jueves, 29 de junio de 2017

Reflexiones sobre la nueva dictadura tecnoempresarial y la servidumbre voluntaria

Me comentaba mi madre el otro día que, escuchando las noticias, un empresario había dicho que lo de los Currículum-sin fijarse en otra cosa- estaba pasando a la historia. Que ahora en Recursos Humanos miraban las Redes Sociales, lo que una persona escribía o colgaba, y en base a eso se decidían a contratar o no al susodicho o susodicha.

Me lo decía, claro, con cierta preocupación,como una advertencia de que anduviera con ojo. Ya sabemos lo que se preocupan las madres por nosotros y cómo nos conocen, aunque no estén en las redes sociales ni nos lean; no les hace falta, ya saben cómo pensamos e intuyen claramente por donde va nuestra actividad en las mencionadas Redes.

Comentarios privados  y maternofiliales al margen, estas noticias son una muestra clara de que habitamos en una dictadura de nuevo cuño.

En esta nueva dictadura no hay leyes explícitas contra la libertad de pensamiento, contra lo que escribes o cuelgas para que otros lean, pero sí implícitamente. Al extremo de que si tu manera de pensar no encaja en lo considerado correcto, si se sale de lo admitido por los poderes, puedes quedar excluido, convertido en habitante de los márgenes de ese río dirigido y encauzado llamado sociedad.

Pero esa tiranía sutil y disfrazada de democracia tiene otra característica fundamental. Y es que somos nosotros mismos los que nos exponemos a ella, los que mostramos nuestras vidas, gustos, aficiones e ideas. Nosotros mismos nos entregamos de pies y manos a los diversos poderes, que pueden utilizar los datos que les suministramos para múltiples actividades: desde campañas de márketing, a estudios sociológicos, pasando por favorecer el control y la represión "invisible" del capital, fundamentalmente, pero también del Estado, que puede tener perfectamente, sin nosotros saberlo, listas o mejor dicho ficheros, con personas a las que por su talante subversivo conviene seguir los pasos, facilitadas posiblemente por los mismos que están detrás de esas Redes Sociales como facebook u otras.

A todo esto yo sumaría otra característica reciente, de enorme negatividad a mi entender, y es la nueva inquisición contra formas diferentes de pensar que está ganando a amplios sectores de la propia sociedad. Otra forma de autoencadenarse y de destruir la libertad, realizada por la propia sociedad.

Y son las denuncias contra actividades o actuaciones de personas u organizaciones que no van con nuestra forma de pensar, y ante la que se pone el grito en el cielo, llamando a su prohibición, a su denuncia. En esto no hay diferencias ideológicas. Lo vimos desde los famosos titiriteros denunciados por hacer apología del terrorismo-lo que no era cierto- al famoso autobús de los ultraconservadores de Hazte Oír, acusados de hacer apología del odio contra homosexuales, lo que sólo logró darles más publicidad.

Esto último, esta nueva oleada represiva e inquisitorial surgida de la propia ciudadanía, es mucho más grave de lo que parece, pues refleja que ya está preparado el caldo de cultivo para que ni tan siquiera sea necesaria la intervención directa represiva del Estado contra determinados actos o actividades, sino que son los propios individuos o diversas asociaciones las que hacen de nueva Gestapo, de nueva Checa, denunciando a las autoridades para que tomen las medidas oportunas.

Cediendo a la anécdota-o no tan anécdota, pues al fin y al cabo la experiencia personal es lo que cuenta-, recuerdo que trabajando hace unos años en cierto Centro de Investigación, ciertas "compañeras" me denunciaron al jefe, por haber hablado con algún compañero de la necesidad de crear un sindicato, sindicato radical desafecto a los de los "progresistas" o habituales. Y en otra ocasión, debatiendo con una amiga, medio en broma medio en serio en el pasillo le dije que los sindicatos robaban. Al cabo de pocas horas vino el jefe y me echó en cara tal comentario, algo sorprendente, pues se supone que vivimos en un sistema con libertad de expresión.

