La imagen del líder de la UGT, Cándido Méndez,
reelegido nuevamente tras 18 años en el cargo, es el símbolo perfecto de la
debacle de lo que llamaremos, para
simplificar, sindicalismo de Estado. Es decir aquellas fuerzas sindicales
partidarias del sistema de participación en las Instituciones a través de
elecciones sindicales, Comités de Empresa, Juntas de Personal, liberados,
subvenciones…
Este sindicalismo de gestión, considerado el
adecuado a los tiempos modernos, el del Pacto Social y las fotos con la
patronal y el Gobierno vemos que no tiene respuesta a la profunda crisis que
está asolando España y que ya ha sobrepasado los seis millones de parados.
Abandonado todo ideal de sociedad alternativa a la
existente este sindicalismo-que no carece, por supuesto, de militantes de buena
fe que luchan por el bienestar de los trabajadores y tienen su mérito
esforzándose en el día a día, los cuales tienen todo nuestro afecto- se limita a
defender unos derechos, centrándose en lo pequeño y olvidando una visión
general y unas metas elevadas.
Y aquí está para nosotros la clave del camino hacia
el precipicio que nos conduce este sindicalismo en su diversidad de siglas y
tendencias, del general, al sectorial o corporativo, del izquierdista al neutro
o teóricamente neutro. Y es que en un sistema basado en la desigualdad de
poder, la idea de que hay una empalizada de granito que el Poder no va a
destruir es una ficción. Esas empalizadas siempre serán de paja, y el poder podrá
ir destruyendo esos derechos considerados intocables poco a poco.
Al ser en realidad este sindicalismo un sindicalismo
defensivo centrado en lo mínimo-mejoras salariales, horarios…- y habiendo
olvidado absolutamente su idea original de una sociedad donde los trabajadores
conquisten y organicen los medios de producción de abajo a arriba se entrega
atados de pies y manos a los trabajadores a las oligarquías dominantes que sí
tienen una visión mucho más elevada de que hacer y, por tanto, todas las de
ganar.
Aunque sean situaciones diferentes, conviene
comparar dos actuaciones radicalmente diferentes. Una, la de la guerra civil,
cuando ante el vacío de poder y el cierre de muchas empresas y fábricas por la
situación, los sindicalistas de la época, fundamentalmente los y las
anarcosindicalistas de la CNT las autogestionaron y volvieron a relanzar la
maquinaria productiva, con mayor o menor fortuna. Y esto es así porque esos
trabajadores tenían un ideal de sociedad, que se podrá compartir o no-el
comunismo libertario-, tenían por tanto una idea que les guiaba, una formación,
unas redes solidarias, unos sueños de cambiar lo existente, sin recibir ni una
peseta del Estado, cuando no existían elecciones sindicales ni casi nada
parecido a lo hoy existente. Y cuando mucha gente carecía de estudios oficiales, o universitarios, lo cual da que pensar.
Pero si volvemos al presente, con unos sindicatos
que reciben dinero en relación a su nivel de representatividad, ¿qué respuesta
están dando al creciente paro, al creciente cierre de empresas?. Ninguna, ni
siquiera usan el dinero recibido para intentar crear una red de cooperativas,
de economía solidaria, de mercado alternativo, de plataformas de parados. Con
sus medios tendrían posibilidades de intentar algo de eso, ayudar a
trabajadores y parados. Pero no lo hacen ni lo van a hacer, porque carecen de
un verdadero ideal transformador, de una cultura obrera como la de antaño-con
sus ateneos, sus escuelas libres-, han sido dominados por la idea de la
necesidad de una estructura piramidal que nos de una serie de migajas, frente a
la reconstrucción de una sociedad horizontal, de verdadera solidaridad y apoyo
mutuo-aparte de la tendencia peligrosa a la corrupción del sindicalismo institucional,
que en sus cúpulas se lucra con cursos o cobrando de los ERES-.
Han caído en la trampa, en el sueño ,de que
participando del sistema se puede lograr mucho, mientras desde las alturas se
nos va empujando al foso poco a poco ofreciendo esas migajas que cada día van
siendo menores, pues la aguda crisis ya no permite contentar a los obreros que
se soñaban con ser clase media que siempre vivirían prósperos y felices
rapiñando al tercer mundo.
Ahora estamos en una situación muy complicada, con
el agua al cuello, habiendo desaparecido casi del todo esa cultura, esos
sueños, esas mentalidades rebeldes y constructivas que podrían ser de gran
ayuda. Todo debe ser reconstruido, y el tiempo juega en nuestra contra, pues de
seguir así en no mucho tiempo podremos asistir a la quiebra de la Seguridad
Social y de las pensiones, con las
desastrosas consecuencias que ello traería.
Tenemos que relanzar un sindicalismo libertario, de
combate pero que a la vez se atreva a plantear ese viejo ideal de una sociedad
de trabajadores libres, no pastoreados, y que no caiga en populismos, que
mantenga el sentido común. Pues uno de los peligros de todo sindicalismo, sin
excepción, es su tendencia a propugnar una especie de Reino de Jauja, de
sociedad de la abundancia material, donde todo se logra con el mínimo esfuerzo,
apenas se trabaja, hay muy buenos sueldos y se vive como en un cuento de hadas.
Esos ideales hedonistas, felicistas, deben desaparecer, pues esas mentalidades
son, en parte, las que nos han conducido a esta situación.
Debemos retomar la idea del esfuerzo por el bien
común, de que una vida digna no requiere de abundancia material, de
esclavizarse a objetos, así como volver a darle una gran importancia a la
calidad de los individuos, a la moral. A no esperar nada de las alturas, sino a
lanzarse a la construcción de una sociedad autogestionada, lo cual exige
abandonar las mentalidades y esquemas dominantes, de pasividad,
representatividad y dejar hacer a otros..
Pero también debemos ser conscientes de que este
sindicalismo alternativo solo puede ser una pata. La reconstrucción del
socialismo libertario requiere de algún tipo de organización que vaya mucho más
allá del ámbito sindical. Y que deje de lado totalmente posturas
fundamentalistas, de considerarse en posesión de la verdad. La acusación a
quienes tienen otras ideas de vendidos o traidores no sirve de nada.
Debemos
ser capaces de mostrar que hay otro camino, otras prácticas, respetando las
posturas de cada uno, sin sectarismos.
Hay que estar en la calle, con los que piensan
diferente pero mostrando que no pensamos como ellos, que tenemos un ideario que difiere, pero que no odiamos ni atacamos al que discrepa, ofreciendo nuestros argumentos.
Solo así habría alguna posibilidad de que el socialismo de autogestión
pueda volver a ocupar un lugar importante en la sociedad y aglutinar una fuerza
humana de calidad que luche por una transformación revolucionaria sin los
errores graves del pasado, sin pistolas ni bombas.
Muy probablemente nos espere la derrota, ser
triturados y llevados allá donde los poderes verticales decidan. Pero, para
nosotros, es preferible la derrota llevando un mundo nuevo en nuestros
corazones e intentando llevar esas ideas a la práctica, intentando mostrar un
camino, que ser derrotados sin nada que ofrecer, sin esperanza, como lo estamos
siendo hoy por hoy. Sin nada que aportar a los hombres y mujeres del futuro.