domingo, 29 de diciembre de 2013

Tecnología, opresión , comunicación y soledad



Una de las armas de los sistemas de poder para oprimirnos a las multitudes mudas de súbditos a lo largo y ancho del mundo es el uso de la tecnología moderna. Desde Internet a los móviles que van sumando progresivos avances, las personas pueden ser fácilmente controlables, desde su localización a su manera de pensar o vivir.

Los aspectos más íntimos son o pueden ser objeto de escrutinio por parte de las autoridades estatales, que, llegado el caso, podrían desencadenar una oleada represiva de una magnitud sólo equiparable a la de los viejos despotismos totalitarios azules, pardos y rojos. Las noticias de los últimos tiempos sobre el espionaje a través de Internet de los EEUU así como de otros gobiernos, es la prueba de ello.

También es verdad que algunas dictaduras controlan el acceso a Internet, pues la tecnología moderna es, curiosamente, un arma de doble filo. Permite a la gente expresar sus ideas, incluyendo las que pueden ser contrarias al régimen, a la vez que facilita el control. Probablemente, en el futuro, los poderes inteligentes irán eliminando sus temores al acceso a sus siervos a redes sociales de distinto pelaje, pues bien mirado el peligro para los poderosos es escaso, más allá de las pataletas y rabietas que los ciudadanos afectados por la crisis puedan manifestar en Facebook u otros lugares. Casi todo queda en lamentos por la pérdida de calidad de vida y la corrupción, descubierta de golpe y porrazo, como si antes, cuando se vivía como nuevos ricos, importase en mucha menor medida.

Sin embargo hay un aspecto problemático de la tecnología actual que va más allá del dilema libertad-opresión, y es el de comunicación-soledad.

Algunos de los pensadores que apreciamos, más allá de algunas diferencias, como Félix Rodrigo Mora, sostienen la creciente soledad de los hombres y mujeres contemporáneos, y ven en ello un grave peligro. No obstante, aunque se puede discutir sobre el grado de comunicación favorecido por las redes sociales, si es un tipo de comunicación profunda y que pueda favorecer la tan necesaria reconstrucción del tejido social comunitario, o si se trata de un tipo de comunicación rápida y banal, de mera distracción, que en nada va a servir a un verdadero proyecto de reconstrucción humana-nosotros nos inclinamos más por la segunda opción, pero con dudas y sin condenar el uso de estas tecnologías, a las que casi nadie, empezando por quien esto escribe, puede escapar. Es decir reconociendo algunos elementos positivos- creemos que hay una amenaza más seria en el uso generalizado de estos avances técnicos.

Y es, precisamente, el de la destrucción del aspecto positivo de la soledad. Es decir, la necesidad de un tiempo de aislamiento para reflexionar, para meditar sobre los problemas personales y colectivos, sobre el sentido de la vida o sobre cualquier aspecto, importante o nimio que nos preocupe, que nos inquiete.

Enganchados y absorbidos cada vez más y más tiempo, desde que nos levantamos hasta que nos acostamos a las luces de las pantallas, a los mensajes o mails de los móviles, ese tiempo imprescindible de absoluta soledad se va destruyendo y con él el pensamiento autónomo, clave para una sociedad libre.

El final lógico de esta historia será el de una masa manejada cual rebaño gracias las distracciones y entretenimientos continuos de los cachivaches tecnológicos que llegarán a todos lados, desde los personales, hasta los que se instalen en metros, trenes, autobuses, tiendas…Entretenidos y distraídos por un ruido continuo, la humanidad tiene grandes probabilidades de despeñarse por el triunfo del no pensamiento.

Entonces la infrahumanidad tecnologizada, prevista por algunos, habrá triunfado y no seremos más que hojarasca caída de los árboles, que el viento mueve de un lado a otro a su capricho. Cualquier proyecto de ingeniería social, por descabellado que pueda aún resultarnos, podrá aplicarse, siempre que se satisfaga a la población su necesidad de nuevos y sorprendentes aparatos tecnológicos que permitan pasar el tiempo evadiéndonos de los problemas, de las grandes o pequeñas preguntas, de las grandes o pequeñas dudas.