Alguien lo había oído y se había chivado-y no precisamente esa compañera-. 





Cuento esto, como algo que aunque pueda parecer anecdótico, no lo es tanto, y que me hizo darme cuenta de que podíamos entrar sin darnos cuenta en una fase de dictadura de nuevo tipo, de defensa del pensamiento ortodoxo y de rechazo y denuncia realizado por los propios sin poder, por los propios don nadie, sin presión de las alturas. Y que me hizo comprender que no hay diferencias entre izquierdas y derechas, pues, en este caso, el mencionado Centro era un lugar de predominio del pensamiento de izquierdas-o progre, mejor dicho, pues casi toda la izquierda hace mucho que no es otra cosa-

Todo esto supondría una nueva vuelta de tuerca a lo que nos decía Etienne de la Botie, ahora aplicado en una sociedad tecnológica : la servidumbre voluntaria. Cómo somos nosotros mismos los que sostenemos el Poder, cómo nos atamos a él voluntariamente, y cómo somos capaces de servirlo frente o contra los iguales.

También Huxley expresaba algo parecido, cómo se instalaría una dictadura sin terror, con el consentimiento de sus súbditos, felices de buscar el placer, envueltos por la publicidad y la propaganda que les lleva a amar su cárcel y a hacer de carceleros unos de otros, e, incluso, en un paso más allá, de sí mismos. 

La tecnología, las redes sociales,  son la herramienta más útil para ese futuro que ya es presente.

martes, 20 de junio de 2017

Ivan y los perros

Una de las obras de teatro más impactante, emotiva y dura que he tenido el gusto de ver en los últimos años es Iván y los perros.

Basada en un hecho real, nos situamos en la Rusia post-soviética, a principios de los años noventa. Un país asolado por las penurias, las dificultades para muchos ciudadanos de salir adelante en el día a día, y donde los mafiosos actuaban a sus anchas, asesinando impunemente, en medio de su vida de lujo, visitando buenos restaurantes y rodeándose de las mujeres más bellas.

En este escenario, Iván, un niño de cuatro años maltratado por su padrastro día sí y día también, y desprotegido por su madre, tiene el impulso de huir escapando una noche a las frías calles moscovitas, con unos pepinillos y una bolsa de patatas.

Un solo actor, en una brillante actuación, nos va relatando, ya adulto, su vivencia, mezcla de espanto y grandeza, de horror y momentos de felicidad. Y es que el niño no sucumbió al pegamento ni al alcohol, como los  miles de niños que deambulaban por la inhumana ciudad, escapados del horror familiar o abandonados por su familia, incapaces de mantenerlos. Niños drogados para olvidar en lo que se había convertido su vida, de miradas vacías, ateridos por el gélido invierno ruso.



Pero Iván tuvo la fortuna de encontrar el calor y el amor de forma insospechada: de una manada de perros que le protegía, con la que compartía juegos y alimentos, con los que aprendió a comunicarse, aullando como ellos, cobijándose del frío al calor de su refugio, de la pelambrera de su nueva y verdadera familia.

La obra es un canto, mejor dicho, un aullido poderoso,  a buscar el cariño y agarrarse a él en los lugares más insospechados. Es una dura denuncia, aún de actualidad, a la deshumanización, a las gélidas miradas y sentimientos que se dan en esa llamada especie inteligente y superior que se hace llamar ser humano, en realidad más bien un ser de filo helado y cortante, un témpano andante ciego a los prójimos que pasan a su lado.

La obra ya no está en cartel, pero si vuelven a reponerla, que espero que así suceda, no se la pierdan.

Le hará pensar y sentir a partes iguales, reconocer su salvaje inhumanidad, en contraposición con el salvaje amor que refleja la mirada y la acción de esos seres considerados irracionales, los perros.

viernes, 16 de junio de 2017

Reflexiones sobre los cambios necesarios en el modelo sindical y político-social

Leía hace pocas semanas la noticia sobre la creación de una Red de Autodefensa Laboral, en Pamplona y Comarca, donde se planteaba la necesidad de organizarse laboralmente desde los barrios y pueblos, tejer alianzas y practicar la solidaridad y el apoyo mutuo.

