domingo, 27 de abril de 2014

Deberes y dignidad


Normalmente, cuando se habla de dignidad o vida digna, que nosotros entenderíamos como una mesa de tres patas: la primera la de la autonomía o capacidad de todo ser humano para gobernarse  a sí mismo por el uso de su razón; la segunda la de tener un mínimo vital que le evite pasar penalidades y por tanto estar sujeto a los dictados de otro u otros; y, en último lugar, la moral y física, la de evitar humillaciones; siempre se habla de garantizarla como un derecho universal.

No obstante, quizá llegó el momento de empezar a plantearnos salir de esa especie de culto a los derechos, que vemos que no garantizan la dignidad, por un concepto de deberes libremente aceptados.

En las Constitución se habla del derecho al trabajo o a la vivienda, por ejemplo, y en las manifestaciones de protesta de los últimos tiempos son frecuentes la pancartas reclamando tales derechos.

En realidad, está quedando meridianamente claro que, aunque en la Constitución se hablara de garantizar cientos de derechos, éstos no pasarían de papel mojado, pues vemos repetidamente cómo no se cumplen. Para muchos, reformistas y revolucionarios, la solución está en que asciendan al poder nuevos partidos, con programas que garanticen el cumplimiento de tales derechos.

Para nosotros esto es continuar atado a una manera de plantear el problema sin solución, y en contradicción con el verdadero sentido de la dignidad: pedir a un poder vertical que nos garantice la dignidad, es renunciar a la dignidad, es decir a la autonomía individual y colectiva.

Sólo cuando empecemos a pensar en la dignidad como en un deber de unos hacia otros, un deber por el que debe luchar uno mismo- el autogobierno personal-, y un deber para los demás, o sea respetar su autonomía, su proyecto de vida, y garantizar entre todos el mínimo vital que permita realizarnos como personas, podrán hacerse reales los ahora llamados derecho a la vivienda, derecho al trabajo-aunque el concepto y el sentido de éste deberán ser muy diferentes, nada que ver con el asalariado o con el concepto y actividades que se nos impone como tal- y demás.

Esto, por supuesto, no es fácil. Requiere, lógicamente, de la eclosión de una nueva forma de ver y entender la vida, de esforzarse para ir logrando una sociedad autónoma o autoorganizada, dentro de la actual, lo que permitiría ver sus logros y fracasos y atraer cada vez a más gente a esa forma diferente de organización y pensamiento.

Por nuestra parte consideramos, por tanto, que la vida digna quedaría mejor garantizada, pasando del papel a la realidad ,allí donde una comunidad empiece a pensar en equilibrar derechos y deberes, atreviéndose a quitarse de encima el pavor a la palabra deber, pues sólo cuando veamos la vida como un deber de unos hacia otros, entre iguales, sin dominadores, podremos expandir el mundo de la libertad y la justicia, de la libertad y las necesidades materiales, de los bienes materiales e inmateriales, sin enfrentar unos contra otros, como sucede en las civilizaciones actuales, tanto en la capitalista como en lo que queda de socialismo de Estado o comunismo.

Enfrentamiento, sin duda, artificial, pues todos los valores mencionados anteriormente pueden armonizarse en la idea de libertad igualitaria, de igualdad de poder.


Con el tiempo, por otra parte, el concepto de deberes de unos hacia otros, al naturalizarse, perdería su sentido de carga, adquiriendo la solidaridad carta de realidad, frente a la caridad o el altruismo laico o religioso.


jueves, 24 de abril de 2014

La clase media en la encrucijada


Desaparecida hace mucho tiempo la mentalidad de clase obrera y su espíritu solidario y cooperativo, así como toda su cultura específica, que iba desde los ateneos a las escuelas libres, mutualidades, grupos teatrales, grupos naturistas y todo un cosmos de vida y valores en cierto sentido paralelos al mundo burgués y capitalista debemos meditar sobre la situación de la antaño triunfante clase media, o, en muchos casos supuesta clase media, ese sector de engreídos e hipnotizados, que miran por encima del hombro a los trabajadores manuales, en el que casi todo el mundo se sitúa o sueña con estar, sector que ha absorbido los subvalores del capitalismo, junto con los restos de la vieja clase obrera.

