sábado, 16 de junio de 2018

El abismo se repuebla

Lúcido, descarnado, apegado a la verdad de la época, aunque a algunos de sus por desgracia escasos lectores pueda parecerle un libro de negro pesimismo, un hachazo al mundo de las ilusiones renovables, esas a las que se acogen los menguantes restos del izquierdismo mundial y de los grupúsculos que se dicen revolucionarios, ahora reconvertidos al ciudadanismo, al espejismo del democratismo, votos, referéndum y derecho a decidir presentados como un avance, como un logro en la emancipación; lo que no es más que las migajas que las élites nos ofrecen al populacho contemporáneo, a falta de poder ofrecer migajas económicas, ante un capitalismo que se viene abajo, que se desploma lentamente. A falta de pan, queda el circo,o los fuegos artificiales de la fiesta decadente del final del estío.

El abismo se repuebla es un brillante ensayo de Jaime Semprún, hijo del famoso Jorge Semprún, fallecidos ya ambos. Era el segundo hombre apegado a las luces del poder, de la fama, de los famosos, de toda la intelectualidad paniaguada, de un lado y otro del espectro político, tanto monta monta tanto. Era el primero lo contrario, hombre habitante de las sombras del anonimato, seguidor un tiempo del situacionismo, ajeno, por tanto, a la sociedad del espectáculo, cuyas lámparas artificiales jamás le enfocaron.

El texto, escrito en el año 1997, señala honestamente el fin de una época, la de la clase obrera como sujeto autónomo, con sus valores propios, esperanza de liberación. Su lugar lo ocupa una sociedad en descomposición, donde la tecnología ocupa el lugar de los viejos ideales revolucionarios ya derrumbados, esperando de ella progresos sin fin. Sin embargo, una sociedad tecnologizada es lo contrario: la muerte de la civilización, la trituración del espíritu y las multitudes mecanizadas, deshumanizadas.El desarrollo tecnológico en realidad nos envuelve, nos atrapa, nos engancha, nos vigila .Es, en realidad, un instrumento de la nueva dominación totalitaria.



Sus reflexiones, en este aspecto, son muy meritorias, pues nacen en el inicio del teléfono móvil, antes de las redes sociales, de las tablets, de los smartphones y demás mecanismos técnicos de distracción y control.

El libro señala el olvido moderno de la verdad, el triunfo de lo inmediato, del instante, el olvido del pasado y el futuro. Nuestra sociedad, el pueblo del abismo, es adicta al placer inmediato, a la diversión, a las reuniones multitudinarias, pero no de protesta radical, si no musicales, o deportivas. 

Nos hemos convertido en  masas hedonistas enemigas del tesón y del esfuerzo, así como de la memoria, siempre ávidas de las mercancías novedosas, buscando estar a la moda, a la última. Fieles ciegos al dios Progreso, a la diosa Modernidad.

No olvida Jaime reflexionar sobre la pobreza y desesperanza que anida en la periferia de las ciudades. Pobreza y desesperanza que provoca cada cierto tiempo explosiones de furia destructiva. Sin embargo, lúcido como es nuestro autor, no las elogia ni se hace ilusiones respecto al para algunos hipotético despertar revolucionario: estas explosiones no tienen conciencia detrás, proyecto, estrategia ni objetivos .Son revueltas puramente nihilistas, que benefician al sistema de dominación, pues le permite  reforzar sus métodos represivos, presentándose ante la sociedad como garantes del orden y la estabilidad, de la paz social.

También menciona de lo beneficioso que le resulta el terrorismo islamista, tema que desde entonces sigue siendo de actualidad. Y también es sumamente actual su crítica de los sectores sociales que, temerosos por los efectos de la mundialización, conforman lo que llama frente naciona-estatal, que sueña con volver a los años dorados del Estado de bienestar, pero que en realidad no va a la raíz de los problemas, no se opone a la sociedad industrial, a la modernización técnica y social-y no digamos, por supuesto, al trabajo asalariado-.

Da en el clavo al definir a este sector- que hoy sería, en nuestro país, el seguidor de Podemos, las mareas  y coaliciones electorales varias del tipo Ahora Madrid - como un colectivo consistente en preparar a la población a una dependencia y sumisión más profunda; pues la Administración no puede evitar los desórdenes causados por las leyes del mercado sino con nuevas cadenas.

Avanzando un poco a nuestros años, la descomposición del capitalismo va haciendo inviable el Estado de bienestar, y el frente nacionalestatal, hoy diríamos ciudadanista y empoderador, sólo puede vender humo, mentiras para gentes dispuestas a autoengañarse con salidas del tipo reparto de empleo o rentas básicas aseguradas por décadas.

Finalizando el comentario de El abismo se repuebla, Jaime sostiene que todo el discurso apologético de la tecnología se da en un momento en que ese gigantesco edificio  se ha convertido ya en un montón de escombros, se ha desplomado, emergiendo a la luz todas sus realidades sombrías.

