De regreso a España, tras una experiencia de un mes
en Angola, con los recuerdos de lo vivido muy recientes y la mezcla de tensión
y emoción aún presentes, creo llegado el momento de escribir sobre lo que ví,
viví y sentí y los cambios y transformaciones operados en mi interior.
Hace ya tiempo, cansado de mí mismo y de parte de mi
entorno laboral, tras tener cada vez más frecuentes choques con algunos
compañeros, con la sensación de no hacer lo que deseo y ver pasar el tiempo
poco a poco sin encontrar, o quizá sin atreverme a encontrar, un camino afín a
mis aficiones y sueños; y también habiendo llegado a la conclusión, tras alguna
experiencia pasada, de la imposibilidad de hacer algo en España en el sentido
de levantar nuevos ideales, nuevas formas de vida, encerrados mis compatriotas
en viejas fórmulas ya agotadas, en viejos odios, en defender lo indefendible o
en atacar por atacar al rival, sin admitir en el oponente algo positivo, decidí que necesitaba marcharme un
tiempo del país, meditar y realizar una labor que me hiciera sentir útil y que
no tuviera nada que ver con temas políticos.
Sentía la necesidad de ayudar en lo poco que podía a
otras personas, y también a mí mismo, pues llevaba un tiempo largo encerrado en
mi mundo, lo que a la larga no trae nada positivo.
Gracias a mi hermana pequeña conocí un grupo de
gentes, de ideas cristianas, que organizaba viajes a países subdesarrollados para
tareas de cooperación.
Lleno de pánico decidí lanzarme a la aventura,
teniendo la tentación en varias ocasiones de dar marcha atrás. Pero si quería
vencer mis demonios interiores en algún momento, aunque fuera poco a poco,
debía marcharme. Y escogí la opción más problemática: Angola.
Allí tuve la enorme fortuna de encontrarme con un
grupo de religiosas, empezando por Carlota, que nos acogieron con los brazos
abiertos a los voluntarios y con las que nos sentimos como en casa,
facilitándonos la tarea y dándonos ánimos y apoyo en los momentos de bajón.
Lo primero que me llamo la atención nada más salir
del aeropuerto, fue la cantidad de angolanos que, en busca de algo de dinero
para subsistir, intentaban llevar nuestras maletas a los coches.
Posteriormente, al entrar en el barrio en el que
íbamos a pasar el mes, aún siendo ya de noche pudimos observar las pésimas
condiciones en que tenían que vivir sus miles de habitantes: calles sin asfalto
y sin alcantarillado, repletas de agujeros, algunos cubiertos de agua como
lagos urbanos, coches abandonados, cascotes y basuras, sensación de abandono y
dejadez.
Todo esto pudimos verlo con mayor detenimiento el
día siguiente, cuando fuimos con algunas de las religiosas a ver la zona. Allí
vimos también los numerosos puestos callejeros, las minúsculas tiendas donde se
vendían toda clase de productos y hasta las peluquerías y salones de belleza.
También sorprende la cantidad de niños y gente joven
que se ve por las calles. Las familias tienen numerosos hijos y la esperanza de
vida es de poco más de 40 años, por lo que en toda nuestra estancia nos
encontramos con poca gente mayor.
Lo que personalmente más me entristeció es el
aspecto de descuido y abandono de sus calles, los enormes socavones y
especialmente me llamó mucho la atención la enorme cantidad de coches
abandonados, que al parecer ante la imposibilidad de pagar arreglos sus dueños
dejan en la calle y no son recogidos.
Y es que una de las mayores lacras de Angola es la
casi total ausencia en buena parte de la capital, y del resto del país, de un
sistema de limpieza, de alcantarillado, de asfalto…que hiciera que, aunque con
un aspecto pobre, la imagen de Luanda fuera de dignidad.
Pero también he de reconocer, como me confirmó una
de las religiosas, que no existe entre los ciudadanos una mentalidad
cooperativa, de realizar ellos las tareas que no realiza el Estado. Allí se
vive el día a día, y lo fundamental es sobrevivir como sea.
La primera toma de contacto directa con el país me
dejó una sensación de tristeza, aunque la mayoría de la gente con la que nos
encontrábamos se mostraba, en general, muy amable con nosotros y especialmente
los niños, que se asombraban de ver a varios blancos paseando por sus calles polvorientas.