La propuesta, aunque quizás un tanto vaga e imprecisa aún, abre o podría abrir un debate sobre los cambios imprescindibles que debería afrontar el sindicalismo pero también indirectamente los movimientos sociales.

En mi opinión los sindicatos, en su mentalidad y formas de actuación adolecen de defectos que hace que la gente se vaya alejando de ellos y no los considere instrumentos útiles de cambio y transformación. Sus luchas son defensivas por norma general, y ya sabemos que quien o quienes se limitan a defenderse, acaban derrotados.

Es como si en el fondo fueran estructuras organizadas para épocas de pleno empleo, donde basta con hacer alguna reclamación económica y punto, pues si algún trabajador cae en el paro pronto encontrará otro que le permita vivir dignamente.

No es necesario para sus múltiples siglas, con muy escasas excepciones sin apenas seguimiento en la actualidad- el anarcosindicalismo-, tener un ideal emancipador, ni intentar conectar con luchas barriales y territoriales.

Pero la época de las vacas gordas ha pasado, el paro y la precariedad se ha extendido como un cáncer, y los sueldos se han desplomado. Todo esto que sucede ante nuestros ojos, y que afecta a nuestra vida, a nuestras carnes, provoca que el sindicalismo  tenga que plantearse un cambio de rumbo.

Y no es sólo rechazar las subvenciones y cualquier atadura con el sistema, sino que se hace necesario que se recupere un ideal revolucionario y transformador, pero no al viejo estilo del sindicalismo revolucionario, donde el Sindicato es el instrumento central del cambio. No, nuestra época no debe caer en el error de buscar una sola sigla u organización, aunque sea sindical, como núcleo transformador.

Lo que se necesita es como plantean los trabajadores de la Red de Autodefensa Laboral, engarzar la pelea laboral con la vecinal, con la barrial, con la municipal y así hasta el máximo nivel, el mundial, aunque evidentemente eso requiere por desgracia un tiempo largo, debido al abandono total de cualquier internacionalismo real por el movimiento obrero.

En sus barrios y comunidades, la clase trabajadora debería tener o encontrarse con un tejido social que les apoyara tanto en sus reivindicaciones, como en su situación de parado, y a la vez ellos a las reivindicaciones de los ciudadanos en otros ámbitos. Pero no sólo eso, si no que una red comunitaria y laboral unida, permitiría ir creando una sociedad paralela a la existente.

Lo que llamaríamos copiando a los navarros y extendiendo algo su nombre para hacerlo todo más claro: Red de Autodefensa Laboral y Comunitaria, podría hacer nacer o revivir viejas ideas que la modernidad dejó en el desván de los recuerdos por considerarlas arcaicas, pero que guste o no deberían regresar.

Unas comunidades orgullosas por autogobernarse podrían favorecer la creación de cooperativas integrales, tierras o cultivos comunales, trabajo comunitario o autónomo no asalariado, ocupar fábricas o empresas en quiebra o cerradas y desarrollar formas de educación y ocio alternativas, entre otras muchas cosas, es decir podría ser un instrumento fuerte de afrontar los embistes del capitalismo.

Se trata de revivir la idea de una federación de comunas o municipios autónomos, con una multiplicidad de organismo de base, como los Consejos Obreros, los vecinales y de otro tipo, que dejen a los partidos políticos de lado.

Por desgracia estamos en una guerra social, los diversos poderes nos están machacando, ante nuestro silencio resignado o la ilusión de volver a los buenos tiempos.Cualquier tipo de conciencia solidaria ha volada hecha añicos y lo que queda de organismos defensivos carecen de una visión global y no se han adaptado a los tiempos.