Pues bien, la crisis económica, la ha situado ante una encrucijada inesperada, y es que el espejo deformado en el que se contemplaban, ese espejo  que les hacía parecer más listos, guapos, altos y fuertes de lo que eran, se ha roto en mil pedazos. Su paraíso de crecimiento y progreso material perpetuo, de goces materiales aunque fuera a costa de esquilmar a medio mundo, su pretensión de tutear y pensar que los capitostes del Estado y el capital eran sus aliados y que nunca les traicionarían, que siempre les necesitarían, su materialismo chusco, ya sea en su sector laicista y anticlerical ya en el clerical o seguidor de un cristianismo degradado y sin aristas ,su idea de que no son necesarios los ideales emancipadores, considerados una pérdida de tiempo, algo de ingenuos o del pasado, pues lo importante era disfrutar la vida, se está evaporando.

Ante la situación actual, a riesgo de simplificar, podemos distinguir dos facciones en el seno de lo que llamaremos clase media: la de quienes apoyan la reconstrucción del capitalismo o la aceptan con resignación, lo que no deja de ser lo mismo, creyendo que todo pasará y que su clase, la clase media, volverá al nivel de vida anterior, a seguir disfrutando de un alto nivel de consumo, volviendo a abrazar a las clases dirigentes. Estos sectores, que políticamente irían de la socialdemocracia a la derecha, pasando por centristas, liberales, transversales, apolíticos y demás olvida que la mengua en las clases medias y su nivel de vida, si nos situamos en España, viene de lejos. La disminución de salarios y la precarización laboral no es de ahora .Ahora, simplemente, se está reforzando todo eso, provocando una contracción en el número de la llamada clase media, aunque la inercia siga haciendo que la gran mayoría de la población se etiquete como tal. Por otra parte, en su ingenuidad esta facción no tiene en cuenta que la casta dirigente, para reconstruirse, no le importa reducir todo lo posible el antaño potente sector de clase media y reducirlo a un esqueleto, pues, por mucho que se nieguen a verlo, para el capitalismo somos trapos de usar y tirar, y no están obligados a casarse con nadie. De hecho, lo que viene, parece ser una cada vez más adelgazada clase media con un paro alto y una creciente clase baja, con empleos esporádicos, a tiempo parcial...Por tanto este sector no debería olvidar en su apoyo suicida que, en realidad, está condenando a sus hijos y seres queridos a una realidad sombría.

El otro sector lo definiríamos como la burguesía partidaria del capitalismo de Estado. Aquella partidaria de volver al año 2006 pero con un Estado fuerte, en el sentido de que impulse el llamado sector público, nacionalice la banca y sectores económicos, incremente las prestaciones estatales, unido a una defensa, en general de la llegada de una Tercera República y de un cambio constitucional o nuevo proyecto constituyente, como gustan de decir, creyendo que eso es la solución de los males. Digamos que es el ala izquierdista de las clases medias ,que, aunque a veces usan un discurso obrerista, e incluso de lucha de clases, en realidad tienen también valores plenamente burgueses, y su obrerismo es el heredero del tinglado engañoso de Marx y sus continuadores: ellos, sus partidos y sus intelectuales son los encargados de liberar a los trabajadores, pobres incultos que no pueden emanciparse por sí mismos . Es decir su discurso de lucha de clases, no es más que el motor para lograr el ascenso de una nueva casta dirigente.

En realidad, el ala izquierdista de la burguesía, pese a su aparente radicalismo, lucha contra las consecuencias de la crisis, pero no ven sus causas. Pretenden, en su quimera ,que puede lograrse un Estado popular, que ame y sirva al pueblo, lo que la historia repetidas veces ha mostrado como falso .Son, en realidad, mesiánicos anticlericales, ansiosos de encontrar un líder libertador. Caído el Muro, sus modelos están en Chávez y otros demagogos por el estilo.

Ambas facciones, sin embargo, y aunque a veces puedan contemplarse como enemigas comparten la misma mentalidad de fondo: la obsesión bienestarista y materialista de la existencia. Y esto es lo que muestra el rotundo éxito del sistema, la inoculación de sus infravalores: en frente  tienen una masa, carente de un ideal elevado, que sólo ansía vivir bien.

