domingo, 29 de enero de 2017

¿Internet nos hace estúpidos?

En la desconocida Editorial Voz de los Sin Voz, continuadora de la antaño famosa en tiempos de la clandestinidad antifranquista Editorial ZYX, impulsada por un pequeño grupo, el Movimiento Cultural Cristiano, partidario de un cristianismo obrero y autogestionario -rara avis en el mundo católico y cristiano en general, aunque en mi humilde opinión el cristianismo o es comunal y autogestionario o no es- me hice con un libro interesante, de título sugerente : ¿Internet nos hace estúpidos?.

En él, escrito por varios autores, se hace un interesante análisis de uno de los instrumentos tecnológicos más exitosos de nuestra época, y que a casi todos nos envuelve, como la melodía de las míticas sirenas de Ulises que con sus cantos arrastraban a los marineros a la muerte: internet, las redes sociales.

El texto, reconociendo sus bondades y considerando que ya no podemos prescindir de tal invento-pese al título, el libro no supone una condena al infierno de esa tecnología- plantea un interrogante, la constatación de una incómoda realidad: las redes sociales parecen estar limitando nuestra capacidad de pensar y leer con profundidad.

Muchos inventos producen alteraciones cognitivas, como fue por ejemplo la invención de la escritura y por tanto la capacidad lectora, e internet no es una excepción. La primera parte del libro, quizá la menos apasionante, se centra en el estudio de los cambios neuronales producidos a lo largo de la historia por el desarrollo tecnológico.

La última parte, la más amena para mí, es la que señala, entre otras cosas, la pérdida de capacidad de concentración en la lectura, la mayor dispersión de la mente, acostumbada a "clikear"constantemente, y a pasar de una información a otra. La dificultad de leer textos largos y densos, acostumbrados también al formato digital de frases y textos breves, es un efecto negativo de la redes sociales.

Más información no tiene por qué implicar mayor conocimiento, al revés, como se expresa en la contraportada de la obra, se obstaculiza la capacidad de comprensión y empatía. Una mente tranquila y atenta, requiere de la contemplación, los estímulos constantes de la red, lastran su desarrollo.



Habría otros elementos negativos: desde la evidente pérdida de intimidad y por tanto de libertad al exponer toda nuestra vida y nuestros gustos, a la posibilidad de una creciente concentración de riqueza y poder por parte de las grandes corporaciones tecnológicas y el riesgo consiguiente de despidos masivos al producirse casi todo por medio de software.

Podríamos hablar de otros aspectos negativos-en los que el libro no entra-, desde el acoso por las redes, a la violencia o insultos. Este es un tema muy delicado, pero hay algo en las redes sociales que limita el autocontrol, y, aunque personalizando, suelo evitarlo en todo momento, mi gusto por el debate me ha llevado en alguna ocasión a manifestar alguna crítica a personas e ideas de manera muy inapropiada.

He sido consciente de eso y reconozco que me ha echo sonrojar de mí mismo, siendo cada vez más claro para mí el que Internet no favorece el debate sereno, el encuentro ni realmente la capacidad de transformar en positivo la realidad. En este último punto hay autores que en alguno de sus libros mencionaron que la Red no es más que un enjambre digital-Byung-Chul Han-, una multitud vociferante, aislada individualmente en muros, y, pese a la ficción de lo contrario, incapaz de una acción conjunta.



Otro aspecto destacable del libro es su rechazo a la idea de que las tecnologías son neutras, que dependen de su uso. Es la postura del llamado "idiota tecnológico" según los autores. Una ingenuidad que no tiene en cuenta que la tecnología es creada por un sistema de dominio y que, por tanto, muchas veces con ella se sirve a los intereses de los opresores, de diversas maneras.

Para finalizar vuelvo a la contraportada y me quedo con su frase final: Seamos protagonistas de nuestra vida, de nuestro tiempo. Construyamos asociación, necesitamos afrontar juntos esta nueva civilización que está naciendo.

lunes, 23 de enero de 2017

Frantz

Bella y melancólica película que recrea de manera magistral los ambientes posteriores a la primera guerra mundial, tanto en Alemania como en Francia, gracias, sobre todo, al uso del blanco y negro-roto puntualmente- ,que favorece que el espectador se sumerja más en el film y lo sienta más real.

Una joven prometida visita con frecuencia la tumba de su amado, segado de la vida por la carnicería de la primera guerra mundial, cuando descubre que un francés, al igual que ella, acude a depositar flores al nicho.

Intrigada, consigue establecer una relación de amistad con ese desconocido, antiguo enemigo de la guerra que enfrentó a alemanes y franceses. Aparentemente, una antigua amistad de Frantz, con quien compartió vida de estudiante en París.



