jueves, 15 de septiembre de 2016

El sendero olvidado

Vivimos sumergidos en una civilización para la que ideas como desapego, resignación, indiferencia al placer, introspección, soledad voluntaria, ascetismo, vida interior, contemplación, celibato filosófico... son grandes males.

Hay que ser activo, gozar la vida, adquirir, consumir, ser propietario, tener muchos amigos, estar continuamente distraído, tener pareja y/o vida sexual activa, viajar... La idea de la felicidad consiste en recibir o conquistar del exterior, pues de lo contrario se considera que no hay éxito personal, que la persona no deja huella en la vida.

Pero estas ideas no eran las que propugnaban los sabios y las diversas escuelas de sabiduría desde los tiempos remotos.

Con sus diferencias la visión de la vida que tenemos los habitantes del tardocapitalismo decadente, y, por tanto, crecientemente opresivo, es lo contrario a los planteamiento de la buena vida de los diversos espíritus que intentaban elevarse y ver más allá de la realidad, de lo que se ofrecía y vivía en sus épocas.

Cierto que por desgracia sus ideas se han distorsionado. Sus seguidores, en muchos casos, acabaron por crear cultos religiosos, divinizando a los maestros , sustituyendo la búsqueda de distintas maneras de alcanzar la serenidad y la libertad interior por el ritualismo y la aceptación y defensa de un orden de valores en realidad contrarios al que supuestamente deberían abrazar.

Pero aceptando toda esta degeneración de los viejos ideales: ¿de dónde parten, en mi opinión, los males profundos que nos desgarran individual y colectivamente?. Pues de los apegos o deseos de perseguir y alcanzar estados que, como todo en la Naturaleza, son transitorios: riquezas, fama, salud, felicidad, placeres, amor... La transitoriedad de todo, su desaparición y el surgimiento como una enorme ola que nos arrastra y nos hace dar volteretas sin control de sus opuestos, el dolor, la tristeza, la pobreza, el sufrimiento,el fracaso, nos provoca un mayor sufrimiento, un mayor dolor ante el mundo.



Pero si nos guiamos por las enseñanzas estoicas, taoístas o budistas, por ejemplo, y aceptamos el Orden Natural del Cosmos donde todo cambia, y nos vemos a nosotros mismos, a nuestro Yo, a nuestro cuerpo como algo que devorarán los gusanos, o que quemarán las llamas como un muñeco de cera lograríamos, viendo las cosas y los sucesos con mayor desapego, resignarnos, en un sentido positivo, a los acontecimientos de nuestras vidas.

Para esto es necesario fortalecer aspectos que, como he escrito más arriba son minusvalorados por nuestra sociedad del culto a lo externo: expandir los espacios de aislamiento y soledad respecto al mundo y sus ruidos incesantes y ensordecedores, conocerse como decía Sócrates a sí mismo, con la ayuda de la introspección y la meditación, la contemplación de lo que nos rodea, de la Naturaleza, en silencio, escuchando el viento, el piar de los pájaros, observando sus vuelos, sus movimientos, oliendo la tierra, los árboles, las flores.

No es necesario, como muchos pueden creer, adscribirse a una religión, creer en un Dios personal, para encontrar ayuda y guía en este sendero solitario y olvidado.

El estoicismo, del que me siento afín y discípulo imperfecto, muy lejos de sus metas, nos propone ejercicios mentales muy diversos para afrontar los destructivos deseos, miedos y apegos, quitándole importancia a cosas que en nuestras mentes aparecen como imprescindibles o como dándoles una importancia que en realidad no tienen.

Así Epicteto proponía, para vencer nuestro miedo a la muerte, acostumbrarnos a imaginarnos muertos. Y Marco Aurelio propugnaba, frente a las ataduras u obsesiones sexuales, ver el sexo en su cruda realidad: un espasmo de segundos, unido a la eyaculación de un líquido viscoso y maloliente.

Crudo, contrario a la moda de la época y a los nuevos censores y represores que consideran que no somos nada sin vida sexual, e incluso marcan cuántos días a la semana se debe fornicar para una vida sana.

Y es que la libertad consiste en dominar las pasiones, reducir los deseos al mínimo contemplando las cosas en su realidad desnuda, sin artificios y, añado yo, no seguir las modas o el péndulo de la sociedad, que como los relojes condena una actividad durante un tiempo, consiguiendo la aceptación de casi todos, para, más adelante, propugnar las bondades de eso que antaño condeno, con el nuevo beneplácito de la población.

Para finalizar, simplemente decir que nos reencontraremos a nosotros mismos y avanzaremos por el sendero de la libertad y la felicidad no buscada-siempre imperfecta y pasajera- cuando nos lancemos al camino sin caminantes, el de los denostados sabios de tiempos e ideales cubiertos por el polvo del olvido. 

Un camino, cierto, silencioso, bello y duro a partes iguales, sin meta ni fin, más que lograr un pequeño y lento perfeccionamiento entre chubascos y tormentas que nos harán frenar, e incluso retroceder, espantados por el viento, los rayos, la feroz lluvia y el ruido de animales que se arrastran como sombras, sigilosos y que nunca alcanzamos a ver en su integridad.