viernes, 30 de diciembre de 2011

The Artist

He aquí una película sorprendente y muy recomendable. Arriesgada, realizada en blanco y negro, muda, como el cine original, ha sido para muchos una agradable sorpresa. Sencilla y melancólica recrea los últimos tiempos del cine mudo donde a falta de sonido, los actores y actrices gesticulaban y expresaban con sus gestos y movimientos físicos,un tanto exagerados, los sentimientos y emociones que sus papeles requerían.
The Artist nos lleva a contemplar el hundimiento de un actor de cine mudo que pasa de la gloria y los aplausos de la multitud, al olvido y el rechazo cuando aparece el cine sonoro, cine al que es incapaz de acostumbrarse, impidiendo su orgullo realizar el nuevo tipo de películas que reclamaban los espectadores.
Y frente a su fracaso, el triunfo de una joven actriz a la que él apoyó, que ayuda desde las sombras al antiguo galán, cada vez más hundido en la miseria moral y material. 
Debemos mencionar que todos los actores, incluido el entrañable perro que acompaña en su descenso a los infiernos al antiguo triunfador, expresan muy bien toda la gama de sentimientos que la película requiere, del amor al triunfo, el fracaso, la autodestrucción y el renacimiento.
The Artist es una apuesta arriesgada, teniendo en cuenta lo lejano que resultan los tiempos del cine mudo y la posibilidad de incomprensión por parte del público, pero que se ha saldado con con un merecido éxito. El riesgo, en ocasiones, merece la pena.

miércoles, 14 de diciembre de 2011

Triunfo y crisis de la civilización economicista


Mucho se está debatiendo desde que explotó la crisis económica sobre sus motivos y sus posibles soluciones, cada uno desde sus respectivas visiones ideológicas, ya más liberales, ya más socialdemócratas .Unos apostando por más austeridad y recortes y otros  por más impuestos a quienes más tienen, gravar a los bancos y las transacciones financieras o especulativas, nacionalizar la banca total o parcialmente… Pero muy pocas voces parecen querer analizar las raíces más profundas de la crisis económica y si ésta en el fondo pudiera corresponder a una crisis de civilización, es decir a toda una forma de entender la vida, de entender al ser humano.
Y en mi modesta opinión la naturaleza última de la crisis es civilizatoria. Corresponde a una crisis de lo que podríamos llamar civilización economicista. Por economicismo entendemos unas sociedades para las cuales el centro de todo es la economía comprendida en un amplio sentido: el dinero, el consumo, la productividad, el bienestar material, la acumulación de riqueza, lo fisiológico, el trabajo asalariado, la tecnología como liberación… Nuestra civilización considera tales aspectos esenciales, anteponiéndolos en la práctica a lo que podríamos calificar de valores del “espíritu” o la conciencia,  como la libertad entendida como no dominación, la reflexión, el autoperfeccionamiento moral, el amor al conocimiento por el conocimiento mismo, el esfuerzo, la cooperación, el compartir, la convivencialidad, el trabajo creativo o libre que busca el crecimiento personal o social sin coacción, sin contraprestación, entre otros valores.
Sin embargo, en un largo y lento proceso de siglos, terminó por expandirse y triunfar la llamada civilización economicista, aquella que pone el acento en los elementos materiales, en las sociedades de productores y consumidores, para los cuales lo esencial es la abundancia de productos y servicios, el mero vivir bien exigiendo a los de arriba. Esta citada civilización sabe atraerse a las multitudes vendiendo múltiples baratijas, creando necesidades constantes de objetos de los que disfrutar, usar y tirar y fomentando un estilo de vida que combina pasividad, competitividad, servilismo y hedonismo.
Pero tal civilización, obsesionada por lo monetario desde la ultraderecha a la ultraizquierda, conlleva el desarrollo de instituciones y poderes que escapan al control de los ciudadanos por un lado, desde la banca a los llamados mercados financieros, grupos de personas capaces a día de hoy de llevar a los países a la quiebra, o de ponerles en graves apuros, potenciando una economía ya ni siquiera productiva, sino especulativa; un tipo de sistema económico monstruoso, sin nombres o rostros claros detrás, que hace de los productores mercancías de usar y tirar. Y es que no somos conscientes, pese al culto por lo económico, que economía y política están unidas, que en gran medida la economía es política, por el mero hecho de que las relaciones económicas dominantes son relaciones de poder, de dominación. Nuestra actual civilización no es sólo esclava de las cosas, es también esclava de las personas que desde diversas instancias impulsan las formas de vivir, relacionarnos, trabajar, pensar y consumir
En segundo lugar todo esto se ha agravado al haber potenciado en épocas pasadas el endeudamiento a todos los niveles, desde el familiar, al provocado por la expansión del Estado, que bajo la etiqueta de Estado de Bienestar, implica unos gastos enormes y la creación de seres pasivos, que esperan todo de los dirigentes.
Diferentes factores que han llevado a la crisis de nuestra civilización, crisis agudizada por el ascenso de otras potencias que están empezando a ganar la partida en el juego del mercado mundial.
Pero la crisis del economicismo no implica que nuestro sistema de vida vaya a desmoronarse por sí mismo. Y esto es porque hoy por hoy no existe ninguna fuerza social consciente que ponga los anteriormente citados valores de la conciencia ,o humanistas, en el centro.
Es cierto que en principio hay indicios positivos  en los movimientos de protesta  que se están produciendo en algunos países occidentales, de España a Estados Unidos . Pero lo que tendríamos que preguntarnos es si las personas que se lanzan a protestar a las calles están luchando por crear una nueva y verdadera civilización, de hombres y mujeres conscientes y autogobernados, o si lo que en realidad quieren es mantener sea como sea la sociedad de consumo, la primacía de lo material, el seguir viviendo como ganado al que no falte el pasto.
Si es lo primero, hay esperanzas de reconstruirnos como seres humanos; si es lo segundo, estamos condenados a dar vueltas eternamente al círculo infernal de una civilización cada vez más degradada, la civilización del economicismo. Con grave riesgo de que tarde o temprano, las feroces luchas competitivas entre potencias, acaben en una nueva guerra mundial.

