad con la retórica falaz del ciudadano libre e igual, como si el mero echo de votar nos hiciera libres e iguales, y la partitocracia fuera identificable con una democracia.

En medio de esta mentalidad llegó la crisis de 2008, que supuso un puñetazo a las quimeras burguesas y ciudadanistas, de masa consumista y feliz. Llegó la indignación, la rabia de los que se sentían traicionados porque suponían la existencia de un fantasmagórico pacto social: servidumbre a cambio de bienestar económico creciente.

Muertas las esperanzas revolucionarias, en parte por errores propios, todo sea dicho, una sociedad de consumidores cabreados solo podía apoyarse en lo peor de las tradiciones políticas a izquierda y derecha: el populismo, el viejo autoritarismo fascista o comunista si bien más templado, adecuado a las características del siglo XXI.

Primero pareció triunfar el populismo de izquierdas, con Podemos, Syriza y otros. Decepcionados sus votantes ante su inoperancia y su enriquecimiento, llegó la hora de agarrarse como última esperanza la derecha nacionalpopulista.

La idea de que el mal está en la globalización y nuestra defensa en las clases dirigentes y explotadoras locales, síntoma de una sociedad muerta al pensamiento libre, crítico serio y reflexivo, aferrándose a cualquier absurdez que no resiste ningún análisis histórico, es una de sus banderas.

La culpa a la inmigración, en vez de buscar una unión proletaria internacional, reconociendo que la creencia en ser clases media, burgueses ,era una paja mental, no una realidad, es otra de sus características. El pensamiento conspiranoico, otro. El mito nazi o franquista de la conspiración judeo masónica revive en buscar como chivos expiatorios a sociedades secretas, acusándolas de ser los que manejan los hilos, o en su defecto a un grupo famoso de multimillonarios: Bill Gates, Soros, Elon Musk, Rockefeller.... mezclando la posible influencia que pueden tener los billonarios, con donde reside el Poder, el mal: las instituciones estatales y capitalistas.

Una sociedad de hedonistas y consumidores, de supuesta clase media que se tira los pedos más altos que el culo, es una sociedad putrefacta a todos los niveles, temerosa, cuya única alternativa pasa por el Hombre o Mujer fuerte, el viejo Cirujano de Hierro, la ficción de los amos del Estado nación correspondiente como benefactores.

Así que de Pablo Iglesias hemos pasado a Abascal o a Alvise, el súmum de la degradación, un personaje sin más currículum que el chantaje, que recibe financiaciones oscuras-sin salario reconocido en tres años-, aupado por el poder de las redes sociales y ciertas personas y ensayistas, algunos muy lúcidos e inteligentes, también presentes en las redes.

Sólo reconociendo la cruda realidad de lo que somos, sin hacerse trampas al solitario, puede renacer un pensamiento seriamente crítico y propositivo, que coja lo bueno del pasado y de diversas corrientes, reconociendo sus errores-como la obsesión colectivizadora como bálsamo de fierabrás del viejo movimiento obrero-, que retome las banderas universalistas, emancipadoras y filosófico espirituales, pues sin espiritualidad el ser humano nunca despegará, acabará siendo, tal como ansían las nuevas élites, un robot desalmado.

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