domingo, 26 de noviembre de 2017

¿Ecologismo o humanismo libertario?. Reflexiones sobre la fragmentación del pensamiento moderno y el virus populista

Una de las ideas más de moda del pensamiento contemporáneo y, por tanto, muy rápidamente absorbida por el sistema, es la ecologista, nacida en los sesenta, fundamentalmente, aunque como siempre puede encontrar inspiración en algunos pensadores y corrientes del pasado, como el naturismo y agrarismo libertario ibérico e intelectuales en los que puede detectarse un llamamiento a una vida campesina, cercana a la Naturaleza e incluso practicando y defendiendo el vegetarianismo, entre ellos Tolstoi, por ejemplo.

La idea ecologista, de preocupación por el ecosistema, de lucha por evitar su degradación, me parece importante, por supuesto, un aspecto a tener en consideración. El problema, tal como yo lo veo, no es ese, sino si la preocupación ecológica debe ser el centro, o los cimientos de la casa, por expresarlo de alguna manera, o el tejado del edificio.

La respuesta para mí es clara: sólo rehumanizando la sociedad, combatiendo por su transformación revolucionaria desde una visión humanista y libertaria, partiendo de unos cimientos diferentes, cabe una postura ecológica consecuente.

Vivimos un Régimen, no el del 78 como dicen algunos, sino la Modernidad productivista, estatal y capitalista, donde un grupo de hombres y mujeres, éstas  en número creciente-de ahí el impulso al feminismo de Estado como nueva religión progresista , cuyo fin es romper la unión entre hombres y mujeres, haciendo creer que la libertad y la emancipación consiste en colorear la explotación y la opresión de morado y arcoiris, en vez de combatirla todos a una-, dominan a otros, y, de paso, a la Naturaleza.

La demolición inicial, aunque poco visible, es sobre el ecosistema humano, sobre el interior de los individuos, de la sociedad civil, logrando haber casi derrotado y liquidado a uno y a otra, a individuo y comunidad, convirtiéndonos prácticamente en máquinas sin alma, seguidoras de las órdenes y a la búsqueda de los paraísos artificiales vendidos por los medios de adoctrinamiento, especialmente la televisión.

Esto tiene un claro reflejo en el pensamiento etiquetado radical actual, o de los últimos decenios, si se prefiere. Sus propuestas no pasan de defender cosas como el desarrollo sostenible, la reforma de las ley electoral, el decrecimiento, en general, sin ir unido a una opción abiertamente revolucionaria, convertido éste, de manera creciente, en una moda burguesa como prácticamente la totalidad del ecologismo, la renta básica como medida que puede prolongarse indefinidamente,independientemente de las crisis futuras del capital, la búsqueda populista de un partido y un Mesías Redentor, el último Pablo Iglesias, un milagroso reparto de riqueza de una patronal y un grupo gobernante convertidos de manera mágica en bienhechores de la humanidad...

El individuo consciente, la comunidad dotada de conciencia solidaria y combativa, ha desaparecido casi totalmente. Su lugar lo hemos ocupado unas masas o populacho, mejor dicho, ensimismados y entusiasmados con sus cachivaches tecnológicos-yo mismo los uso y me incluyo en el saco-, laicas multitudes creyente en una Religión fundamental, la del Progreso Infinito por los siglos de los siglos, que piensa, olvidando la historia y la propia Naturaleza donde todo colapsa y muere, para renacer de otra manera, que el futuro será esplendoroso; rozaremos la inmortalidad, desaparecerá la injusticia, las enfermedades, el hambre...todo gracias al continuo avance de las tecnologías.

El sueño es que basta con poner el cazo, protestar de tarde en tarde y sanseacabó. Las viejas ideas, las de un Marx, un Proudhon o un Bakunin, que tenían sus límites, sus defectos, pero que, con todo, comparadas con las actuales, eran más realistas, porque se basaban, sobre todo los dos últimos, en que no hay avance sin esfuerzo, sin arrancar a las clases dirigentes cosas, hasta llegar a conquistar los medios de producción en dura lucha-el fallo sería no ver que la producción fabril en masa, el ritmo de trabajo que ello conlleva, las máquinas y las tecnologías que escapan al entendimiento de la mayoría de las personas no es liberador, sino que haría resurgir fácilmente una nueva clase dirigente-, han sido prácticamente abandonadas.



Han sido sustituidas por una multiplicidad de reclamaciones que han ocupado la centralidad que antes tuvo la idea de superar el Estado nación y el capitalismo. Ideas sin garras, inofensivas para las autoridades inteligentes, sólo peligrosas para las viejas y poco lúcidas teocracias islámicas que por desgracia aún subsisten por el mundo: reclamaciones raciales, sexuales o de género, religiosas, ecológicas, de edad, nacionalistas, linguísticas, culturales, o, mejor dicho culturalistas-la cultura, la lengua, como armas de división, de enfrentamiento entre comunidades-, e incluso el territorio, como sostiene un libertario lúcido y crítico con el nacionalismo como Amorós, cuya propuesta de sustitución de la conciencia de clase por la de Defensa del Territorio no pasa de ser una forma de esencialismo prácticamente a medio paso de los esquemas nacionalistas.