Siempre que se permita a la gente poder evadirse de la terrible y desgarradora soledad, aquella que nos enfrenta a nuestros demonios interiores, aquellas que nos tortura, pero aquella que, en dosis adecuada, nos hace humanos.


martes, 24 de diciembre de 2013

Sobre la simplicidad voluntaria y el autogobierno



 En los últimos tiempos estamos observando un incremento de los planteamientos teóricos en defensa de una vida sencilla, también llamada simplicidad voluntaria y el decrecimiento, aunque una idea y otra no tiene por qué coincidir-personalmente tenemos que reconocer nuestro alejamiento de las teorías decrecentistas-.

Presentado o pensado como algo moderno, como algo actual , en realidad la idea de una vida sencilla como ideal es muy antigua. Sin salir del mundo occidental y sus tradiciones de pensamiento, todas o casi todas las escuelas filosóficas clásicas, del epicureísmo al estoicismo y el cinismo, con sus diferencias y sus discusiones, coincidían en compartir como ideal de fondo el hombre autárquico, en el sentido de reducir sus necesidades materiales a lo imprescindible, a no dejarse dominar por las pasiones y deseos de gloria, riqueza y bienes materiales. Incluso Epicuro y sus discípulos hacían una defensa de los placeres en su sentido elevado, llevando una vida frugal frente a la idea tópica de ellos, sin ensalzar nunca el desenfreno sexual, la gula o cosas por el estilo. También en el Evangelio, en el cristianismo serio y original, se defienden las mismas concepciones, probablemente por el influjo que las filosofías clásicas originaron en Jesús-o quizás de forma autónoma, nunca se sabrá-, cuando leemos frases como “sed como las aves del cielo”

Por tanto podríamos ver en las ideas actuales de la simplicidad voluntaria un renacer de las ideas de los viejos y grandes maestros de la humanidad, con sus enseñanzas totalmente desoídas en el mundo moderno, mundo centrado en valores contrapuestos, desde los placeres más bajos y banales, hasta la glorificación de la riqueza, la acumulación de propiedades, el amor al poder, el ansia de figurar, la idea de la competitividad, del éxito, de ser reconocido…

Por tanto es evidente que ante la locura contemporánea, se necesita retomar la idea de la vida sencilla, entendiendo como búsqueda de la riqueza inmaterial o espiritual, de la libertad como no sujeción a personas y cosas, el desprendimiento, el esfuerzo, el trabajo en beneficio de la comunidad, la reflexión y participación en la vida democrática…

No obstante es necesario dar al ideal de la simplicidad voluntaria un sentido limitado y adecuado, además de unirlo a un proyecto transformador. Y decimos esto porque tanto la vida, como los propios seres humanos, somos muy complejos. Porque una cosa es no hacer de lo material el centro de todo y otra olvidar , por un lado, que se requiere para una vida digna unas condiciones materiales mínimas indispensables más o menos cubiertas, por otro que los seres humanos son seres que siempre buscarán innovar, desarrollarse, inventar nuevas tecnologías, conocer, en una palabra. Es en estos aspectos que nosotros no creemos en aquellos que unen vida sencilla a ausencia de tecnología, a volver a una especie de arcadia rural.

Siempre querremos saber qué es el cosmos, cómo se originó, qué hay en él;  y lo mismo con la materia invisible al ojo humano, qué la constituye, qué hay detrás de todo. Lo mismo es aplicable para otros aspectos de la vida. En este sentido se necesita tecnología compleja, muy desarrollada, cada vez más y más perfeccionada, que nos permita mirar lo macro y lo micro. Y quien quiera poner fin a esta sed de conocimientos, en nombre de una vida sencilla, chocará con la naturaleza humana, y terminará por crear una nueva forma de dictadura, una especie de ecofascismo o ecoleninismo.

Finalmente, la idea de la simplicidad voluntaria, bien entendida, como equilibrio entre lo material y lo inmaterial, creemos debe ir unida a un proyecto transformador de largo aliento. Pues de nada serviría si tal filosofía queda reducida sólo a una forma de vida, sin más implicaciones que un puñado de persona que huyen al campo a buscar otra forma de vivir, aislados del resto-lo que tampoco es condenable y quién sabe si ,actualmente, sería la única salida a la espera de que se expandan estas formas de entender la vida- o en una moda.