Ideas de moda como el localismo o el decrecimiento, si bien tienen algo de ciertas, en el sentido de que buscar el crecimiento infinito o abrazar la globalización capitalista como tabla de salvación nos lleva a la ruina y a la pérdida de la libertad, parecen acabar sirviendo a las clases gobernantes, como nacidas de mentas bienintencionadas pero satisfechas económicamente, que no ven lo que les rodea.

La necesidad de dotarse de una visión global para más tarde poder enfrentar a los poderes mundiales en su loca carrera armamentística urge-aunque evidentemente se parta de lo local, de la célula-, lo mismo que recuperar una vida digna en lo material, lo que no supone buscar ser ricos ni obsesionarse con lo económico. Pero hacer bandera del decrecimiento con salarios menguantes, es, ya digo, una forma de cruel sarcasmo.

Los izquierdistas no parecen capaces de enarbolar ideas serias, ideas verdaderamente de cambio, de derribar el aparato de dominación. Y se dejan enredar con propuestas extrañas a las viejas tradiciones.

El modelo sindical y político-social requiere de una fuerte revisión, de buscar viejas herramientas que sirvan para afrontar el horror en que vivimos, y las terribles amenazas que se yerguen contra nosotros.

Aprendiendo de los fallos, sí, evitando sectarismos, doctrinarismos e ismos varios. 

No necesitamos volver a la época de las doctrinas, de los ideólogos. Sí dar algunas pinceladas y tener claro que los individuos y las sociedades pueden gobernarse a sí mismas y que podemos vivir de otra forma.

Cuando brote esa conciencia la sociedad abrirá otro camino, con naturalidad, sin dogmas ni senderos trazados de antemano.

Mientras tanto sólo cabe capear el temporal como buenamente podamos y cruzar los dedos para que la barbarie no siente sus reales de manera absoluta, arrasándonos interna y/o externamente.

sábado, 10 de junio de 2017

Ignacio Echeverría y la conciencia cristiana

Mucho se ha hablado de la muerte de un joven español en los atentados de Londres, de su heroísmo enfrentándose a varios terroristas con un sencillo monopatín y algo se ha mencionado de su religiosidad.

Ese "algo" que se ha mencionado de su religiosidad es para mí la clave de su actuación, lo que explica que no temiera dar su vida por otros; pero esa creencia no encaja en nuestra visión laicista, resulta incómoda en una época donde la moda general es el rechazo, la incomprensión o la burla incluso en amplios sectores sociales a la fe cristiana-o católica, pues hay muchos cristianismos, por supuesto-.

Esto, claro, en un país donde mucha gente sigue bautizando a los hijos, llevándoles a hacer la comunión y casándose por la Iglesia, además de haciendo funerales por los seres queridos, por si las moscas, no sea que al final exista Dios, sea católico y...;cosas de España, país pendular, que ha caminado del fanatismo nacionalcatólico al fanatismo progre, y donde no estamos tan lejos de la doble moral que achacamos a otras naciones.

Ese heroísmo que se le ha achacado al compatriota en todos los medios y comentarios, tiene más que ver con una clara conciencia cristiana. Con una coherencia en los hechos, muy poco habitual -y posiblemente una de las causas de fondo de la caída del cristianismo- en los creyentes ,con el Mensaje y las propuestas que aparecen de Jesús, su Maestro, en el Evangelio. 

Es ni más ni menos que el amor al prójimo, socorrerle y llegar, si es el caso, a dar la vida por él. 



Una conciencia que es capaz de anular las toneladas de peso del instinto de supervivencia que anida en todos nosotros, y que nos empuja a apartarnos, como impulsados por una poderosa mano invisible, de situaciones de grave peligro, donde nuestras breves vidas se ven amenazadas.

Pero en un puñado de personas, generalmente las que abrazan algunos ideales o creencias en el Bien, -con independencia de que sus representantes se hayan desviado en numerosas ocasiones a la obscuridad, al Mal- logra imponerse en un fogonazo de segundos lo irracional, el desapego a la vida, el seguimiento a las enseñanzas y al ejemplo de su guía espiritual.