La lucha entre las ganas de vivir y el dejarse arrastrar a una muerte en vida, la desolación y tortura del padre, ejemplo de otros millones que alentaron a sus hijos a combatir por la patria, perdiéndoles para siempre de sus vidas, el clima de odio, nacionalismo y ansia de revancha de muchos alemanes, pero también franceses, el desencuentro, la dificultad de entablar una relación entre dos personas a lo que todo lleva a verse como enemigos...

Sensibilidad, diálogos profundos, sentimientos escondidos que brotan a destiempo, vidas rotas, resignación y dejarse llevar o romper con todo, son diversas facetas y dilemas que como un poliedro nos muestra Frantz.

Una hermosa, esperanzadora y triste película merecedora de un gran éxito.

viernes, 20 de enero de 2017

Reflexiones sobre el erial contemporáneo

Cuando un servidor observa las diversas reacciones a las múltiples crisis que nos sacuden, no deja de tener la triste impresión de un Déja Vú siniestro: salvando las distancias, con matices, parece que nos sumergimos otra vez en los años veinte y treinta.

Se afirma que el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra, y, por desgracia, parece que es cierto. El tiempo actual, en vez de favorecer nuevos paradigmas, o, puesto que todo está inventado, una mezcla de nuevas y viejas ideas, viejas en el sentido de las tradiciones pasadas que puedan ser positivas o ayudarnos a enfrentar la terrible decadencia que nos cerca, ha decidido deslizarse a lo más obscuro, lo que ya mostró su turbia faz.

Las generaciones adultas, y, lo más triste, también muchos de los escasos individuos que se esfuerzan en analizar críticamente el Orden que nos tiene encerrados  en la Caverna de Platón, vuelven su mirada, sin saberlo, hacia cosmovisiones muy afines a la mussoliniana, por ejemplo.



Es decir ante la situación creada por el capitalismo, que, como en todas sus crisis cíclicas, necesita volver a reactivarse asfixiando a las clases populares, se ha creado una numerosa corriente, a izquierda y derecha, que en vez de afrontar la realidad, ha caído en la ensoñación del Estado-nación y la clase dirigente local como salvadora de los humildes y explotados.

Proteccionismo, aislacionismo, repliegue identitario, rechazo a cualquier construcción supranacional...son creencias cada vez más pujantes. La soberanía nacional aparece como la tabla de salvación, como la única forma bien de protegerse de los movimientos migratorios producidos por los conflictos armados o el hambre, por parte de la derecha populista, o como única forma de democracia, para el populismo de izquierdas-más debil que el primero, que es quien tiene todos los boletos para triunfar-.

Unos y otros viven fuera de la realidad por un lado, y nada han aprendido de la historia, por otro.

Por una parte, la masiva huida de sus países de cientos de miles de personas,por no decir millones,  no podrá frenarse, o reducirse, sin un tipo de política u organización mundial que afronte ese grave problema y esa enorme injusticia que supone que en un mismo mundo haya tal grado de desigualdad.

En un mundo fragmentado en Estados naciones encerrados en sí mismos, jamás se logrará nada en ese sentido, y la gente se agolpará en las fronteras, creando una situación insostenible para todos, por más que se instalen vallas o muros.



Por otro lado, debemos quitar la máscara a la llamada soberanía nacional. La soberanía nacional es la soberanía de los mandamases locales, cuya función es dominar a la propia población y controlarla.

Porque todo Estado-nación es un polvorín, que acumula en su interior todo tipo de armamento y aparatos dispuestos a aplastar, si se da el caso, a la propia población, y, en segundo lugar, el Estado-nación es una forma de organización siempre preparada para la guerra exterior.

Que a tales instrumentos se les siga considerando, después de todo lo que ha caído, baluarte de libertad, paz y democracia, resulta cuanto menos asombroso.

Incluso aunque sólo uno de tales Estados tuviera ínfulas imperialistas, todo ese sueño de sus defensores se vendría abajo como un castillo de naipes.

Es sintomático y llamativo que los movimientos nacionalistas, los antiguos y los actuales, con sus figuras de renombre-la última Trump, o algo antes los del Brexit- pese a su discurso de primero la patria, de teórico repliegue interior, acaban siendo enormemente belicosos o defendiendo una mayor capacidad militar.

Al final su búsqueda del engrandecimiento patrio lleva al rearme, a la belicosidad y , a la mínima, a la conquista o enfrentamiento con otros vecinos.

Vuelvo al ejemplo anterior: ¿alguien se imagina cómo acabaría un mundo dominado por los localistas, nacionalista e identitarios, sin distinción de izquierda y derecha-el fascismo clásico nació de la izquierda y se volvió transversal al poco-, donde cualquier conflicto, fronterizo, de tierras, marítimo o del tipo que sea, no tuvieran instituciones que pudieran mediar?.

Y es que si los neofascistas partidarios del repliegue son coherentes, en su mundo ideal no cabría nada a nivel mundial, pues sería una amenaza a la soberanía. Las consecuencias ante cualquier choque, cabe imaginarlas.