Los principios de la vida sencilla deben ir indisolublemente unidos a la consecución de una vida democrática en su verdadero sentido, a una vida basada en el autogobierno individual y comunitario. Pues es evidente que la búsqueda de la simplicidad voluntaria se realiza para lograr expandir la libertad individual y colectiva poco a poco en el mayor grado posible.

Pero, y he aquí la contradicción de esta filosofía, la búsqueda del autogobierno, por supuesto incompatible con los valores actuales de correr tras el Dorado de la abundancia material, requiere de una gran complejidad, de complicarnos la existencia.

Pues, para que una verdadera democracia tenga posibilidades de sostenerse se requiere, por supuesto, reducir el tiempo de trabajo, pero no para lograr una vida placentera, un ocio degradado, un reino de jauja de bienestar y felicidad. No, se requiere para que hombres y mujeres puedan tener el suficiente tiempo para formarse, informarse y participar en las decisiones que se tomen en la vida comunitaria.

Es insostenible el autogobierno sin una información libre y transparente, frente a la actual de los medios de manipulación y adoctrinamiento de masas, dirigidos por grandes empresas y al servicio de diversas siglas políticas. Es necesario vencer el conocimiento entendido como visión fragmentaria de las cosas, e intentar tener una visión amplia, lo más extensa posible, para lo cual se necesita una vida entera de formación continuada. Y, finalmente se necesita participar y tomar decisiones con conocimiento de causa.

Por tanto frente a la simplicidad en el mal sentido de nuestras sociedades, consistente en trabajar-si hay suerte de tener empleo-, obedecer, votar cada cierto tiempo y consumir-cada vez menos-, la sociedad de la simplicidad voluntaria, tomada en serio y unida al autogobierno es, en última instancia, la más compleja de todas, pues, al no centrar la calidad de vida en la mera riqueza material, sino en la igual libertad para todos, en no ser oprimidos por nada ni nadie, requiere del esfuerzo continuado, de una lucha por alcanzar una mayor perfección moral, una mayor calidad como personas.


Requiere, por tanto, complicarse la vida frente a la pasividad y el borreguismo de la sociedad de consumo en quiebra actual.


domingo, 15 de diciembre de 2013

12 años de esclavitud




Steve McQueen nos acerca en la apasionante cinta 12 años de esclavitud a un tema , el de la esclavitud en Norteamérica, no por  conocido siempre interesante para la reflexión.

Y lo hace desde la experiencia real de Solomon Northup, un violinista negro y libre del norte del país que sufrió un secuestro y fue enviado junto con otros hombres, mujeres y niños de color a trabajar en las plantaciones del sur a principios del siglo XIX.

El mayor acierto de la película es que retrata con toda su crudeza la realidad de la vida de los esclavos en aquellas plantaciones, las palizas y latigazos que recibían de algunos de sus amos y de los supervisores, el miedo, el silencio y la resignación que se instalaba entre la población negra en un intento por sobrevivir, por alargar la vida todo lo posible, evitando levantar la voz, causar problemas.

Problemas que se agudizan en la vida del personaje protagonista, que se da cuenta de que tiene que ocultar que es una persona culta y formada, que sabe leer y escribir, pues hacerlo saber supone la posibilidad de tener mayores problemas, de recibir mayores castigos, en un medio donde se considera que todo negro tiene que tener una inteligencia mucho más limitada que un blanco y donde ninguno debe destacar, so pena de recibir todo el odio de los esclavistas o de los blancos que trabajan a su servicio.

Es de destacar el retrato que hace de las mujeres negras, algunas de las cuales eran elegidas por los dueños de la plantación para convertirse en sus amantes, lo cual a veces se traducía en la obtención de privilegios, pero en otros casos convertía su vida en un infierno aún mayor, al concentrar la ira de las mujeres blancas.

También retrata con profundidad la psicología de los “amos” y su entorno familiar y social; la existencia, en algunos, de sentimientos humanitarios y la brutalidad de otros que ahogaban en el alcohol su conciencia moral así como el uso de la religión para justificar la esclavitud, la superioridad racial de los blancos sobre los negros, pero también, paradójicamente, en la de quienes se oponían a aquella.

