domingo, 29 de abril de 2018

Ahora todo es noche

La compañía teatral La Zaranda ha llevado a los escenarios de manera magistral, combinando un cóctel perfecto de humor ácido, tristeza y reflexión, la vida y andanzas de un colectivo de seres humanos que habitan en la negrura más infinita, donde nunca sale el sol, donde nunca cruza el espacio ningún rayo de esperanza, donde tierra, cielo y seres circundantes son o enemigos, o sombras esquivas que les rehuyen, que les dan la espalda, como enfermos contagiosos, monstruos a los que no mirar a los ojos.

Seres donde la losa de la derrota sólo les permite un arrastrar por la existencia, sin saber hacia dónde encaminarse, sin manos cálidas que les sostengan, con un pasado cada vez más brumoso al que tampoco pueden ya acogerse, rotos los lazos con una humanidad que aparentemente se siente ajena a ellos pero que, en lo más profundo de su alma siente un gélido pavor, pues lo único que los separa de ellos es una nómina, un pequeño sueldo. Y ese terror está ahí, invisible y acechador, como los fantasmas de la infancia, de las noches de insomnio en que cualquier ruido nos sobresaltaba pensando que algo de otro mundo se dirigía a nosotros desde las sombras.

Tres mendigos recorren las calles, buscando sobrevivir, refugiándose en las penumbras de las estaciones y portales, revolviendo la basura, haciendo cola para recibir un poco de comida, a veces torturándose por lo que pudo haber sido y no fue, alguno aún esperando salir pronto de la pesadilla .



Hombres desterrados de una sociedad inhumana, que a veces miran y gritan a ese cielo que les manda las peores inclemencias, deseando a veces la muerte,que la parca les dé la mano negada por otros; a veces la ayuda de Dios, ese ser que parece ajeno a la suerte de sus criaturas, ese enigma al que unas veces se ama y otras se odia, a veces refugio y otras ente contra el que bramar, contra el que levantar el puño observando lo alto estrellado por su abandono, por su silencio infinito.

Hermanos que llegan a aventurarse por las cloacas, lugares donde van a parar los detritus de empresas, ministerios, multinacionales, centros comerciales, bancos, centros de la cultura oficial, teatros de vanguardia. Crítica contundente a todas las formas de poder, a la ideología del éxito frente a la fe.

Y al final, un pequeño relámpago de esperanza, un erguirse de la dignidad, una llamada a la lucha lúcida, aquella que es consciente de la derrota, que en el teatro de nuestras vidas siempre se acaban imponiendo los poderosos, pero que con todo es en la rebeldía, en el alzarse, donde se muestra lo realmente humano.

Una pena el poco tiempo que esta joya que recorre basureros, cloacas, fríos, miedos, calles sin luces ni fin y desesperanza ha estado en cartel. Merecería mucho más, el suficiente para reconocer nuestros miedos, nuestro abandono,nuestra cobardía de derrotados sin lucha.

lunes, 23 de abril de 2018

Las trampas de la identidad

Por su interés y evidentemente porque comparto su tesis, expresada en este espacio en varias ocasiones, cuelgo un texto de Miguel Amorós sobre el conflicto catalán. Conflicto de clases gobernantes, falso conflicto para quienes mantengan una conciencia de individuos alienados, dominados, adoctrinados, manejados, manipulados, triturados, enfrentados. 

Y es la conciencia de todas esas cosas la que debería hacer crear una identidad, diferente a las identidades nacionales construidas para hacer digerible nuestro estado de postración. Algo que sólo puede pasar cuando se dé un adiós definitivo a los valores de las clases medias: consumismo, hedonismo, individualismo sin verdadera individualidad, voluntad de poder y de sumisión, materialismo vulgar, amor al dinero y las riquezas materiales, al éxito como posesión de más y más bienes y conquistas sexuales, postureo, existencias volcadas en la aceptación del prójimo y de los familiares, lo cual sólo se logra con buenos empleos, bien pagados y con alto estatus , entre otras muchas cosas, todas unidas por un hilo invisible de vidas vacías, de inconsciencia, al no tener en cuenta que tras la muerte nadie va a llevarse nada de su brevísimo pasar por esta tierra.



Sin más, les presento el texto, aparecido inicialmente en Kaos en la red, para su reflexión y disfrute.

