martes, 13 de octubre de 2015

Una modesta utopía

La Asociación en la que colaboro modestamente, Autonomía y Bienvivir-enlazada en nuestro blog-, decidió hacer un texto colaborativo rescatando una palabra y un ideal totalmente olvidado desde hace unos decenios en nuestras sociedades: la Utopía.

Sociedades que se dicen realistas y pragmáticas, condenando con una sonrisa de desprecio o de rechazo cariñoso también, a aquellos y aquellas que no estamos de acuerdo con su dirección. Y es que en realidad ese realismo, ese pragmatismo que tanto ha calado, no es, en fin, si no una loca quimera, una ciega carrera al precipicio.

Con el ideal de crecimiento económico perpetuo como bandera, incluyendo unos un mejor reparto de la riqueza y otros ni eso, buscando cual adolescentes perpetuos las siglas que les salven, marchando de frustración en frustración, esas comunidades, individuos y naciones que hacen gala de realismo no quieren ver que su nueva religión laica, la del progreso sin fin, reconociendo algún bache pasajero, se está cayendo en pedazos.

Los recursos se agotan, nos acercamos a los límites-sí, todo tiene límites, palabra tabú de la modernidad tecnocrática-, las crisis económicas se suceden unas a otras, y las guerras se incrementan peligrosamente, encontrándonos en serio riesgo de Guerra Mundial-si es que no ha empezado ya-.

Pero no es sólo eso, el gran mal de las sociedades de la heteronomía, de la dominación, es la destrucción efectuada sobre los sujetos. Las creencias y valores abrazados en mayor o menor medida por todos nos han reducido a la condición de obsoletos, de autómatas,de productos, de mercancías que intentan emperifollarse todo lo posible para ser compradas por el mejor postor.

Ahora, ese edificio lujoso, con grandes luces de neón, fiestas y música sonando, se resquebraja y tambalea sacudido por el terremoto, apagándose progresivamente sus focos y sus aparatos musicales.

Sus partidarios y defensores se miran extrañados unos a otros. 

- No es nada, un susto pasajero, dicen unos-
- Esto se arregla poniendo nuevos gestores que arreglen los desperfectos, dicen otros.

Y es en esta situación de autoengaño, de ceguera de aquellos y aquellas que no quieren ver que nuestro mundo, sus estructuras, su imaginario, colapsa, que se hace necesario retomar la utopía entendida como proyecto de vida y sociedad nuevas. Pero una utopía que tenga en cuenta las lecciones y fracasos de tiempos pasados.

La utopía, el pensamiento renovador requiere, por tanto, no crear un sistema cerrado o autoritario, sino abierto a la construcción de todos y todas, democrático, que se encamine a la autonomía.

Un lugar donde las metas sean las contrarias que ahora: frente a la destrucción de los recursos y la búsqueda desaforada de la abundancia material, de la riqueza económica, se ponga en su lugar la frugalidad, el bienvivir, el progreso moral o crecimiento interno, el compartir. Donde frente a los instrumento de dominación, desde el trabajo asalariado, el dinero como fin, los partidos políticos...se construyan herramientas liberadores, tales como monedas oxidables, trabajo libre o cooperativo, asambleas, usufructo frente a la obsesión de propiedad...

Esto requiere, por tanto, de un proceso deliberativo, donde la publicidad y la propaganda se reduzcan todo lo posible, entre otros muchos aspectos.

El camino sería duro, difícil, siempre abierto, pero si las gentes no despierta, no abren sus ojos a lo que sucede, si no se desembarazan de su falso realismo, nos espera un futuro muy negro.

http://autonomiaybienvivir.blogspot.com.es/2015/10/una-modesta-utopia.html


sábado, 3 de octubre de 2015

Madre Coraje, una obra de actualidad

En las Naves del Matadero, y hasta el 4 de octubre, se está representando una famosa obra del dramaturgo alemán Bertolt Brecht ambientada en la llamada Guerra de los Treinta años, que en el siglo XVII enfrentó a católicos y protestantes.

Pero el texto, por encima de la historia, es un relato -entreverado en esta adaptación con actuaciones musicales- de un tema por desgracia histórico y actual, la guerra, sus crueldades, la corrupción que fomenta, la necesidad de sobrevivir a toda costa que genera en muchas personas de quienes la padece, el duelo interior entre mantener la ética con el prójimo, o tirarla en mitad del camino para sobrevivir.

La protagonista principal , una madre que recorre con su carromato y sus tres hijos los escenarios bélicos vendiendo ropa y diverso tipo de material militar a los ejércitos para salir a flote , es un fiel reflejo de esas sacudidas y tormentos interiores.

Con actores desconocidos pero que se meten brillantemente en sus papeles, Bretch analiza la feroz disciplina castrense, el hundimiento en la bestialidad, cometiendo toda clase de tropelías, de los soldados, acostumbrados a aniquilar vidas o mutilarlas como quien toma un vaso de agua; el temor de la población civil; quienes se lucran de la guerra, como la protagonista, si bien el autor no se atreve a juzgarla o condenarla, pues parece ser comprensivo con la necesidad de supervivencia que todos tenemos dentro.

Resulta también interesante, en una pequeña parte de la representación, el análisis breve pero demoledor de la sumisión, la adaptación y la aceptación por parte del pueblo de lo que quieren los poderosos, desde sus valores, sus órdenes, sus prejuicios, hasta llegar al extremo de acatar ir al exterminio en masa, a aniquilarse utilizando la religión como arma.

Podemos decir que nuestra sociedad, hoy, no ha cambiado nada. La persecución del éxito, el poder, el dinero, el fundamentalismo religioso y la corrupción que todo ello origina sigue manteniendo su fuerza, así como el servilismo de la ciudadanía a sus proyectos, si bien actualmente con medios más modernos.

Ahora que la Guerra Mundial asoma en el horizonte, no estaría de más leer o ver esta gran obra para tener claro que volveremos a ser carne de cañón cuando quienes mandan decidan, y que nada se hará para evitarlo porque el mundo sigue estando igual de dividido y nosotros seguimos siendo tristes marionetas desvaídas, rotas por los palos de quienes manejan los hilos sin más protestas que algunos inaudibles quejidos y lamentos.