12 años de esclavitud es un retrato magistral de un tema tabú no sólo en la historia de los Estados Unidos, sino de muchos otros países del mundo que muestra que nadie está a salvo de ser sometido a las mayores injusticias aunque se crea a salvo, especialmente aquellos que por su color, sus ideales o su condición sexual difieren de la mayoría de la población.


domingo, 8 de diciembre de 2013

Vivir es fácil con los ojos cerrados



 En la España de los sesenta, con el franquismo en lenta decadencia, tres personas de diferente condición, pero unidas por sus inquietudes, por sus ansias de libertad, se cruzan en las carreteras de nuestro país.

Un profesor de inglés, poco amigo de los métodos autoritarios, del reglazo y el bofetón a los alumnos del colegio de curas donde imparte clases, enamorado de la música de Los Beatles y que prepara un largo viaje a Almería con la esperanza de poder ver a John Lenon, donde éste se ha desplazado para reflexionar y participar en un rodaje y dos jóvenes rebeldes, un chico y una chica, escapados de sus casas.

En el viaje encontrarán la amistad, se comprenderán y apoyarán mutuamente y conocerán otros pueblos, otras ciudades , otras gentes, con los claroscuros de la España de la época, la del desarrollo, pero donde todavía podían encontrarse numerosas bolsas de pobreza y un fuerte atraso en algunas regiones del país.

 Se toparán con algunos de los derrotados de la guerra, que viven su exilio interior, silencioso, anhelando una nueva España, pero también la España negra, la de quienes ven con desagrado y se burlan de los que traen nuevos aires, nuevas modas, nuevas estéticas ,aunque retratados con humanidad, sin visiones maniqueas.

Vivir es fácil con los ojos cerrados nos presenta la vida de gente sencilla, con sus sueños e ilusiones, alejada de heroísmos, que anhelan vivir de otra manera, respirar otro aire, poder ser ellos, no lo que quiera la sociedad, sus familias, su entorno.

La película, cierto, tiene algunos de los tópicos esperados, como el descubrimiento del sexo y el enamoramiento, peca, quizás, de un exceso de optimismo y de cierta blandura en la presentación de los conflictos de fondo que experimentan los protagonistas.

Con todo se trata de una película sencilla, melancólica, con protagonistas que nos resultan cercanos y entrañables en sus aspiraciones y fracasos por todo lo cual nosotros recomendamos verla, aunque sólo sea por Javier Cámara, uno de los mejores actores de nuestro país que engrandece toda película en la que participa con su sentido del humor y la profunda humanidad con la que dota a todos sus personajes.



sábado, 7 de diciembre de 2013

El malentendido





En las Naves del Matadero se está representando una interesante obra del escritor y premio nobel Albert Camus. Escritor de origen argelino, huérfano y de familia muy humilde, hombre apegado siempre a la justicia, defensor del honor, la ética, la verdad y la dignidad, un solitario y solidario, como se definió en alguna ocasión y muy cercano en sus ideas y forma de entender la vida de quien esto escribe.

Tuberculoso, su prematura muerte en un absurdo accidente de tráfico, no le impidió dejarnos una serie de textos, tanto novelas como teatrales donde reflexiona sobre la condición humana y sus problemas, problemas que estallaron de forma dramática durante la primera mitad del siglo veinte, con las guerras mundiales y civiles., como la española-país que siempre llevó en su corazón, defendiendo a los republicanos exiliados españoles y llegando a escribir algunos artículos para la prensa anarcosindicalista de los desterrados-, las dictaduras, el problema colonial y otros conflictos que provocaron millones de víctimas.

El malentendido, inspirado en un caso real, nos cuenta el regreso, tras veinte años de ausencia de un hombre, al país y a la casa donde se crió.

Soñando con darles una alegría, con llevar a su madre y hermana la felicidad que no tienen en un país europeo triste, lluvioso y empobrecido-nunca se dice el nombre- decide sorprenderlas mientras busca las palabras más adecuadas para expresar sus sentimientos, su afecto en una visita sorpresa.