Y esa sensación de tristeza, intermitente, no dejó
de acompañarme durante todo el viaje, aunque el paso del tiempo la mitiga, al
acostumbrarte progresivamente a esa vida, a esas casas muy pobres, a los
desperdicios acumulados en algunos de los frecuentes socavones.
Con todo, al menos exteriormente, no se detectaba
tristeza en los rostros mayormente juveniles de las gentes de Palanca y he de
decir que tampoco se veían personas mendigando. Fuera como fuera, lograban
sobrevivir día tras día.
Pero el recuerdo más grato del país, que me
acompañará durante toda mi vida-sea corta o larga-, es el de los alumnos.
Aquellos niños y niñas, aquellos adolescentes de los
turnos de mañana y tarde, con los que tuve el honor de compartir aula, primero
en la biblioteca y la última semana- escayolado por una caída jugando al fútbol
con ellos- en una habitación de la casa. Aquellos chavales, en general, se
comportaron muy bien con quien esto escribe y en algún caso me dieron las
gracias por las explicaciones.
Tengo que reconocer que cada día me levantaba sobre
las seis de la mañana, para hacer los deberes que no había podido acabar el día
anterior, en general por los cortes de luz, nervioso y angustiado por como
saldría todo.
Pero al final, creo que enfrentarse a tales
situaciones fortalece el carácter y ayuda a superar miedos.
Para mí la experiencia ha supuesto en ese aspecto un
avance y una victoria, temporal de momento, contra mi propio mal interior.
Quien ayuda al prójimo, indirectamente, se ayuda a
sí mismo, y esa es otra lección que nunca olvidaré.
Espero que al igual que todos esos niños y niñas-
Sofía, Fernando, Denilson, María, Graca, Lucía, Claudia…- siempre quedarán
fijados en mi memoria como una luz, un sonido o un olor de nuestra infancia
que, surgidos de repente en la actualidad, nos traen alegría y nostalgia de
tiempos mejores, haya logrado dejar un buen recuerdo en alguno de ellos y
ellas. Con eso me doy por satisfecho.
En cuanto a la comunidad de religiosas, todo son
felicitaciones. Nos acogieron con los brazos abiertos, comíamos y cenábamos con
ellas, charlábamos, nos aconsejaban, nos animaban…
Vivían el cristianismo en su sentido más auténtico y
original, sin pretender imponernos su fe, dejándonos libertad de acudir o no a
sus oraciones.
Gracias a ellas conocimos las dos Angolas, la
mayoritaria, la de la pobreza, la de los supervivientes, la de las multitudes
de vendedores ambulantes que en las zonas asfaltadas esperaban a los
conductores para poder vender algo y también, de pasada, la otra Angola, la del
Centro Comercial, la Angola minoritaria de los ricos y la de los blancos que
allí viven y trabajan, con sus buenos sueldos y casas. La de la clase
dirigente, la del MPLA, que controla férreamente los medios de comunicación,
realizando una propaganda descarada y amordazando, persiguiendo o comprando a
sus críticos, pese a la apariencia de democracia y enriqueciéndose a manos
llenas mientras el país se mantiene en la miseria, pese a los pequeños avances.
Y aunque personalmente me encuentre alejado del catolicismo
y mi ética libertaria sea contraria a actos como catequizar niños, siempre
tendrán las monjas con las que conviví mi cariño y respeto. Porque al fin y al
cabo una vida dedicada a los pobres en cuerpo y alma vale mucho más que los
discursos izquierdistas, sindicalistas, alternativos o revolucionarios, incluyendo el de un servidor.
Espero, si alguna de ellas lee esto, Bia, Joy, Lili,
Carlota, María, Blanca o Menga, haber conseguido también su respeto y cariño y
también, espero y deseo volver a encontrarnos en algún momento, allí o aquí
para poder dar un abrazo a todas. Y lo mismo respecto a mi compañero de
voluntariado en la casa, Daniel, al que deseo mucha suerte en su vida.