Cuando el capitalismo internacional entra en una peligrosa fase crítica, en donde la vida de la mayoría de la población planetaria depende completamente de disposiciones funestas tomadas por irresponsables con el fin de superar la recesión y la ruina, en Europa, y más concretamente en Cataluña, la conciencia de la crisis parece ocultarse detrás de conflictos de muy inferior rango, como por ejemplo, el que mantiene el Estado español contra la voluntad secesionista de determinados grupos de poder catalanes, apoyados principalmente por empresarios adictos y por la clase media provinciana. El caso presenta extrañas similitudes con la puesta en escena, en Francia, de la cuestión “musulmana”, una verdadera escenificación montada para esconder la cuestión social tras una problemática étnica, cultural y religiosa.
Bajo el prisma de la soberanía, la condición obrera de gran parte de la población catalana se disuelve en una identidad nacional ilusoria inflada artificialmente en los medios, y la lucha social queda absorbida en la pugna aparente entre un gobierno central, autoritario y represivo, y un “pueblo” catalán, pacífico y demócrata donde los haya, que pretende autodeterminarse. Parece que el discurso soberanista, acaparando el debate político, haya dado la puntilla a la lucha de clases. Nadie menciona a los trabajadores, sino como sujeto secundario representado por sindicatos claramente favorables al “derecho a decidir.” En realidad, el proletariado ha resultado subsumido y degradado en el concepto comodín de “poble”. El momento no puede ser más confuso. La actividad propagandista y la apropiación del espacio mediático por los bandos jurídicamente enfrentados, expulsa abruptamente de la escena pública la cuestión social en provecho de la cuestión identitaria, o peor aún, del españolismo. Los matices no cuentan; todo el mundo está obligado a escoger su campo: o con el fascismo español, o con la democracia burguesa catalana. O con la mentira constitucionalista o con el fantasma de la independencia. Una especie de chantaje moral nos condena a escoger entre una cárcel ideológica u otra; a pronunciarnos por un determinado tipo de opresión, en fin, a adoptar una identidad quimérica cualquiera. La protesta contra la expropiación total de la decisión de los individuos por parte de una clase dirigente económica y política, en Barcelona y comarcas, no aflora en contradicción con el régimen capitalista y las instituciones que lo representan, sino que lo que podría tomarse por tal parece conformarse con un Estado menor, periférico, en todo similar a los demás Estados europeos.
La fascinación por un Estado que albergue a la “nación” catalana es tanta, y tan sabiamente cultivada por expertos y profesionales de la comunicación, que para sus partidarios resulta ofensivo dudar de su eficacia en la resolución de toda clase de problemas, desde el de los desahucios al del paro y la precariedad; del de la destrucción del territorio al de los inmigrantes indocumentados; del de la igualdad de géneros al de los recortes en pensiones y servicios sociales, etc. Y si por desgracia el escollo es visiblemente imposible de saltar, siempre podrá responsabilizarse a Madrid. La pequeña burguesía y las nuevas clases medias nacidas de la terciarización de la economía, afectadas seriamente por la crisis, constituyen buena parte de la base social del soberanismo, la parte más crédula y más subyugada por la heroicidad de sus dirigentes ecarcelados o exiliados. Difícilmente hallaremos proletarios en sus filas. Por eso, el nacionalismo “democrático” y ciudadano surge en el contexto actual en oposición a ideologías emancipadoras como el socialismo autogestionario, el confederalismo, el comunismo libertario y el sindicalismo revolucionario. O dicho mejor, como relato alternativo a las teorías subversivas capaces de exponer de forma verídica la situación actual a las clases oprimidas. La lucha contra los efectos de la crisis deja de articularse en torno a la condición obrera y pasa a hacerlo alrededor de la nacionalidad. Si la comunidad concreta de trabajadores se ha desleído ante los embates del sindicalismo de concertación, la desocupación y el consumismo, en su lugar se conforma una comunidad abstracta, relacionada virtualmente, interclasista y esencialista: el pueblo catalán. En nombre de dicha abstracción habla el montaje nacionalista.