Esto es algo tristemente lógico: años de “cultura” basada en la persecución del éxito personal, de encumbrarse frente a otros, de tener como meta el ascenso laboral, en una palabra, de ser clase media, contribuyen a imposibilitar el nacimiento de un pensamiento emancipador, de ahí que no observemos apenas ningún proyecto de cambio real, pues la mentalidad de clase media a lo más que llega es a la queja y a pedir algunos cambios a los viejos o nuevos jerarcas, pues rechazan o les aterra la idea de autooorganizarse y construir un nuevo mundo desde la bases, pues eso implica esfuerzo individual y colectivo y riesgo, lo que va contra su espíritu mitad pasivo mitad pedigüeño, individualista y jerárquico, bienestarista y hedonista, de derechos sin deberes.

De ahí que incluso entre algunos que intentan no quedarse en las consecuencias de la crisis sino ir más al fondo de los problemas, como los decrecentistas, al final no sean tampoco capaces de propugnar una alternativa seria que vaya más allá de vaguedades antidesarrollistas, y, por tanto, en realidad, su pensamiento no pase de ser una pose intelectual, una moda destinada a desaparecer.

Por tanto el primer paso para poder organizar una resistencia seria es destruir en uno mismo la mentalidad burguesa, los “valores” de la clase media que son los del sistema en sus diversos coloridos. Y retomar los valores positivos de autoconstrucción individual y colectiva de los primeros tiempos de la clase obrera, antes de que fueran enterrados primero con el triunfo de las cosmovisiones dirigistas y elitistas de socialdemócratas y comunistas-¿qué necesidad hay de construir una cultura propia si la meta es que un partido y sus dirigentes nos gobiernen y salven?- y luego con la plena aceptación del inhumano ideario capitalista, pero también los de la cultura clásica, aquéllos hoy enterrado y que nos animaban a defender la virtud, la moral, la aceptación del dolor y de los fracasos y golpes de la vida.

La era de la clase media es la era del vacío, de la destrucción del arte bello y con sentido, sustituido por el marketing y la publicidad, por la escultura, pintura y arquitectura sin alma, sin belleza;  la era del triunfo de la fealdad y la tecnolatría sin humanismo, la era de lo efímero, del usar y tirar, de lo superficial y banal. La nueva era debe implicar el triunfo de lo opuesto a esta civilización burguesa que pasará a la historia como la del triunfo de la  Nada.

Sabemos que, hoy por hoy, no hay ningún colectivo social que represente los valores emancipadores, y que probablemente nunca exista .Será obra de individuos aislados que comiencen a unirse, comprendiendo la necesidad de pasar del aislamiento a la asociación, de la reflexión a la lucha colectiva. Llegó la hora de pasar de pedir a construir.



domingo, 20 de abril de 2014

Ni materialismo, ni religión: hacia una laicidad espiritual

Normalmente suele pensarse en el antagonismo entre materialismo y religiosidad, entre una visión que tiene la materia como esencial en la vida, derivando la conciencia o “espíritu” de ella y quienes sostienen la primacía de la llamada parte espiritual o alma, fundamentalmente las religiones. Esta idea generalizada no es totalmente exacta, pues existen religiones no teístas y que no creen en un alma inmortal e individual y por otra parte desde posturas filosóficas como el platonismo o neoplatonismo, siendo Plotino su mayor representante, se ha defendido la sumisión total del cuerpo al espíritu.

No obstante, para no complicarnos, aceptaremos en este texto tal división entre materialismo y religión, entre primacía de lo físico o de lo espiritual.

Para nosotros, sin embargo, las cosmovisiones materialistas y religiosas de la vida-sin caer en la generalización ni en la demonización de unas y otras- comparten elementos comunes, y estos elementos son el de la opresión, la alienación y la deshumanización.

Con planteamientos opuestos, materialismo y religión contribuyen a esclavizar al hombre, a cosificarlo, al reducir o destruir una parte de su naturaleza, bien la material, bien la espiritual o la de la conciencia.
Si estudiamos la historia de las religiones, especialmente la de los monoteísmos, observamos como pasaron pronto de, sobre todo en el caso del cristianismo, ideales con un componente liberador, hablando del amor al prójimo, de la comunidad de bienes, de la misericordia… a convertirse en elemento opresivo y justificador de las injusticias tanto de las propias Iglesias como del poder secular, colaborando con Reyes, Príncipes y demás figuras que, a lo largo de la historia se han dedicado a someter al pueblo a sus intereses, si bien es cierto que cada poco tiempo surgían corrientes que rechazaban esta deformación de sus principios originales.