La decadencia y la práctica desaparición de la vieja clase obrera y campesina, y por tanto la casi extinción de una conciencia de clase real, más allá de alguna declaración retórica en fechas oportunas; la no sustitución de esa conciencia por otro tipo de conciencia comunitaria de lucha y emancipación, y el triunfo de una mentalidad de clase media, de consumidor compulsivo, cuyo sueño consistía o consiste meramente en ascender en la escala social, en acumular dinero, objetos y propiedades-aún está cercano el tiempo donde estaba de moda tener dos vivienda, casa y chalet, llegando a mirar por encima del hombro a quien no lo tenía, sin distinciones ideológicas, moda típica de la burguesía bienpensante, aquella que se tiraba los pedos más altos que el culo con tal de aparentar-, ha causado un daño tremendo, que aún arrastramos, sin que, siendo honestos, se perciba un cambio en el horizonte.

El pensamiento se ha fragmentado, como un espejo roto por un balonazo, en miles de pedazos, perdiéndose una visión global, ausente por tanto de ello una visión holística revolucionaria. Visión holística que conllevaría ver claramente que no hay ecologismo dentro de una economía productivista, desarrollista, que no hay desarrollo sostenible ni capitalismo verde posible, pues para el capitalismo todo debe ser crecientemente mercantilizado, aplastado, convertido en mercancía, de personas a bosques, mares, ríos...

¿Ecologismo o humanismo libertario?. Humanismo libertario primero, única forma de lograr una sociedad, una comunidad, que integre la ecología, que no destruya el medio ambiente y, de paso, que nos libere del virus populista, virus que se expande ante la inexistencia de esa conciencia comunitaria y solidaria, llámese como se llame, que hace que ante la atomización, la insolidaridad y el sálvese quien puede se recurra al sueño de un Salvador, un Caudillo, que si lograse el poder convertiría el sueño en pesadilla.

domingo, 19 de noviembre de 2017

La librería

Hermosos paisajes, sensibilidad, emociones, retrato social de una época, de un microcosmos, el de un pueblo de gentes amables, pero sometidos al dominio de una aristócrata, con algunas excepciones de poderosas personalidades, aquellas que habitan los dos extremos de la vida: la infancia que abre los ojos con asombro, mezcla de atracción y miedo al mundo y la vejez que los cierra lentamente con desapego, que se resisten a sumarse al clima de servilismo y cotilleo.

La última película de Isabel Coixet gira en torno a los libros, en torno a una mujer valiente de fines de los años cincuenta en Inglaterra que se lanza a una actividad arriesgada. Poner una librería en un pequeño pueblo tan aislado como bello y melancólico.

Y melancolía es lo que desprende La librería, melancolía de una pérdida, de un corazón solitario que se acompaña de los mejores amigos, aquellos que no te abandonan, que te cuentan historias en silencio, que te hacen sentir, pensar, llorar, reír, indignarte, rebelarte en el fondo de tu alma, que, cierto, a veces decepcionan.



Esos amigos que a veces desprenden un profundo y agradable aroma que te hace trasladarte a otra época, época escondida en la semioscuridad de las esquinas de los recuerdos, que como un fogonazo te asaltan en un instante, trayendo rostros, imágenes, sombras y luces de algo marchito que, como las hojas amarillentas y descoloridas, como una persona que ya roza la muerte con la punta de sus dedos,  se resiste a perecer, a disolverse en una total oscuridad, reclamando su existencia, en un movimiento furioso de última rebeldía.

Los libros, que habitan sus ciudades, las estanterías, llamándote por su nombre, reclamando una mirada, una caricia, un gesto de ternura. De eso y de las personas, de las buenas y de las malas, de las que expanden la injusticia y los que se pliegan ante ella, y de quienes la combaten, trata la película.

Una película con sabor a libro de poesía, que si chirría en algo es por su excesivo maniqueísmo, malos muy malos y buenos muy buenos, sin aristas, sin las complejidades y claroscuros que se adhieren a la vida de todo individuo, y que sólo tras largo periplo, tras caídas y recaídas, se inclina como una flor hacia un lado y otro, mas nunca , o casi nunca, de manera absoluta, siempre inestable, hasta morir y volver al origen, la tierra cálida y acogedora.

jueves, 9 de noviembre de 2017

Reflexiones sobre la espiritualidad,la Modernidad productivista y tecnoburocrática y la transformación revolucionaria

Se ha cumplido el centenario de la Revolución Rusa, uno de los muchos acontecimientos trágicos que marcó el siglo XX, un siglo lleno de furia, fuego y destrucción; aniquilador de vidas humanas entregadas al Moloch devorador de los Estados y sus diversas ideologías justificativas.

Junto con el fracaso de esa revolución y sus derivadas en distintas zonas del mundo, quedó sepultado, de manera en parte comprensible, el pensamiento emancipador, la idea de revolución, de transformación radical de nuestras vidas, ante el temor de que cualquier paso en ese sentido pudiera acabar como Rusia, o Cuba, por ejemplo.