Las catástrofes del capitalismo globalizado y el gobierno corrupto de la derecha estatal han creado un clima ideológico particular en Cataluña, perfectamente aprovechado por el entramado de intereses soberanista, que ha sabido neutralizar cualquier otra oposición y llevar toda el agua a su molino. Frente a una “democracia” corrompida y despótica, la dirección nacionalista gusta mostrarse como agente de una democracia verdadera, obediente al mandado del “pueblo”. El pasado, que podría desmentir con facilidad tal autenticidad, ha quedado borrado en el imaginario patriótico. El soberanista carece de memoria. De golpe, todas las instituciones, a estas alturas bastante desacreditadas, se ven legitimadas a costa del infame gobierno central: el Govern, el Parlament, la Mesa, consellers, subsecretarios, Mossos, diputats, regidors, patronals, partidos... La represión, centrada en la cúpula dirigente, ha contribuido sobradamente. Toda la clase política soberanista adquiere una virginidad a precio de saldo, y con ella, la brutal policía autonómica y el Govern de los recortes, del BCN World y del caso Palau. El Estado, a través del cual la clase dominante se constituye en sociedad democrática, queda incontestablemente consagrado. Pero la “democracia”, que hoy no es más que la forma política del capitalismo, y que en su fase crítica final adopta formas autoritarias y espectaculares cada vez más obvias, tanto en Cataluña como en España, suele ejercer de mecanismo desactivador de una latente conflictividad anticapitalista, desviada por las burocracias sindicales a terrenos baldíos. La originalidad catalana es que la susodicha democracia se erige como argumento principal de las tramas oligárquicas del nacionalismo con el que este se asegura una bolsa descomunal de votantes fieles. Las falsas cuestiones no tienen otra misión que disimular las auténticas en beneficio de la dominación, enarbole la roja y gualda o la estelada.
Es indudable que al recomponer el escenario político y social catalán en clave nacionalista, las fuerzas soberanistas han descolocado a la “izquierda” oficial, a la de viejo y a la de nuevo cuño, a la socialdemócrata y a la ciudadanista, incapaces ambas de desmarcarse de la moda identitaria y distanciarse de sus lugares comunes, sus símbolos y sus mitos. No le ha quedado más remedio que elegir entre dos amos y ponerse a remolque del “unionismo” o del nacionalismo. Algo parecido podíamos decir del anarquismo catalán. Durante la guerra civil, el anarquismo oficial convirtió en consigna una frase atribuida falsamente a Durruti: “Renunciamos a todo menos a la victoria.” Con ello se trataba de justificar una abjuración vergonzosa y una táctica inútil hecha a base de capitulaciones. Según se desprendía de ello, al anarquismo le iría mejor cuanto más renegase de sus postulados, métodos y objetivos. Pues bien, los libertarios “de país” han tomado buena nota. Por puro activismo o por simpatizar realmente con el nacionalismo, no tienen empacho en olvidarse de la historia movilizándose tras eslóganes nacionalistas; en depositar su papeleta de voto en la urna santificando las elecciones; en reivindicar una “democracia” a la catalana y sus instituciones más convencionales, y en aportar su grano de arena a la construcción de un Estado republicano, del que se puede esperar un amor a las libertades civiles semejante al de la versión monárquica de la que se pretende segregar. Al capital, ni tocarlo; en la movida catalana nadie va de anticapitalista, a no ser de boquilla; se va de demócrata. Nos inclinamos a pensar, tras habernos cruzado con algunos ejemplares especialmente fariseos, que el anarquismo de la posmodernidad y la militancia identitaria se ha convertido en el refugio de un sector extremista de la clase media, muy minoritario, pero visible. En resumen, la punta de lanza de una nueva servidumbre. Bueno, pero por suerte, ese no es todo el anarquismo ni de lejos, aunque éste ganaría bastante incidiendo en la lucha social más que parapetándose tras los principios.
La tarea primordial de la crítica revolucionaria consistiría en disipar la confusión mediante un análisis profundo y claro del régimen capitalista tal y como se manifiesta en la sociedad catalana, en nada diferente a la europea. A la luz de los verdaderos antagonismos sociales se esfuman los tópicos nacionalistas. Solamente a partir de aquellos puede constituirse una comunidad de lucha capaz de actuar contra el Capital y el Estado. La conciencia de las contradicciones está todavía por llegar, y con tanto nacionalista, tardará más de la cuenta, pero dado que la proletarización de la sociedad va a agravarse como resultado de la implosión destructiva del capitalismo, la clase media perderá protagonismo y los presupuestos ciudadanistas y nacionalistas se irán derrumbando, como levantados sobre un pedestal de barro.
Para la presentación del libro “No le deseo un Estado a nadie”, en Espai Contrabandos, Barcelona, 19 de abril de 2018 (Ponentes: Corsino Vela, Santiago López Petit, Tomás Ibáñez y Miquel Amorós).