La idea de un Dios único y verdadero, llevaba en sí el germen de la deriva fanática, lo que provocó la persecución a otras creencias religiosas y las famosas guerras de religión, Cruzadas, quema de herejes y brujas… Y es que la fe,  entendida como la creencia ciega en algo, sin reflexión, sin pruebas, sin experimentación, corroe el librepensamiento, dificulta el uso de la razón y el pensamiento autónomo, contribuyendo a crear mentalidades fundamentalistas y represivas.

La primacía absoluta dada a la supuesta vida en el Más Allá, la crítica al cuerpo y sus necesidades trajo consigo un rechazo de la sexualidad, vista como elemento solo procreador, y no como algo natural, que puede incluir, o no, la procreación.

Como rechazo a este estado de cosas se desarrolló una concepción materialista de la vida, que desde la Ilustración a otros ideales posteriores, pretendía libertar mentes y cuerpos.

Paradójicamente la concepción materialista de la vida, como la del cristianismo, también ha degenerado al extremo de vaciar las sociedades en que ha triunfado de todo sentido elevado de existencia, ha atomizado las comunidades humanas rompiendo la solidaridad y la cooperación entre sus miembros al fomentar los valores del hedonismo, la búsqueda del éxito, el economicismo, el amor a la propiedad y a las riquezas materiales, al bienestar material olvidando el espiritual, ha glorificado la búsqueda de los placeres sensuales, convirtiendo a las gentes en esclavos de los sucesivos productos tecnológicos que van apareciendo en el mercado, de las diversas modas que venden las televisiones y medios de comunicación.

En una palabra, el materialismo reinante y triunfante de las llamadas sociedades del bienestar ha reducido la libertad en su verdadero sentido de reflexión, deliberación y participación en el gobierno de la Polis por la búsqueda de sucedáneos materiales, ha liquidado lo positivo de una visión más espiritual de la existencia: el apoyo mutuo, la virtud, la amistad, la creencia en un ideario emancipativo-sustituido por el pensamiento alternativo simplista, basado en creer que el cambio social lo van a traer cambios mínimos, en Leyes o Constituciones y /o en nuevas siglas o dirigentes, obviando el cambio interior- los deberes hacia el prójimo, hacia el igual, sustituido por el culto a los derechos-lo que implica aceptar la situación de sujeción o dependencia respecto a los mandarines actuales a los que se exigen migajas-el progreso moral, la cultura como elemento de transformación y pensamiento propio, frente a la cultura entendida como producto de consumo o mera adquisición de ciertos conocimientos teóricos creados por la casta dirigente para su beneficio, la vida noble, la búsqueda del bien y la bondad, el rechazo a la voluntad de poder y la competitividad, la austeridad , la riqueza inmaterial y un largo etcétera.

La República Materialista del Occidente decadente ha cosificado al hombre, convirtiéndonos en un rebaño dócil con las alturas y en lucha con los iguales, sin más meta que reconstruir la sociedad de consumo y bienestar, aunque tal lucha sin futuro la disfrace bajo banderas y etiquetas izquierdistas.  Lo que explica la ausencia de todo movimiento revolucionario o fuerza antisistema seria, limitándonos a salir en procesiones laicas sabatinas a manifestar el descontento.

Por tanto, si queremos abrir un nuevo sendero, levantar una nueva civilización, debemos aprender de los errores del pasado. Y, frente a la alienación de las visiones religiosas y materialistas de la existencia, ser capaces de defender un esquema que una laicidad y espiritualidad.

Contra la espiritualidad y el materialismo torcidos, la conciencia moral debe ser guía y motor de nuestro fugaz paso por el mundo, pues es lo que favorece la eclosión de ideas más bellas y elevadas, la posibilidad de resistir y, llegado el caso vencer al Orden inhumano que amenaza con destruirnos en nuestra esencia. Esto, claro, debe ir unido a la aceptación del cuerpo, sus necesidades y deseos-no descontrolados-, para evitar caer en el sombrío fanatismo religioso, pero, aunque suene carca y risible, no es éste el que debe regirnos, sino que siguiendo a los viejos maestros es el bienestar inmaterial y el progreso moral, unido a la templanza y moderación en la búsqueda de los placeres materiales y corporales lo que logrará acercarnos a una vida realmente humana y a la consecución de los bienes materiales necesarios para la vida.

Es el desenfreno en la búsqueda de lo material y en los placeres menos elevados la esencia del capitalismo. Quien y quienes no lo comprendan así nos condenan a seguir atados al sistema y a continuar siendo dominados por los objetos y en última instancia las personas que los crean y controlan.
De su no entendimiento viene, para nosotros,la raíz profunda del fracaso antiguo y moderno de las izquierdas, del socialismo, de los nuevos movimientos sociales.