Pero lo que parece llevar un camino de alegría, se va tornando tragedia al descubrir el espectador cuáles son las actividades a que se dedican madre e hija, que sueñan con abandonar aquella lúgubre tierra, aquellos pesados muros, aquella pesada carga de habitar un lugar en el que no pueden encontrar la  felicidad, el amor, la libertad, la prosperidad.

En esta obra aparecen algunas de las reflexiones de Camus que podemos ver dispersa en todos sus libros, como la soledad, la justicia, la muerte, los sueños, los deberes, la tragedia de ser seres pensantes, siempre angustiados por tomar una u otra decisión, por no equivocarnos, la intuición de que la verdadera felicidad es, en el fondo, el ser seres inertes, como piedras o guijarros, que nunca se ven asaltados por el tormento de reflexionar.

La sensación de que la muerte es el verdadero descanso, el fin de la tragedia del existir. Pero también, y fundamentalmente, El malentendido nos acerca al dilema moral, a la elección del mal o del bien, a la aceptación o rechazo de que el fin justifica los medios.

Dura y trágica, recomendamos acercarnos a ver esta obra de teatro aunque al final salgamos acongojados, sin rastro de felicidad ante lo que se va desplegando ante nuestras miradas, pero que nos hará reflexionar sobre la vida y sobre la muerte , sobre si ésta última no puede ser, en última instancia, un bien, tras el dolor implícito en toda existencia racional.


domingo, 1 de diciembre de 2013

El libro de los condenados





Escrito en 1919, tanto este libro como otros de Charles Fort, desconocido en España, suponen el inicio de un tipo de literatura que fija sus ojos en los casos extraños, en lo maldito y apartado por la ciencia, aquello que chirría a las mentes racionales y ordenadas del mundo moderno.

Y, sin embargo, no debe confundirse a Fort con el típico aficionado o investigador de lo que se llama parapsicología. Para nosotros no cabe incluirlo en ese grupo de estudiosos de hipotéticos casos de espíritus, poltergeist, demonios y demás.

No, podemos definir a Fort como un, si cabe el concepto, parapcosmólogo. Y también como un precursor, un adelantado, de la llamada ufología.

De rostro bonachón, regordete, con gafas y bigotes de morsa, su apariencia convencional escondía un crítico de los métodos de la ciencia, de sus intentos por ocultar o burlarse de lo que escapaba a su control, de aquellos fenómenos que se salían, nunca mejor dicho, de madre, y no podían ser asimilados y explicados por la mentalidad cartesiana.

De profesión periodista, hombre muy inquieto, empezó por desear escribir una novela, idea que abandonó para acumular miles de notas sobre todo tipo de temas, estudiando todas las artes y las ciencias, sobre todos los fenómenos conocidos, para encontrar un orden, una ley cósmica. Él rechazaba la idea de que vivíamos en un mundo compartimentado, en un mundo de celdillas, y pensaban que se necesitaba una interacción de todas las disciplinas.

Adelantándose muchos años a los científicos que desde Einstein a Michio Kaku y otros han buscado una teoría del todo, la unión de lo micro y lo macro-de momento sin resultados- Fort sostenía que, para una mente superior, los objetos no son más que constreñimientos locales fundiéndose los unos con los otros en un gran todo global. Pensaba, quién sabe si con razón, que vivíamos una pseudo-existencia, de la que sólo se pueden sacar pseudo-conclusiones, basándose en pseudo-informes.

El libro de los condenados es un alocado y maravilloso libro en el que plasma todas sus miles de notas, recopiladas casi todas de revistas científicas-es decir, usaba la misma ciencia para refutar su visión de las cosas- sobre temas absurdos, desde las famosas lluvias de ranas, peces y pájaros, a otras más extravagantes como sangre, pasando por sustancias gelatinosas, caídas de trozos de hielos en cielos despejados, algún extraño animal, caída de sustancias sulfurosas, de piedras aparentemente trabajadas y con inscripciones en un lenguaje desconocido, de trozos de hierro o metal, de carbón…

Recopiló casos de encuentros con objetos o construcciones de enorme tamaño, y sus contrarios, hachas o ataúdes de dimensiones minúsculas. De lluvias localizadas en un espacio muy limitado, por ejemplo cita un caso de una lluvia de varios días, a intervalos irregulares, con cielo despejado, entre dos árboles de una calle.