viernes, 13 de abril de 2018

Reflexiones sobre el cuarto camino del mundo

Han sido diversos los caminos que se han defendido y practicado, especialmente en los dos últimos siglos, en el mundo .Básicamente, a riesgo de simplificar, podemos reducirlos a tres: capitalismo, comunismo de estado y fascismos, del que derivarían-de este último- los ahora llamados populismos, o nacionalpopulismos, movimientos caudillistas, de retórica hueca, simplista y emocional, socializantes, con la novedad del anzuelo de la llamada democracia participativa, o del derecho a decidir; pero que dejan de lado las ideas de conciencia de clases, de necesidad de potenciar el desarrollo de un sector social con ideas, prácticas y valores contrarios a los de las clases dirigentes, para hablar de conceptos gasesosos como la gente o la ciudadanía frente a una casta malvada.  

Por cierto casta votada y mantenida por esa "gente" o "ciudadanía" carente de autocrítica, disgustada porque el sueño del bienestar creciente se ha roto, lo que hace que se sientan engañadas y frustradas, poniendo su esperanza en que surja una nueva clase gobernante que, esta vez sí, traiga el Reino de Jauja al país.

Este discurso, estos nuevos partidos, que en España fueron potenciados por los propios medios del capital, pueden tender hacia la derecha o hacia la izquierda, culpando a los inmigrantes de los males, o bien solo a esa llamada casta, pero el sueño de fondo es el mismo: la salvación por el Estado, por el propio sistema, a través de nuevos líderes, a los que se supone que son otra cosa. La frustración, por cierto, podría provocar el paso de papeletas de un partido populista de un signo a otro. Así tenemos muchas encuestas que hablan del enorme ascenso de Ciudadanos y la caída de Podemos. Si bien es cierto que las encuestas hay que cogerlas con pinzas, pues pueden estar prefabricadas, pero ya sabemos que lo prefabricado busca fabricar la realidad .

Pues bien, sin pretender igualar plenamente los diversos sistemas que se han aplicado, vemos que los grandes problemas de la humanidad siguen ahí : el enfrentamiento creciente entre naciones, las amenazas mutuas de destrucción, el rearme de las potencias al que buscan sumarse otros países, nos amenazan nuevamente. Sobre este punto ya he reflexionado en numerosas ocasiones en este pequeño y desconocido blog, y no quiero insistir. Simplemente añadir que se ha sumado un nuevo problema, que está detrás de la guerra comercial entre China y los USA: el petroyuan, que busca sustituir al petrodolar, acelerando la decadencia norteamericana .Asunto silenciado, curiosamente, por los medios.

Por otra parte parece, sin salir de nuestro país, que nos encaminamos a una sociedad más empobrecida. Los sueldo han caído y el sistema de pensiones, mal que nos pese, parece condenado también a ir menguando progresivamente. ¿Qué sucederá cuando nos sacuda la próxima crisis económica, crisis que esperemos sea lo más lejana en el tiempo posible, pero que sin duda llegará?. ¿Cuál será nuestro futuro, especialmente el de niños, adolescentes y jóvenes del presente?.



En algún momento tiene que brotar un nuevo pensamiento o, mejor dicho, renacer un híbrido de vieja y nueva manera de entender la vida. Hay que construir ese cuarto camina, esa cuarta postura del mundo. Para esto es necesario que lo que subsiste, o resiste, de individuos o pequeños grupos ajenos al espíritu políticamente correcto y a las modas diversas, todas institucionalizadas,así como a la fragmentación, como el ecologismo, el movimiento estudiantil y el feminismo o el nacionalismo, al que miles de "democratistas" o ciudadanistas  y hasta  antisistema abrazan, por aquello de que han ocultado sus ideas autoritarias y xenófobas y por supuesto sus prácticas corruptas con los ropajes del derecho a decidir.