Urge, por tanto, pensar en una laicidad espiritual.


lunes, 7 de abril de 2014

Reflexiones sobre el fracaso del anarquismo


 Normalmente, cuando se habla del fracaso de las ideologías decimonónicas se suele mencionar, con toda la razón, al marxismo, que en el siglo XX dio lugar al surgimiento de una serie de Estados totalitarios ,policiales, militaristas y, paradojas del destino, radicalmente antiobreros, no pudiendo éstos organizar libremente sindicatos, ni huelgas.

De aquel viejo lema de la ya olvidada Primera Internacional: “La emancipación de los trabajadores es obra de los trabajadores mismos o no es”, al parecer lema ideado por el propio Marx nada o casi nada quedó en el Siglo XX y en sus socialistas de antaño y de ahora: en la realidad el socialismo se dividió entre un paternalismo asistencialista, tipo socialdemócrata, que hoy por hoy es el defendido en la práctica por todo el izquierdismo y los nuevos movimientos sociales, con su retórica ya antisistema, ya regeneradora de la democracia, y los autoritarios que dejaron millones de muertos y sociedades y economías destruidas.

No obstante hubo una rama del socialismo que acabó enfrentada a Marx y sus seguidores, los anarquistas o socialistas libertarios que, si bien no triunfaron en ningún país, y por tanto no tuvieron que ver cómo se derrumbaba sus sistema, como los comunistas, es de justicia reconocer su fracaso , por diferentes razones.

Uno de sus pensadores, Mercier Vega, hoy totalmente olvidado pero en nuestra opinión una de las mentes más lúcidas que dio el anarquismo del siglo anterior, consideraba que fue la creación de grandes industrias, de grandes fábricas, lo que propició su declive, al perder progresivamente el trabajador el dominio de su obra, convirtiéndose en un sirviente de las máquinas que manejaba, dentro de un sistema crecientemente jerarquizado con una creciente división del trabajo. Esto provocó que fueran abandonando su antiguo ideal de conquistar y organizar la producción por ellos mismos para pasar a conformarse con reclamar mejoras y buscar protección en partidos y sindicatos defensores del socialismo de Estado.

No obstante, aunque la visión de Mercier es muy interesante y creemos que parcialmente cierta, pasa por alto un elemento también clave, que es el humano.

Con raíces desde las sociedades primitivas, donde como muy bien decía el malogrado antropólogo Pierre Clastres en alguno de sus textos, el poder no estaba separado de la sociedad, no existiendo Estado ni patronos que impusieran su poder al resto, hasta filósofos clásicos de diferentes escuelas, como Zenon de Citium, fundador del estoicismo, a los cínicos, defensores o cercanos a una visión de la sociedad como individuos autogobernados por su conciencia moral, pasando por el primer cristianismo, defensor de un gobierno de asambleas y de la propiedad común, hasta acabar con diferentes sectas religiosas posteriores y por supuesto la ciudad libre medieval y el Concejo Abierto, podemos decir que el anarquismo moderno es la cristalización teórica de todas esas tradiciones, si bien con cambios nada desdeñables.

Siendo el ideal de autogobierno o autonomía individual y colectiva uno de los más elevados, requiere, por lógica, de seguidores que busquen estar al mismo nivel que aquel.

Y es en este punto humano donde estriba una de las causas del fracaso del ideal libertario, el más cercano, cierto, a nuestro pensamiento, aunque los tolstoianos, como servidor, siempre nos hemos sentido como familiares lejanos, mal vistos por parte del grueso anarquista y a su vez con un sentimiento de incomodidad y alejamiento respecto al movimiento libertario .

Es verdad que del anarquismo se tiene una idea parcialmente injusta, al presentarlo como caos, destrucción y violencia. Pero, ya digo, es sólo parcialmente injusto. Tan parcialmente injusto como las leyendas blancas presentadas por sus miembros o simpatizantes especialmente referidas a sus años gloriosos como los de los años 30 y la revolución social.

Y es que dentro del anarquismo y/o anarcosindicalismo no faltaron los terroristas, los atracadores, los fanáticos y los asesinos en la triste guerra civil .