Podemos definir el mundo actual, al nivel del pensamiento, como un erial. Desaparición de la imaginación y búsqueda de vías que mostraron su total fracaso con la Europa de Entreguerras, esa Europa asolada por las guerras y las dictaduras.

Lo triste es que hace cerca de un siglo, un grupo de personas, los constituyentes del llamado movimiento obrero, ya pensaron una respuesta al capitalismo que no pasaba en absoluto por ese refugiarse en el Estado-nación, sino por dar una respuesta global.

Es verdad que en la hora de la verdad, 1914, se fracasó. No lo niego, pero su esfuerzo, lucidez y visión resultaron ser muy superiores a los de generaciones educadas durante años en escuelas y universidades.

Con esto no estoy defendiendo un internacionalismo abstracto, un poner el carro por delante de los bueyes. Se parte de lo cercano, pero se ve a las personas de otros países como compañeros aquejados de la misma opresión, y por tanto es obligado crear una estructura que vaya abarcando la Tierra en su totalidad.

Tampoco niego la necesidad de revisar las propuestas internacionalistas, en qué fallaron, en qué se deben ampliar y renovar para poder enfrentar, o al menos poner palos a las ruedas, de la maquinaria infernal de las tres potencias que tiene al mundo en vilo, y que se sostienen por nuestra pasividad y despreocupación total, por nuestra aceptación de que vivir al borde del precipicio es lo natural.

Lo que sí tengo claro es que la marea populista y nacionalista es un mal mayor que el que supuestamente quiere enfrentar.

sábado, 14 de enero de 2017

Relatos de un peregrino ruso

He tenido el gusto de leer un clásico del cristianismo ortodoxo, Relatos de un Peregrino ruso, que en la práctica se ha convertido en uno de los más bellos textos de la tradición espiritual de la humanidad, con capacidad para trascender cualquier escuela religiosa.

La propia introducción es muy interesante, pues nos sitúa el contexto de la obra, la época en que transcurren los relatos de un peregrino ruso, personaje anónimo del siglo XIX, y la escuela cristiana en la que se sitúa, o la que resulta más afín, que es la hesíaca, aquella centrada en la vida contemplativa, y la oración incesante para lograr la unión con Dios, es decir la que busca la soledad, la calma, el silencio.

El resto del libro nos relata las andanzas de un hombre sencillo, educado en la fe religiosa que pierde todo, casa, mujer y riquezas y que decide lanzarse a los caminos, peregrinando por toda Rusia, siendo enseñado por un maestro en la práctica de la plegaria incesante hacia Jesucristo, actividad inicialmente muy difícil de lograr, debido a las distracciones y la pereza mental, pero que una vez lograda transforman interiormente al protagonista, logrando alcanzar la paz, la alegría y una enorme fortaleza mental que le permite afrontar sin miedo todos los peligros y penalidades que sufre en su vagabundear por la inmensidad de Rusia.

Trabajando a veces, y mendigando un trozo de pan en las aldeas por las que pasa en otras ocasiones, del libro destacan sus conversaciones con hombres de diversa condición, de monjes, a profesores y ermitaños y también gentes de pasado licencioso y amoral, todos o casi todos despertados por diversos motivos al mundo elevado del espíritu; la obra no deja de ser un canto a la esperanza, a la posibilidad de cambio y redención, gracias al Evangelio o textos como la Filocalia, donde se concentran grandes enseñanzas de los primeros cristianos.

El amor al prójimo, el perdón, la compasión,el desapego a los bienes materiales, son enseñanzas de Relatos de un peregrino ruso, que, en lo esencial, coinciden con las mejores tradiciones espirituales y filosóficas.

El libro va contracorriente de nuestra época, de nuestras sociedades occidentales donde todo lo que se refiera a dios o a religión provoca un enorme rechazo, risas o burlas, como algo dogmático, antiguo, reaccionario, de beatas e hipócritas fariseos, frente a nuestras maravillosas vidas de esclavos de placeres y tecnologías varias, dominados de la cuna a la tumba y adoctrinados de la mañana a la noche.



Entiendo que a muchos la obra no guste, o no diga nada, pero personalmente, he disfrutado de la lectura, de la sencillez y a la vez profundidad del protagonista y otros personajes, y, separando el grano de la paja, descubro en el peregrino ruso y sus compañeros de viaje unas personalidades superiores a las nuestras, capaces de enfrentar con paz y una sonrisa los golpes y penalidades de esa vida errante, expuesta a todos los peligros.

Cada vez creo más firmemente que en las viejas tradiciones espirituales de la humanidad, se esconde un tesoro a redescubrir y de gran ayuda para la mejora individual y colectiva.

Al menos, redescubramos el valor del silencio, la oración o la meditación, y el vivir modesta y sencillamente. Con independencia de si somos creyentes, ateos, o agnósticos.