Estos individuos o grupos que digan No al estado del mundo, deben dotarse de una visión global de la sociedad y sus problemas, evitando las mencionadas trampas  de las modas y la corrección política. No hay ecología que valga si no salvamos primero la sociedad y el individuo. El feminismo actual no es más que la integración de todos en el régimen de dominación, que olvida los dos objetivos para mí esenciales que el sistema busca impulsándolo, como se ha visto con el apoyo de las televisiones a la reciente huelga feminista: separar en la lucha a hombres y mujeres, favoreciendo su enfrentamiento, y preparar la movilización de las mujeres en la conflagración bélica mundial ya en ciernes. En cuanto al movimiento estudiantil, éste ha olvidado por completo que el objetivo del sistema educativo es la integración y aceptación desde niños de la "realidad", cada vez más negra, que nos imponen las autoridades políticas y económicas.

Junto a esto, el cambio social no será posible sin el renacimiento de una cultura, una conciencia, de unos valores contrapuestos a los actuales. Esta conciencia no tiene por qué ser una copia de la llamada conciencia de clase, la que conformó el viejo mundo obrero, un mundo ya prácticamente muerto. Pero sí puede servir de inspiración, pues se necesita un individuo u una colectividad con conciencia autónoma y solidaria .Una conciencia que vuelva a hacer aparecer luchas antiinstitucionales, que digan adiós al sistema de partidos, que se separe de la creencia en que en las instituciones está la salvación, ese mito absurdo consistente en creer que en quienes te machacan está la salida. La nueva clase, colectivo o comunidad revolucionaria debe esforzarse por volver a levantar los lazos horizontales y de apoyo mutuo de todo tipo, de familiares a vecinales y laborales, ahora reducidos a escombros, por el triunfo de la verticalidad burocrática, la mercancía, el hedonismo atomizador. El comunalismo real y la autogestión, entendidos como el desarrollo de las fuerzas no productivas si no espirituales, junto con un internacionalismo o universalismo claros, deben ser sus banderas.

Ese colectivo tendrán que conformarlo personas autocríticas, de diversos orígenes pero que coincidirán en el fracaso de sus viejas tradiciones, convertidas bien en fuerzas totalitarias, como el marxismo, bien en guetos inoperantes, oscilantes entre la secta y la integración en el régimen, como el anarquismo, o en religiosidades y espiritualidades vacías, absorbidas por los poderosos y convertidas en creencias legitimadoras de la opresión y la explotación, como el cristianismo.

El cuarto camino del mundo, cuyo horizonte debe ser la hermandad universal, la unión de los dominados del mundo, pasando por encima de todo nacionalismo, debe ser capaz de integrar a ateos y creyentes, lo que puede hacerse elaborando una filosofía moral sólida como punto de encuentro, y necesidad ineluctable en una comunidad subversiva que se tome en serio la transformación del Orden, pues es claro que el hedonismo, el relativismo, perpetua el capitalismo.

Ese cuarto camino del mundo debe aparecer, para disipar las tormentas que se abaten sobre la humanidad, de la que de seguir así ninguno escaparemos.






jueves, 5 de abril de 2018

La sociedad del cansancio

La editorial Herder vuelve a publicar una obra de uno de los filósofos cuyos ensayos llegan más al lector, varios de cuyos libros por cierto hemos comentado en este blog. Se trata de La sociedad del cansancio, y el autor Byung-Chul Han.

La tesis central es que el exceso de positividad, como nuevo paradigma de nuestra sociedad, está produciendo esa sociedad del cansancio, con una extensión de enfermedades y trastornos psicológicos y neurológicos como la depresión, la hiperactividad o el burnout, entre otros. Este nuevo paradigma enfermizo de la positividad vendría simbolizado en el famoso Yes, we can.

Este eslogan nos hace creer que no tenemos límites, que todo es posible, que podemos con todo .Todo es cuestión, se nos dice, de fuerza de voluntad, de esfuerzo. Esto provoca el fenómeno de la autoexplotación, creando una sociedad de individuos que caen en el agotamiento, la frustración, el cansancio; es, por tanto, una sociedad de seres que se autodestruyen psicológicamente, donde la coacción externa desaparece y, por tanto, la vieja sociedad disciplinaria es sustituida por la coacción interior.



Explotador y explotado, opresor y oprimido, se confunden en el propio individuo, según Han. Lo que él llama sociedad del rendimiento neoliberal produce, entre otras consecuencias, la aniquilación de la atención profunda y la contemplación, así como el aburrimiento, favorecedor de la actividad creativa, de la relajación espiritual y su sustitución por la hipercomunicación, la agitación incesante, la actividad constante, considerados como la forma natural de estar en la vida.