En la labor positiva de los viejos libertarios, o de parte de ellos, cabe citar su amor por la cultura y todo el desarrollo de ateneos, escuelas libres… Eran autodidactas que se esforzaban por aprender, por cultivarse, por desarrollar un pensamiento propio frente al culto a los intelectuales, a los que buscan siempre nombres de fama y éxito por temor a pensar libremente.
Otro aspecto positivo fue su fuerte solidaridad, su pureza, que les llevaba a rechazar los cargos remunerados, el burocratismo y el dirigismo y a verse como iguales entre los trabajadores, no como vanguardia, al estilo de los marxistas.

Pero, como hemos dicho antes, esos aspectos positivos estaban entreverados con lo negativo que ya hemos citado anteriormente: el amor a la violencia de un sector de ellos. Y es que un sentido de la rebeldía y la justicia exacerbado, no equilibrado con un fuerte humanismo, puede acabar impulsando personas no justas, sino justicieras, con todo lo que ello implica.  

De ahí la presencia de personalidades psicopáticas en las filas libertarias a lo largo de toda su historia.

Actualmente, el anarquismo es un caserón semiabandonado, roto por las divisiones entre ortodoxos y reformistas, plagado, para cualquier observador objetivo que haya seguido o participado en algunos de sus foros, de discusiones continuas, de odios, de debates estériles, de cinismo,de amor a la violencia, de  escasa moral, de espíritu constructivo y creativo casi nulo, de egocéntricos…

Siguen existiendo, cierto, anarquistas conscientes, que reconocen la importancia de tener una moral elevada, viejas siglas que han resistido la tentación de dejarse absorber por el sistema, si bien su pureza, en ocasiones, ha degenerado y a veces degenera en sectarismo, en condenar organizaciones hermanas a las que acusa de traidores, en vez de dedicarse a impulsar sus ideas y su organización.

Por todo esto creemos que podemos decir, con objetividad, que el anarquismo, ha fracasado. Que frente a viejas sociedades primitivas  o medievales que podemos calificar, aunque no usaran el término, de autogestionarias o cercanas a una organización social de estas características, que se mantuvieron largos años e incluso siglos, el movimiento anarquista, como movimiento con influencia social apenas se mantuvo, a lo sumo, unos decenios.

Sin embargo el principio de autogestión es esencial mantenerlo, pues es el único que puede ejercer de contrapeso en un mundo cada vez más deshumanizado, sin ideales profundos, sin sueños de una nueva sociedad, donde todo se reduce a pequeñas luchas por lograr mantener el viejo estado de bienestar, o algo de él, es decir por volver a un capitalismo de bienestar.

Por tanto, desde una postura realista pero a la vez rechazando tirar la toalla hace  tiempo que llegamos a la conclusión de la necesidad de que, poco a poco, el ideal de una sociedad autogestionada pase a nuevas manos. Manos y mentes que tengan en cuenta que es imposible lograr un sistema autogestionado sin un apego a una moral elevada, al bien, al servicio, a la construcción frente a la destrucción, al amor frente al odio, a la no violencia frente a la violencia, al cambio interior como antesala al cambio social.

Una fuerza antisistema seria debe ser consciente de que sólo podría vencer al sistema siendo mejor que éste, no una copia, o algo peor. No es difícil pensar en lo que sucedería si el mundo anarquista de hoy impulsara un hipotético cambio social.

El anarquismo es, pues, una tierra infértil para lograr algo positivo, aunque en su seno exista una minoría válida.

No hay que tener miedo en reconocer que hay que empezar de cero en la reconstrucción de un movimiento político que tenga el autogobierno popular, o sea, la verdadera democracia, como bandera.


sábado, 5 de abril de 2014

Reflexiones sobre los límites del decrecimiento.


 Una de las teorías actuales que ha tomado cierta fuerza y en cuya defensa se oyen diversas voces desde diferentes medios alternativos y algunas fuerzas políticas, fundamentalmente ecologistas, es el decrecimiento.

Tal idea, presentada  como la salida a la situación crítica actual merece una reflexión, especialmente en circunstancias que requieren del renacer de un pensamiento serio de cambio social.

Frente a la opinión, hasta ahora mayoritaria, de presentar el crecimiento y el incremento del consumo como algo positivo, como algo a buscar, ha surgido la idea del decrecimiento que propugna una reducción en el nivel de producción, desarrollo económico y consumo para evitar la destrucción de la naturaleza, de los recursos naturales, que no pueden explotarse hasta el infinito ,pero también de los seres humanos.