Ignacio decidió coger su cruz, enfrentar la injusticia y morir por todos, como se afirma en el Nuevo Testamento que murió Jesús.

Y, aunque vaya contra el "espíritu" hedonista de la época, nada más bello, nada más glorioso, nada más pleno de sentido que morir pronto entregando la vida por los demás. Su vida ha sido perfecta, ha tenido un sentido, lejos del sinsentido de la mayoría de las nuestras, que vagamos sin norte por las tinieblas que nos imponen los poderes, esperando retrasar nuestro fin todo lo posible, buscando el sentido del existir en viajes, monedas y placeres múltiples, sin conocer en realidad lo que somos, ni a quienes pasan a nuestro lado, convertidos en mercancía y objetos para nuestro uso y disfrute.

Que la tierra te sea leve compañero y ojalá exista ese Dios del Amor para que se cumpla tu sueño: fundirte con Él más allá del espacio y el tiempo. Y gracias por tu ejemplo.

domingo, 4 de junio de 2017

La cantante calva

Se ha representado en el Teatro español una de las obras más famosas de Ionesco, máximo representante del llamado teatro del absurdo.

De entrada tengo que reconocer que inicialmente me decepcionó mucho por comparación con otra obra del mismo autor que me entusiasmó cuando la visioné hace un par de años: Rinoceronte, fábula sobre la aceptación y conversión de multitudes de hombres y mujeres a los totalitarismos y dictaduras de distinto colorido e ideologías.

La cantante calva tiene una enorme fuerza simbólica y algunos lazos de unión con la obra antes citada: la deshumanización. El texto, según parece, nace inspirado por un método de aprendizaje de inglés basado en repetir frases y expresiones, en una especie de juego de automatismo. Para Ionesco nuestras vidas individuales y sociales se basan en una forma de automatismo colectivo, en una repetición de actividades, frases y comportamientos.

La cantante calva nos muestra un matrimonio inglés, ella diciendo siempre lo mismo, él con la mirada clavada en un periódico, apenas sin hablar, reflejando la incomunicación y la soledad, una soledad de falso acompañamiento, de parloteo repetitivo, de repetición de rutinas mañana, tarde y noche.



La visita de un matrimonio amigo, diálogos y situaciones absurdas, queriendo representar de forma tragicómica nuestra condición de autómatas, de presos encadenados por la fuerza aplastante de la no vida de las convenciones y las rutinas, por esa condena de lo mismo sucediéndose mañana, tarde y noche, de miradas y palabras lanzadas como al vacío, junto a un otro que es en realidad un desconocido, un fantasma, una sombra errante al que no se reconoce en su esencia, en su individualidad, una especie de bulto del que ya sólo emana un gélido frío.

Como contrapunto una criada fogosa, que quiere vivir apegada al calor, al fuego, y un bombero que sueña con perseguir esos incendios ya casi desconocidos en esa sociedad de muertos en vida que es la nuestra, de dominio total de la atonía, a la que ni tan siquiera la creciente y feroz crisis actual  ha hecho despertar, manteniéndose su inercia, sus actos mecánicos y condenándonos a un viaje a ninguna parte, como el voto a algunas nuevas cara juveniles que, como en la obra, nada expresan, siendo todos nosotros incapaces de soñar o luchar por otra cosa, por intentar salir de nuestro estado, por reavivar un fuego creador y destructivo a la vez.

Si inicialmente como he dicho el texto de Ionesco me decepcionó, con el paso de los días se ha ido engrandeciendo, provocando varias reflexiones sobre mi vida en particular, y la situación social que arrastramos, que hacen que Ionesco me resulte un visionario, alguien capaz de diseccionarnos y mirar lúcidamente no sólo el presente, sino el sombrío futuro que nos esperaba y que ya está aquí, con su capa de desolación y desesperanza.