Lógicamente las explicaciones sobre el fracaso de esas revoluciones, y su rapidísima degeneración en formas despóticas de autoridad, son muy variadas, pero a mí me gustaría tocar un aspecto, o varios, que no se suelen mencionar, y es su derrota-derrota para los oprimidos, claro, y éxito para los nuevos gobernantes y su séquito de aliados intelectuales del mundo entero, aunque éxito breve- por su visión puramente materialista, negadora de cualquier sentido espiritual o profundo de la existencia, y sus esquemas modernistas, en el peor sentido de la palabra, el de la Modernidad productivista, del desarrollo de las fuerzas productivas como mecanismo de liberación.

Tras una infancia marcada por un ateísmo clásico, aunque como muchos ateos en el fondo siempre interrogándome sobre Dios, sobre la existencia o no de algo trascendente, las reflexiones personales y el paso de los años me han hecho llegar a una conclusión-quizás equivocada, no digo que no- basada en la imposibilidad de una transformación revolucionaria en positivo sin un fuerte componente espiritual en los individuos que quieren el cambio social.

Entiéndase que hablo de espiritualidad, no de religión-ni de espiritualismo a la moda New Age y otras moderneces basadas en la relajación personal u otras cosas inofensivas que engordan la cuenta corriente de algunos grupos o escritores-, entendida esa espiritualidad  como la visión de que todos formamos parte de una trama cósmica, que todos estamos entrelazados, de objetos a seres vivos, de mayor o menor consciencia, de que los demás son reflejo de uno mismo. De que el Todo y lo Singular son lo mismo.



Una consciencia de este tipo en los descontentos, en los núcleos de subversivos que quedan aquí y allá, aunque en pequeño número, con independencia de que a esa trama la llamen Dios, lo dejen en la interrogación o no lo llamen de ninguna manera y lo consideren algo espontáneo y natural, sin más, debiera constituir el núcleo de un futuro movimiento o fuerza revolucionaria futura.

¿Por qué lo veo así?. Porque para mí esa es la idea básica necesaria para romper en mil pedazos la Modernidad productivista y tecnoburocrática, aquella basada desde las revoluciones burguesas hasta las falsamente llamadas proletarias y campesinas-aunque indudablemente atrajeron a sectores obreros a ellas- en el desarrollo de las fuerzas productivas y en el ascenso de una nueva clase dirigente, la llamada  tecnoburocracia, que algunos definen actualizando el concepto como la jerarquía internacional de los propietarios del conocimiento, cada vez más y más separado de la sociedad.

Esa modernidad caracterizada por la expansión de los poderes estatales, pero también en coalición con los del capital, pese a la visión equivocada e infantil de numerosos izquierdistas, que imaginan que ambos poderes están enfrentados, y que el estado, usando un lenguaje coloquial, sería el poli bueno, la fuerza a utilizar para la "emancipación". Pues otra de las características de los habitantes de la Modernidad técnica y tecnolátrica es huir de la realidad, no enfrentarse a ella y verla de frente, no admitir que estamos solos ante las autoridades de los estados y el capital, que ninguno de ellos quiere nuestra liberación, sino la expansión hasta el infinito de sus dominios, usando la tecnología como instrumento de aislamiento, para que no logremos nunca encontrarnos en el mundo físico, en el tú a tú real, no virtual, haciendo ya casi imposible la lucha revolucionaria, la conciencia revolucionaria nueva necesaria.

Viendo en cada humano un reflejo nuestro, la tendencia a usarnos mutuamente como objetos, como mercancías a las que controlar, usar  y tirar y dominar de mil manera, se vería debilitada, pudiéndose abrir entonces sí, un camino a una nueva civilización, una nueva civilización de seres consciente cada vez en grado máximo, donde cabría un cambio revolucionario en libertad, brotando de un interior libre, transmitido el nuevo ideal de pecho y pecho, sin coacción,al contrario que en esas temibles revoluciones del siglo XX, impuestas bajo el terror y la fuerza bruta-con alguna excepción, como la húngara de 1956, por ejemplo-.

Esa nueva civilización, con esa nueva espiritualidad, uniría lo ahora separado, lo local y lo universal, lo individual y lo colectivo, la propiedad privada y la propiedad comunal, en un equilibrio de aparentes contrarios, que no son tales, ya que los hombres y mujeres necesitamos tanto espacios propios e individuales en los que poder aislarnos totalmente del resto, en silencio, como espacios colectivos en los que encontrarnos para tomar decisiones; disponer de una propiedad personal entendida como reflejo y extensión de uno, y otra comunal que permita sobrevivir y favorecer la armonía, la solidaridad real y la libertad como no dominación.

Quienes aún piensen en revolucionario, quienes se nieguen a abrazar el desierto en expansión de la Modernidad, ese desierto que abrasa y arrasa de vida el interior individual y las relaciones interpersonales, sustituyéndolo por el miedo, el lucro, y la voluntad de poder y servidumbre voluntaria, deben tomar nota de los fracasos terribles de revoluciones pasadas, y caminar por otro sendero.