El decrecimiento propugna teóricamente una sociedad frugal, basada en la vida sencilla, en hacer más con menos y en potenciar las relaciones sociales y las formas de vida y organización no productivistas, más humanas y cercanas.

Nosotros estamos de acuerdo en impulsar formas de vida menos materialistas, menos consumistas, menos productivistas-aunque en realidad el sistema ya no es realmente productivo, pero eso es otro tema-, en desarrollar tanto las relaciones sociales como el tiempo de reflexión y soledad necesario para meditar sobre la vida personal y sobre el entorno.

Sin embargo, la pretensión de que el decrecimiento va a implicar un avance, una mejora o, mejor dicho, una salida a la situación actual, se nos antoja, cuanto menos, muy ingenuo.

En realidad podemos decir que estamos en una etapa de decrecimiento, con un incremento paulatino pero claro de empobrecimiento, del paro y otros fenómenos sociales negativos. Y es evidente que ese decrecimiento, de momento económico, pero que de mantenerse o prolongarse mucho tiempo podría llegar a afectar a la tecnología que hoy nos parece inseparable de nuestras vidas-como los móviles, por ejemplo-, no está trayendo nada positivo, ni parece que de momento esté tampoco impulsando un cambio de mentalidad, de plantearse cómo lograr una sociedad alternativa, o, mejor dicho, qué bases teóricas y prácticas propugnar para ir saliendo del sistema..

Y es que el pensamiento decrecentista no pasa de ser un reflejo de la era actual, la era del triunfo absoluto por una parte del conformismo generalizado y por otra del pensamiento débil, de la creencia en que una o dos ideas simples van a remediar nuestros males. Se ha abandonado hace bastante la creencia en sistemas de pensamiento fuerte, elaborados, complejos, en parte, sí, por su fracaso, como el marxismo-si bien en realidad éste no pasaba de ser un análisis del capitalismo y sus crisis, siendo vago y ambiguo a la hora de plantear una alternativa seria- pero también por la destrucción del pensamiento creativo, constructivo y revolucionario favorecido por la combinación de sociedad de consumo y bienestar -ya decadente- con un sistema educativo y adoctrinador- televisión…- que nos ha convertido en seres que rehúyen la complejidad y que sólo creen en lo fácil, en lo que no suponga esfuerzo, en que otros nos saquen las castañas del fuego.

De ahí el éxito, relativo, de la idea decrecentista  y de la creencia naif de amplios sectores sociales de que cambiando la constitución, algunas leyes, las siglas políticas o la bandera de la nación-por la tricolor republicana- se saldrá, de manera milagrosa, de la crisis y la vida será diferente.

Más allá del crecimiento y el decrecimiento, lo que nosotros planteamos es construir una sociedad y una economía a escala humana, que favorezca que las personas puedan tomar las riendas de su vida junto con los otros, sin tener que delegar continuamente y dejar el interés general en manos de una casta dirigente política y económica que lo que hará será velar por sus intereses y expandir su campo de dominio todo lo que pueda, enarbolando el discurso patriótico y su bandera correspondiente-rojigualda, estelada, ikurriña…- cuando estime conveniente para pastorear a su ganado, o sea a la sociedad, haciendo recaer el peso de la deuda en los asalariados .

Lógicamente, una sociedad autónoma, o realmente democrática, requiere de valores diferentes si quiere tener éxito . Si priman el consumismo, el hedonismo, la pasividad, el ocio entendido como distraerse con banalidades, la búsqueda del bienestar material como lo central en la vida, no podrá reconstruirse otra civilización apegada a los valores humanos y a la libertad igual para todos y todas.

Por supuesto no defendemos la imposición de dichos valores, que tendrán que ser defendidos y aceptados lenta y democráticamente, sin coacción de ningún tipo, lo cual, cierto es, parece algo lejano, si es que se logra alguna vez.

Volviendo al decrecimiento es nuestra opinión que tal sistema sirve para un roto y un descosido, pudiendo ser aplicado, si llega el caso, por un tirano, por un nuevo movimiento político de corte autoritario.


Se habla, con mucha razón, de los límites del crecimiento, pero no son menos claros los límites del decrecimiento.


miércoles, 2 de abril de 2014

Cerebro cuántico y estados de conciencia

Durante mucho tiempo se pensaba por una gran mayoría de científicos que el cerebro no podía tener funciones cuánticas por el ruido, el calor y la humedad a la que está sometido.