Y, como no, de objetos luminosos que recorrían nuestros cielos, u observados por astrónomos, así como de oscuridades repentinas en pleno día, en algunas zonas o regiones del mundo que no correspondían a ningún eclipse.

Sus hipótesis arriesgadas, que tampoco podemos asegurar que en algún caso no fueran un intento de escandalizar a la ciencia de su época, más que a otra cosa, sostenían caídas de animales de lo que el llamaba el Supermar de los Sargazos, o supuestos ríos, lagos y estanques situados por encima de nuestras cabezas, frente a la idea dominante de que eran animales levantados por torbellinos o trombas. Creía que, las caídas de materiales como hierro, carbón, piedras pulidas…podían proceder de aeronaves o superconstrucciones de otras civilizaciones, así como ser estas superconstrucciones responsables de los casos de oscuridades repentinas.

Charles Fort creía que civilizaciones de otros mundos nos habían visitado y continuaban visitándonos, respondiendo a la eterna duda de porque no han contactado con la cruda pero quizá acertada respuesta de que si nosotros no intentaríamos civilizar patos, vacas, gallinas y cerdos, esos otros seres no tendrían gran interés tampoco en darse a conocer . A lo sumo podríamos ser objeto de distracción y entretenimiento.

Pensaba que estas civilizaciones eran de muy diversa procedencia y tamaño, desde gigantes hasta enanos, pues para él la respuesta de la ciencia al descubrimiento de hachas diminutas, sosteniendo que eran creadas para los niños, es una idea absurda.

Sostenía la existencia de campos de hielo y campos gelatinosos en el espacio, lo que explicaría la caída de meteoritos con sustancias gelatinosas, o de aerolitos, e incluso las lluvias localizadas y con tiempo despejados tendrían esa explicación: la de bloques de hielo estacionados durante un tiempo en una zona, fundiéndose lentamente.

Lógicamente, si bien algunas de sus ideas creemos que pueden ser válidas, como las relacionadas con visitas de naves de otros mundos, tanto en el pasado como en la actualidad-si bien reconocemos que se necesita la prueba definitiva- otras son casi imposibles de sostener, como el Supermar de los Sargazos.

Pero creemos que Fort estaría muy contento si pudiera conocer la gran apertura de la ciencia y sus estudios sobre la física cuántica y la probabilidad de la existencia de otras dimensiones y otras realidades paralelas a la nuestra. Quizás, en vez de en el Supermar de los Sargazos nos saldría con la posibilidad de que seres u objetos de realidades paralelas salten a la nuestra. Quién sabe.

Nosotros tenemos que reconocer la atracción que ejerce su figura y sus estudios en nuestra vida .Siempre recordaremos cuando, una noche de verano, estando veraneando en la playa, sentado tranquilamente con mi padre en la terraza de un apartamento-allá por el año 80, siendo un crío- observamos boquiabiertos pasar una especie de bola luminosa, de un tamaño nada despreciable, entre los edificios.

Durante años pensé que se trataba de un meteorito. Hoy no sabría que decir. Quizás entre la explicación ultracientífica de que podría ser un cohete de feria y la imaginativa de Fort de un objeto de otro mundo, la realidad, o como diría Fort la cuasi realidad de nuestra cuasi existencia, sería que ni lo uno ni lo otro.

En fin, que vaya usted a saber lo que era y de dónde procedía esa curiosa bola de “fuego” o luminosa-que curiosamente Fort cita en su libro-.

Quisiera despedirme con un par de surrealistas frases de su libro, al inicio del capítulo uno, cuando hace la presentación del texto: “las putillas brincarán, los enanos y jorobados distraerán la atención, y los payasos romperán con sus bufonadas el ritmo del conjunto. Sin embargo el desfile tendrá la impresionante estabilidad de las cosas que pasan, siguen pasando y no dejan de pasar”.

Pues nada, pasen, vean y disfruten del espectáculo.