martes, 6 de diciembre de 2011

Reflexiones sobre las revoluciones árabes

Túnez, Egipto, Libia, Siria...han sido noticia estos últimos meses por las revueltas que se han producido en ellos. Una oleada de revoluciones se ha desarrollado por todo el mundo islámico, en lugares donde parecía que nada ocurriría, y donde la opinión general era que aquéllas sociedades nuca se moverían, que sus gentes aceptarían eternamente la situación en que vivían.
Pero, de forma sorprendente, la realidad se ha encargado de desmentir la idea dominante, y miles de personas en diversos países del mundo islámico se echaron a las calles a reclamar más libertad y una mejor vida, llegando en algunos casos, como en Libia, ha producirse una guerra civil en la que intervino la OTAN en favor de los sublevados. Y haciendo la vista gorda ante un hecho tan reprobable como la tortura y asesinato sin ningún tipo de juicio de Gadaffi. Hecho que junto con el asesinato de Ben Laden, también aceptado con naturalidad ,abre un camino muy tenebroso, el de pensar que todo vale, que el asesinato es legítimo, lo que nos llevaría a reflexiones profundas sobre lo que se nos viene encima sin darnos cuenta, que tipo de sociedad y sistema se está impulsando desde el Occidente de los derechos humanos; pero esto es otro tema...
Pasado un tiempo prudencial, pasado el entusiasmo inicial con que acogimos las rebeliones, es hora de intentar reflexionar sobre el futuro de los países que han logrado cambiar el régimen, o que parecen estar cerca de ello. Y he de reconocer que el optimismo, la luz que parecía desprenderse de las revoluciones, se ha tornado en duda, en sombras amenazantes.
Esto no significa que apoye algunas tesis que sostienen que todo ha sido un movimiento impulsado por Estados Unidos y algunos países occidentales para cambiar los sistemas políticos autoritarios de la zona, y beneficiar a Occidente. No creo en las tesis conspiranoicas, en la idea de que agentes ocultos de potencias mundiales puedan hacer movilizar a cientos de miles de personas, pues con tales argumentos cualquier revolución sería tachada de estar al servicio de intereses ocultos, con lo cual indirectamente se está favoreciendo el conformismo, la aceptación resignada de lo existente .Lo que no quita que una vez creada una situación revolucionaria las potencias intenten sacar tajada  convirtiendo los nuevos regímenes nacientes en aliados en el tablero mundial de amigos y enemigos.
Dicho esto, muchos pensábamos que se abriría un período de libertad para los países árabes, de triunfo del laicismo. Pero la falta de reflexión y la ingenuidad no son buenas compañeras, y las ilusiones se están enfriando rápidamente.
Y creo que algunos no tuvimos en cuenta la fuerza del islamismo, el que los movimientos políticos islamistas eran los más organizados, y por tanto los que acabarían imponiéndose. Es evidente que en las revoluciones  acaban triunfando las fuerzas más preparadas, aquellas que cuentan con una mejor organización, ideas más claras y cohesión interna, aunque no sean las que impulsaran la rebelión. Y estas son ,en muchos casos, los partidos islamistas. Son ellos quienes se están imponiendo, si bien en unos casos son grupos más moderados, y en otros más radicales. Pero este triunfo de fuerzas en principio autoritarias deberíamos haberlo previsto. La mayoría de las llamadas revoluciones, empezando por la mitificada revolución francesa, supusieron el triunfo del despotismo y el terror en sus diversas formas:del jacobinismo al comunismo o los caudillismos. Pocas lograron mantenerse ajenas a la tiranía, fundar la libertad. Y sólo este hecho debería haber conseguido hacer que fuésemos más precavidos.
Incluso si la intención de algunas potencias occidentales ha sido apoyar las revoluciones para conseguir que los países árabes fueran aliados frente a potencias emergentes como China o el problemático Irán, puede que tampoco se logre. Es evidente que un triunfo islámico en nada perjudicaría a Irán, que podría verse incluso reforzado, acelerando los preparativos de una guerra contra el citado país. Tampoco afectaría negativamente a China, el enemigo principal hoy por hoy de los Estados Unidos y de Europa Occidental, pues es difícil que regímenes islámicos hicieran pinza con Occidente contra China.
De cualquier forma no debemos oponernos a las rebeliones contra los autócratas, todo lo contrario, debemos alegrarnos cuando esto suceda, pues es una señal de que la idea de libertad no puede ser definitivamente destruida. Pero si debemos mostrarnos más precavidos, menos ingenuos, no olvidando la tendencia histórica de sustituir un sistema de opresión por otro.
Con todo, no sabemos lo que sucederá en el mundo árabe, ni si los gobiernos islámicos que parecen vislumbrarse en el horizonte liquidarán la libertad naciente, o la respetarán, pudiendo en un futuro ser sustituidos por otro tipo de fuerzas políticas. La historia, el tiempo, dirán.