Para ir terminando , no puedo dejar de escribir
sobre los cambios que se realizaron en mi interior durante la estancia en
Angola. El fundamental es el olvido progresivo de uno mismo. Esto es algo muy
positivo, pues tal olvido , motivado por realizar una actividad volcada en
satisfacer necesidades ajenas, va produciendo una pérdida del egoísmo así como de necesidades y deseos
superfluos que en los países llamados avanzados consideramos fundamentales.
Sin apenas darte cuenta, vas prescindiendo de
objetos, actividades e incluso deseos que fuera de allí consideras
imprescindibles: televisión, ordenadores, dinero, diversiones, comida en
abundancia, erotismo…Las cadenas van desapareciendo y una mayor libertad se va
apoderando de tu espíritu, de tu conciencia, centrada en dar todo lo posible al
prójimo y en necesitar lo imprescindible abandonando lo banal, lo superficial.
Junto a esto empiezas a ser consciente de las cosas
realmente importantes, frente a las preocupaciones que inundan nuestra vida en
un país rico-aunque ya en decadencia progresiva-. Allí no importa el que dirán,
las apariencias, las envidias , las luchas para ver quien es el mejor
trabajador o trabajadora, la maldad de los amorales teóricamente satisfechos
del primer mundo, el cotilleo malicioso, la vaciedad de muchos de nuestros
compatriotas que se creen alguien…sólo importa que los niños aprendan lo máximo
posible.
Y esa sensación de libertad, de reducir el amor al ego, de ir
perdiendo las escamas de los deseos materiales es lo que más temo perder. Y
como soy consciente de que me iré hundiendo rápidamente en la cárcel de las
pasiones banales, lucharé para mantener un mínimo de ese espíritu de Angola.
No sé que me deparará el futuro, si volveré o no a
tierras africanas, pues temo que si repito experiencia, ésta sea peor que la
primera, destruyendo un recuerdo positivo.
Pase lo que pase con mi vida, la breve estancia en
Angola ha dejado una marca profunda transformando algunos aspectos en mi forma
de ver el mundo, de verme a mí mismo, de ver lo que realmente importa en la
vida y lo que no , así como la gente que realmente merece la pena.
Hasta pronto o hasta siempre Angola.
Un relato muy interesante. Vemos que el hecho de ser religioso no lo hace a uno peor o mejor persona.
ResponderEliminarLa situación de África se debe en parte principal al colonialismo (hoy está palabra no se estila) que continúa. En Libia ha vuelto con plena vigencia, y en Egipto y Tunez está tanto o más presente que antes.
Y ahora que el tercer mundo llega a Europa veremos las cosas, supongo, de manera diferente.
Saludos.
Un buen relato, como dice Mikel. Lo más positivo es ver que existe esa rápida capacidad de adaptación, que rapidamente somos capaces de soltar cadenas. Mantén esa fuerza y no la pierdas. Creo, confío y casi diría que sé con certeza que no hay razón para ello.
ResponderEliminarun abrazo
Hola Alfredo, ¿que tal? Me alegro de comprobar que tu viaje ha sido enormemente provechoso. Por cierto, que tal llevas la escayola.
ResponderEliminarGracias por los comentarios y las opiniones a los tres. Mª angeles, la escayola no la llevo mal, aunque estoy deseando que me la quiten para poder entrar y salir de casa.
ResponderEliminarAbrazos
Alfre!! por fin me meto en tu blog, da gusto leerte!! con el relato de Angola has conseguido emocionarme. Me ha encantadao la frase de "quien ayuda al prójino, indirectamente se ayuda a sí mismo", creo que es una gran verdad y además en tu caso está claro que esta vivencia te ha resultado muy útil para vencer miedos e inseguridades. Yo envidio a toda la gente que es capaz de vivir el cristianismo en verdad, olvidándose de sí mismos y entregándose a los demás. Ojalá en Occidente aprendiéramos a ser felices con lo esencial, tenemos demasiadas procupaciones y distracciones que nos alejan del verdadero ser. Me alegra que al final tomaras la decisión, eres un valiente!! espero q lo aprendido en Angola te sirva para ayudarte a encontrar tu camino. Besos, t quiero mucho!!
ResponderEliminarGracias Sol!.Un beso y yo también espero y deseo que logres alcanzar tus sueños.
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