miércoles, 16 de septiembre de 2015

Reflexiones sobre las crisis de la Modernidad y la alternativa universalista


Estamos asistiendo desde hace unos años a una crisis o quiebra de las diferentes estructuras que configuran el sistema mundo, desde el ámbito financiero o económico, al de representación política en sus diversos partidos políticos, al sindical, al declive de viejas potencias pero incluso a la también posible caída de nuevas, como parece poder ocurrir en China con el desplome de sus bolsas y su caída en el crecimiento así como a las hasta hace poco llamadas economías o países emergentes, sumado todo ello a la crisis migratoria provocada por el hambre y las guerras.

Todas estas crisis se entrecruzan con el lento declive de los recursos fósiles y de otros que vienen como el del agua, por ejemplo, crisis que es en última instancia el desplome progresivo de la idea clave de la modernidad-lo que antes hemos llamado con un poco de grandilocuencia sistema mundo- la del Progreso o Crecimiento indefinido, no sólo el económico sino también el tecnológico. 

Modernidad tecnocrática que busca en la tecnología la salida y solución a los males, en vez de buscarla en nosotros mismos, siendo la tecnología auxiliar

Esta nueva religiosidad de baratillo se está encontrando con que el crepúsculo ha llegado a su forma de ver y entender el mundo, que las sombras avanzan y su sol resplandeciente de sueños de acumulación sin fin, de mercaderes que se enriquecen y que hacen caer algunas gotas de su riqueza sobre los pueblos, también en su inmensa mayoría fieles adeptos arrodillados ante el Dios Mamón y sus sacerdotes y obispos, sean de izquierdas o derechas, católicos, protestantes, musulmanes o anticlericales furibundos, llega a su fin.

Esto se ve claramente en el terreno monetario, con el avance cual carcoma silenciosa de la pobreza y las desigualdades en muchos países como España. Resultado esperado de absorber esos nefastos valores y de creerse las clases populares y trabajadoras que se podían conseguir mejoras salariales y de derechos continuamente, no siendo necesario pensar en sistemas diferentes ni nada parecido, fuera de cierta retórica en días señalados.

Esta por ver, iniciado ya hace un tiempo el colapso económico, cuándo irá llegando el tecnológico, pues el desarrollo tecnológico requiere del económico.

En el aspecto partidista hemos observado en Europa el fin del sueño que despertó Syriza en mucha gente, y en América Latina el de los gobiernos de izquierdas y progresistas, desde el de Brasil, comido por la corrupción, al chavismo, pasando por las manifestaciones crecientes contra Evo y Corrales, especialmente por parte de las comunidades indígenas. También se están produciendo manifestaciones contra gobernantes corruptos en lo que algunos están llamando Primavera Latinoamericana en países como Honduras, Guatemala y otros.

Para nosotros lo que está ocurriendo es que las formas de pensar y organizar en diversos niveles las sociedades, o lo que Castoriadis llamaba el imaginario, está caducando a nivel global.

Esto de entrada no sería en absoluto negativo, si no fuera porque , especialmente en la llamada parte rica del mundo, las poblaciones han sido casi totalmente  desarmadas, dominadas por los engranajes del Estado y el Capital, con los múltiples medio de manipulación y adoctrinamiento sutil.

El imaginario del movimiento obrero en sus orígenes, por volver a citar a Castoriadis, es inexistente, salvo en núcleos muy reducidos, divididos y sin influencia social de momento. Siendo realistas, lo único que tenemos es lo que llamaremos mentalidad ciudadanista, es decir una mentalidad burguesa o de clase media que domina todo sector político y sindical, incluyendo el llamado por conservadores y liberales en sus medios radicales o extrema izquierda-que en realidad no son más que expresiones de la vieja demagogia del populismo latinoamericano tipo Perón u otros, ataviada con ropajes occidentalizados, o sea con la moda del discurso participativo, que no es ni más ni menos en la práctica que un Líder, representante directo de las masas populares, cual Dios de pacotilla- que se autoengañan buscando paraísos de consumismo y crecimiento, pero con mejor reparto de bienes.

Propuestas quiméricas, pues en nuestra situación ya no es posible comprar a las gentes con regalos o subsidios, como hacían Evita y Perón- o como me contaban en Angola las profesoras de una escuela en la que estuve de voluntario respecto al gobierno del MPLA, que repartía motos o bicicletas en época electoral-.

Es una mentalidad bienintencionada pero sin futuro. Aunque por desgracia a corto plazo hará de tapón para evitar que surja un pensamiento realmente transformador

Liberales, conservadores- o liberal-conservadores, pues en la práctica ya no hay diferencias entre ellos, salvo algún punto muy secundario, de hecho cuando escuchamos en la televisión a muchos liberales nos parece que están a la derecha de la derecha-, izquierdistas, populistas, fascistas, centristas, transversales, nacionalistas o independentistas… y sus correspondientes opciones políticas no tienen respuestas a la situación actual.