En la reciente sociedad del rendimiento, donde incluso la festividad en su sentido original de tiempo en que se abre un acceso a lo divino, es decir se celebra, se está entre los dioses y se vuelve uno divino jugando, ha desaparecido, y ésta no es ahora más una continuación del tiempo de producción y consumo, una obligación de realizar una actividad incesante sin sentido , como por ejemplo el turismo, la salud física es convertida en nueva diosa, al haber sido liquidada toda idea de trascendencia.

Por eso el autor, en lo que es para mí una imagen brillante y tétrica a la vez de nuestras vidas, nos define como muertos vivientes. Demasiado vitales para estar muertos, demasiado muertos para estar vivos. En nuestras manos está, sin embargo, retomar el camino de una vida auténtica, una vida con sentido, una vida que ponga en el centro la contemplación, la belleza, lo trascendente; es decir, lo que nos hace humanos.

domingo, 1 de abril de 2018

La Ley de la violencia y la Ley del amor

Por primera vez se publica en España una obra escrita por Leon Tolstoi al final de su vida, en 1908, en la editorial Hermida Editores. En este pequeño ensayo, La Ley de la violencia y la Ley del amor, aparece reflejado el pensamiento religioso y moral, así como a la vez individual y social, del famoso autor ruso.

Para él, cuya Guía era el Evangelio y lo que  llama doctrina de Cristo, el verdadero cambio vendría de la transformación interior en las conciencias, que debían abrazar la ley del amor, y por tanto el rechazo a la violencia hacia el prójimo, clave del mensaje de Jesús de Nazaret.

Tolstoy critica en el libro la creencia tan común en el cambio exterior, en dirigir a los hombres e imponerlos un programa determinado. Es el cambio interior, el de las conciencias individuales, lo que cambiará las condiciones sociales de vida, pues si fuera al revés seguiríamos atados a la violencia, violencia revolucionaria que se sumaría a la violencia del Estado y el orden existente; Estado que, pensaba  Tolstoy, sería innecesario y desaparecería si los hombres guiaran su conducta por el amor, por la voluntad divina, por la verdad.

El texto elogia el cristianismo primitivo, su oposición a la guerra, la negativa de algunos de los primeros cristianos a servir en el ejército, llegando a pagar con su vida su insumisión, como Maximiliano de Tébessa. También rechaza las Iglesias posteriores, por considerarlas traidoras al verdadero mensaje del Evangelio, al convertirse en defensoras y sostenedoras de las autoridades exteriores, defendiendo la violencia ejercida por éstas, justificando la existencia de ricos y pobres, manteniendo por tanto un orden pagano disfrazado de cristiano. Con todo el famoso escritor pensaba que estaba cercano el tiempo en que despertaría nuevamente un verdadero cristianismo, citando numerosos casos de compatriotas rusos que definiéndose como cristianos eran condenados a prisión por rechazar formar parte del Ejército. Su propuesta de rebeldía era la desobediencia no violenta, el negarse a pagar impuestos y servir a las instituciones, frente a tácticas como el sindicalismo o el apoyo a partidos políticos.



¿Acertó Tolstoy al pensar cercano el verdadero cambio?. Por desgracia no. Intuyó, y en eso sí dio en el clavo, que vendría una transformación. Pero esa transformación fue lo contrario al camino que el pensaba, y su país se vio sacudido por una ola de terror estatal y muerte, bajo la bandera del bolchevismo. En otros países del mundo sucedió lo mismo bajo otras ideologías como los fascismos .Dos guerras mundiales crearon grandes catástrofes, y esas maquinarias infernales de odio y enfrentamiento llamadas Estados nación han desarrollado un armamento capaz de aniquilar la humanidad, o parte de ella, en un abrir y cerrar de ojos.

Pese a todo su propuesta sigue ahí,fracasados todos los otros senderos- quizá teniendo que ser matizada para evitar una ingenuidad excesiva, no digo que no-. Esperando como nos proponía el despertar de las conciencias a la verdadera fe, aquella que busca dar un sentido a la vida, una unión con el infinito, una ley del amor entre los hombres, sin las cuales seguiremos chapoteando en un mar embravecido, a punto de ahogarnos en cualquier momento, arrastrando a la muerte a otros hombres y mujeres que bracean desesperados para sobrevivir, hundiéndonos todos en una civilización mecánica y materialista ajena al espíritu.