miércoles, 12 de octubre de 2016

La vejez y el camino de retorno

Cumplidos hace poco cuarenta y un años, cada vez me hago más consciente de que me sitúo en el otoño de mi vida. Y, sinceramente, no me preocupa ni inquieta, todo lo contrario.

Frente a ese espíritu juvenalista que impulsa la sociedad teledirigida y de la banalidad actual, hace mucho que considero que es la sabiduría del agostarse la vida, el sueño a alcanzar, o a vislumbrar mejor dicho, dado mi proverbial pesimismo de considerar que somos seres derrotados y condenados al fracaso desde el nacimiento; pero que es en esa aceptación donde podemos lograr cierta serenidad, con años de esfuerzo.

Cuando hablo de sabiduría, evidentemente, no me refiero a acumular muchos conocimientos teóricos, sino a la sabiduría de los clásicos, basada en saber vivir adecuadamente, representando cada uno su papel e intentando aceptar  los puñetazos que doblan y a veces tumban nuestro espíritu, llegando a pensar a veces que estamos acabados, pero encontrando, no sabemos de dónde ,una especie de mano misteriosa que nos levanta, poco a poco, del aturdimiento.

No tengo ni he tenido nunca, si he de ser sincero-cosa que en mi opinión se va ensanchando con los años-, ningún aprecio a la vida. Tampoco la odio.

Más bien la considero un dolor de muelas que de vez en cuando para, y deja momentos fugaces de descanso, de relajación, donde se alcanza ese sueño anhelado, más mítico que real de la felicidad, felicidad que se disuelve rápido como las pesadillas y pánicos infantiles cuando comenzaba a clarear y una luz difusa entraba por las rendijas de las persianas deshaciendo los monstruos que nos acechaban.

En esta visión obscura de la vida influye sobremanera la lucha diaria, agotadora, con mi demonio de la tartamudez. Cuando la mente, cada vez que tengo que decir algo, se pone en alerta y el pánico se extiende al resto del cuerpo, como si estuviera ante un asesino con un hacha, atemorizada esperando el ridículo, el bloqueo, las palabras que no salen o salen mal de la boca, convertida en enemigo.

Sin embargo, conquista de esa sabiduría de los años, muy lentamente he llegado a la conclusión de que la forma de mejorar es su aceptación, la resignación, esa palabra, ese concepto que tanto nos chirriaba y combatíamos en la infancia, adolescencia y juventud, que nos sonaba a discursos de señoras y señores de misa y franquismo.

Sin embargo sólo aceptando esa compañía sarcástica que nos mira maliciosamente amenazándonos con estrangularnos, es la única manera de alejarla paso a paso de nuestra realidad. Muy tarde, pero nunca es tarde si la dicha es buena.

Otra idea dominante sobre la vida que quisiera rechazar es la que ve la vida como algo lineal, un camino que lleva de la niñez a la muerte.



Y es que hace poco me sorprendía a mí mismo regresando a aficiones de otros tiempos ya lejanos,  retornando paralelamente sobre mis pasos.

Me descubro entusiasmado haciéndome con una enciclopedia de animales, como cuando leía con avidez libros de zoología de pequeño. Espero, irracional de mí, con interés Cuarto Milenio, como cuando me compraba la mítica revista de los ochenta y principios de los noventa Más Allá, de Fernando Jiménez del Oso, y vuelven mis viejísimas reflexiones de niño y adolescente sobre los OVNIS, qué son, si son o no humanos, cuál es su procedencia...

Retomo también mi interés sobre la existencia o no de Dios, si hay vida o no más allá de la muerte. 

Comienzo a interesarme por libros sobre diversas corrientes espirituales, cierto que no desde una perspectiva de creyente, pues la idea de la vida eterna, como conciencia individual ,me espanta y la rechazo profundamente, sino desde una más filosófica. Pero no me cierro como en otras épocas a nada.

Poco a poco, aunque quizá nunca desaparezca del todo, mis intereses políticos van ocupando un segundo plano, y, espero, pronto, un tercero y último.

Frente a la necesidad juvenil de adscribirse a algo y de seguir fielmente a una masa de personas, me descubro, con grata sorpresa, que mis miedos a ser políticamente incorrecto, al qué dirán los de mi cuerda si discrepo de ellos, va menguando.

Aquí aparece otro elemento de esa sabiduría que se gana con los años, el buscar la libertad absoluta de pensamiento, sin importar lo que piensen familia o amigos. Ser capaz de criticar e incluso hacer un corte de manga a opiniones antes sagradas u organizaciones antaño afines.

Decía un gran amigo que él moriría como alguien de izquierdas. Pero yo quiero morir como un espíritu libre, limpiándome el culo con papeletas de izquierdas, derecha, centro y extremos.Que los farsantes de los partidos vivan a costa de otros, pero no de mí.

 La Boetie y su Discurso de la servidumbre voluntaria o el Contra Uno, eso sí, espero, siga siendo mi libro de cabecera, pues su adscripción lo es a la libertad, no a sus usurpadores.

Para finalizar, para mí, la vejez es, en realidad, más que un camino al fin, un camino de retorno al pasado, hacia ideas, sueños y aficiones que los años y las cadenas y prejuicios de la adultez sepultaron, pero que, afortunadamente, al menos en muchos casos, caen al suelo y nos hace volver a tener los ojos y la mente más despejada y abierta de los niños. 

Eso sí, con las cicatrices y decepciones de que ellos carecen, pero que son inevitables y que, pese a todo, nos ayudan a abrirnos paso en la maleza para acercarnos a la vieja sabiduría.