Son muertos vivientes, que agitan eslóganes o discursos vacíos, pero que desgraciadamente aún tiene un seguimiento mayoritario, por el triste hecho de que el glorioso occidente se ha convertido-nos hemos convertido- en un cementerio de muertos en vida, tanto en los poderosos como en los oprimidos. Y esto es un indicio de que nuestro sistema educativo, del colegio a la universidad, y nuestro universo tecnocrático, tampoco funciona, no es la solución a los males.

Desaparecida la conciencia de clase, por algunos de los motivos explicados anteriormente, creyéndose los asalariados clases medias que podían codearse con las clases dirigentes y altas, comprando sus valores, pensando que ellos y sus hijos y nietos vivirían siempre mejor materialmente, fundidos en abrazo eterno y solidario con los capitalistas y los dirigentes de los diversos partidos, toca empezar casi de cero.

No se trata tanto de volver a sacar a pasear la lucha de clases, como hacen falsamente lo que subsiste del movimiento comunista, decimos falsamente pues por lo que leemos a algunos  sus modelos son, aparte de los siempre queridos tiranos de Cuba, personajes como Asad o Maduro, en los cuáles no tenemos muy claro dónde está su discurso marxista, aparte de que en la historia antigua de los marxistas la lucha de clases fue un concepto manipulado para usarlo como motor de ascenso de una nueva clase dirigente que gobernaba  por encima de obreros y campesinos, en su nombre.

Se trata, más bien, de impulsar un cambio de mentalidad en la clase media. Es decir que ésta deje de pensar en que es clase media entendida como clase que mira por encima del hombro a los trabajadores manuales, creyéndose por encima de ellos y aceptar la cruda realidad: que todo asalariado, incluido ellos-los llamados trabajadores intelectuales y de oficina o cuello blanco- son los semiesclavos de la Modernidad.

Y no sólo eso, sino que la reconstrucción de las comunidades, del mundo, por pensar en plan ambicioso, requeriría retomar un aspecto positivo de la tradición emancipadora obrerista, la superioridad o al menos la igualdad del trabajo manual, sin la cual no puede nacer una nueva civilización.

Si antaño fue el movimiento obrero quien intentó pensar en otro mundo, ahora son comunidades campesinas e indígenas las que más parecen alejarse de todo el sistema, aunque aún parecen estar muy lejos de tomar conciencia clara de ello y mostrar un posible camino y un pensamiento universal.



Pero es revelador el que nuevamente sean sectores sociales marginados o mal vistos por el grueso de la población que se dice educada y formada, sintiéndose superior por sus títulos y estudios, la que pueda enarbolar la antorcha del cambio.

Y es que ante la grave situación mundial, con cientos de miles de refugiados que huyen del hambre y las guerras, otro ejemplo más de la crisis de la modernidad como dijimos al principio, se requiere una mirada cosmopolita, como la del viejo internacionalismo, para enfrentar los problemas.

Nos encontramos aquí en un punto muy delicado, pues crece la tentación, frente a la globalización capitalista, de la defensa de los Estados-nación, de la llamada soberanía nacional, con el planteamiento de que eso es más democrático. Planteamientos, para nosotros, totalmente erróneos, pues no habría más que ver la historia de la Europa de entreguerras para observar la multitud de golpes de Estado y dictaduras que se adueñaron de diversos países.

Una miríada de tiranos nacionales y guerras por doquier sería el futuro que nos esperaría si tales planteamientos triunfasen, con el discurso de la soberanía nacional.

Por supuesto que el camino universalista es muy complicado. Ir abandonando los Estados –nación  sin caer en la homogeneización requiere unos análisis muy profundos, y unas prácticas muy difíciles.

Existen diferentes propuestas de las que somos afines, a lo largo del mundo, desde el Confederalismo Democrático de diversas fuerzas kurdas, al municipalismo de base, o comunalismo federalista, hasta el concepto de autonomía de las comunidades indígenas latinoamericanas.

Estas ideas plantean  un autogobierno de las comunidades-autogobierno democrático o de base, nada que ver con el nacionalista- de abajo arriba, donde diversos Consejos o Concejos, de vecinos, jóvenes, mujeres, trabajadores… se coordinan o federan, partiendo de lo local, hasta llegar a niveles superiores, trascendiendo de esta manera los Estados-nación-grandes o pequeños- y sobrepasando las diferencias linguísticas, religiosas o culturales-sin destruirlas, pero sin que la diversidad se use como arma arrojadiza o de división o de dominación-.

De esta manera podría llegarse a la creación de una institución democrática mundial, diferente a ese entelequia llamada ONU- donde los países más poderosos son los que llevan la voz cantante- que tendría algunas competencias y que podría actuar como mediador de conflictos y ante tragedias como las que vemos actualmente de los refugiados, con una política coherente y solidaria a nivel mundial.

Evidentemente el punto débil de esta forma nueva de entender la vida y las relaciones es la probabilidad de caer en el localismo y, con el paso del tiempo, al nacionalismo y a la multiplicidad de los opresivos Estados nacionales. Algo que requeriría también de análisis y contrapesos complejos, si alguna vez la humanidad decide tomar un camino similar.


Lo que nosotros sí tenemos claro es que o el mundo se hace uno en su diversidad, o no será.