Sin embargo, estudios recientes están confirmando la existencia de vibraciones cuánticas neuronales en los microtúbulos del interior de las células cerebrales, lo que implica que la conciencia podría derivarse de esas vibraciones cuánticas, vibraciones que conectan la función neuronal y sináptica.

Penrose y Hameroff, que fueron los creadores a fines del siglo XX de la teoría que señalaba que la conciencia se deriva de la actividad de las neuronas del cerebro en la escala cuántica, o subatómica, sostienen que las ondas cerebrales también surgirían de las vibraciones profundas a nivel de los microtúbulos.

Estos descubrimientos nos acercan, en cierto sentido, a las ideas de un sector de físicos que propugnaban que los seres humanos no somos ajenos a los procesos cuánticos.

Una de las características fundamentales del mundo cuántico es el estado de incertidumbre, el estado de indeterminación. Frente al mundo de la física clásica, de lo macro, donde todo está aparentemente determinado, y una mesa, por ejemplo, o existe o no existe, los átomos en cierto sentido no constituyen una realidad determinada, sino una tendencia, una probabilidad.

Sin observación no podemos saber, por ejemplo, la posición de un electrón, que por otra parte puede atravesar dos rendijas simultáneamente si no se produce dicha observación, como ha sido detectado en experimentos en los cuales estas partículas eran lanzadas a una pared con dos rendijas. La evidencia indicaba que cada una de las partículas individuales pasaba por las dos rendijas, produciéndose un patrón de interferencia en la pared final a la que llegaban, es decir actuaban como una onda .Sin embargo, bastaba que se instalara un sistema de medición, para que las partículas actuaran como en el mundo "normal",como simples partículas, pasando por una u otra rendija.

La constatación de una naturaleza cuántico-cerebral en el ser humano, como en el mundo de los átomos, nos lleva a interrogarnos sobre la posibilidad de que la teoría de los Muchos Mundos de Everett pueda ser real.

Aunque, más que hablar de los Muchos Mundos, preferimos hablar de los Muchos Estados de Conciencia.
Al fin y al cabo, la realidad podría ser, incluida la humana, la de un número" n" de ondas que conviven como probabilidades hasta que una se convierte en realidad.

Si la función de onda pudiera ser el fondo real de todo lo que nos rodea y de nosotros mismos, ¿podría plantearse nuestra existencia, nuestro Yo, como Estados de Conciencia desplegados en diferentes realidades?.

Evidentemente, el tema es muy complejo .¿Por qué no observamos las cosas u objetos grandes en estado de superposición, es decir pudiendo ocupar diversos lugares a la vez?. La respuesta de la ciencia es la decoherencia .Basta que un fotón o una molécula de agua golpeé el objeto para que se destruya su estado de superposición y veamos, por ejemplo, a un lápiz puesto en posición vertical caer a un lado u otro; y esto sucede en un estado de tiempo tan pequeño que nuestra mente no es capaz de captarlo. La función de onda, por tanto, colapsa ante la menor interacción con el entorno.

Lo que nosotros nos preguntamos es, por tanto, lo siguiente: ¿podemos considerar que esos diferentes estados de conciencia hipotéticos cristalizan en verdaderas realidades múltiples, cada una siendo consciente de sí misma pero no del resto, o todas esas posibles realidades confluyen constantemente en una, siendo por tanto las otras realidades algo fantasmal, meramente probabilidades pero sin existencia real?.

Todo esto nos lleva a un terreno tan complejo como interesante al que, esperemos, la ciencia vaya dando respuestas poco a poco.

Mientras tanto lo único claro, para nosotros, es que, hoy por hoy, sólo podemos determinar que es la conciencia la que crea lo que nosotros llamamos nuestra realidad, aquella que necesitamos para mantenernos cuerdos, para poder guiarnos con sentido en nuestras vidas .Qué somos y cómo somos realmente, así como , valga la redundancia, cómo es lo que vemos, lo que observamos, no podemos saberlo aún a ciencia cierta.

Un murciélago, con su radar, probablemente perciba la realidad de forma muy diferente a la nuestra. Nosotros, la percibimos de otra manera .¿Podría haber visiones superiores a la de los seres humanos, animales capaces de percibir la dualidad onda-partícula o de ver más allá de lo que nos ofrecen nuestros sentidos?.

No nos resultaría tan descabellado; no obstante, apoyémonos en la ciencia y sus investigaciones.