El pueblo del abismo es, por desgracia, una realidad, magníficamente diseccionada por Jaime, alguien que se negó a hacerse trampas al solitario.

[…] Las cosas que la gente no tiene ganas de escuchar, que no quiere ver aun cuando estén bien a la vista son entre otras las siguientes: primero, que todos los perfeccionamientos técnicos que han simplificado la vida hasta eliminar de ella casi todo lo realmente vivo, fomentan algo que ya no es una civilización; segundo, que la barbarie surge, como algo natural, de esta vida simplificada, mecanizada y sin espíritu; y, tercero, que, de todos los resultados terribles de esta experiencia de deshumanización a la que la gente se ha prestado de buen grado, el más aterrador de todos es el de su descendencia, ya que este es el que, en resumidas cuentas, ratifica todos los demás. Por ello, cuando el ciudadano-ecologista se atreve a plantear la cuestión que cree más molesta preguntando: «¿Qué mundo vamos a dejar a nuestros hijos?» en realidad, está evitando plantear otra realmente inquietante: «¿A qué hijos vamos a dejar el mundo?». […]

miércoles, 6 de junio de 2018

El hombre frente a la máquina

La editorial Los pequeños libros de la sabiduría nos presenta un libro que recoge pequeños textos publicados por el célebre líder indio Gandhi, recopilados por un colaborador de éste, en los que reflexiona sobre el problema de las máquinas y la industrialización.

Aquí nos encontramos un Gandhi sumamente crítico con el culto a las máquinas y a la industrialización, muy frecuente en todas las corrientes sociales de su época, que consideraban sin más que esa tecnología era liberadora, creadora de bienestar y reductora del tiempo de trabajo.

Frente a ellos, nuestro indio reflexionaba sosteniendo lo contrario: la mecanización industrial incrementaba el paro; y el desarrollo industrial, pensaba, iba unido a la explotación, no sólo de la población interior, si no de otros países .No rechazaba, sin embargo, toda maquinaria. Su ideal eran máquinas que se pudieran utilizar individualmente y en familia, favoreciendo el desarrollo y bienestar de las aldeas, y respetando la individualidad. Sostenía, por tanto, la producción por las masas en vez de la producción en masa, ensalzando la producción artesanal.

Su meta era una sociedad de aldeas lo más autosuficientes posibles, con una vida sencilla y frugal en lo material, y muy rica en lo espiritual. Prefiriendo ,si era posible, como método de transporte el andar frente al ferrocarril y el automóvil, si bien era lo suficientemente realista para saber que eso era más un sueño irrealizable que otra cosa.

Una idea interesante que defendía, y que le alejaba y le sigue alejando de quienes sostenían un tipo de sociedad diferente era su escepticismo en relación a lo positivo que sería trabajar muy pocas horas y disponer  de un tiempo de ocio muy prolongado . Pensaba que demasiado ocio favorecería los "demonios" de la mente-la autodestrucción psicológica, hablando claro-, y que el trabajo manual, libre y con un sentido de lo estético, de lo bello, era la meta ideal.



Podemos discrepar en que en relación a las grandes industrias, que el aceptaba que en algún grado serían inevitables en la futura India, bastaba con que fueran propiedad estatal, en vez de privadas, para mejorar la situación de los trabajadores. No tuvo muy en cuenta, como sí vio certeramente Simone Weil, que la opresión fabril no mejora porque la propiedad pase de individual a estatal. 

Existe algo que ella llamó opresión por la función, o más sencillamente el propio método de trabajo fabril, de continua y constante actividad, favorece la brutalidad por parte de los jefes o coordinadores.

Mi breve experiencia laboral en una Nave de un organismo no privado, sino semiestatal-y si hubiera sido totalmente estatal lo mismo hubiera dado-, me confirmó plenamente la vieja tesis de Simone Weil de que la forma de propiedad que haya en las fábricas es indiferente en relación a la destrucción física y espiritual-esta última es la realmente grave y deshumanizadora- del individuo inserto en ese infierno esclavista y maquinal.

Si alguna vez, cosa milagrosa, nace una teoría emancipadora, tendrá que plantearse seriamente el tema fabril, y , como planteaba Simone, desarrollar una ciencia de las máquinas, ciencia que permita un uso humano y lo más individual posible de ellas. Dejemos tal idea a las mentes brillantes y talentosas, que las hay, y que desde luego no es la mía.

Para finalizar: ¿quién estaba más cerca de la verdad?. ¿Gandhi o los que soñaban con que la  tecnología  nos iba a emancipar y nos llevaría a un paraíso de libertad, de ocio casi interminable?. Yo diría que el primero, ahora que las clases medias se evaporan, el empobrecimiento, incluso con trabajo, se incrementa, y lo de trabajar cada vez menos horas no se ha cumplido.

Por otra parte, sería muy curioso saber qué es lo que hubiera pensado de haber conocido la digitalización del mundo: lo que muchos en sus inicios consideraron como una tecnología que favorecería la comunicación, el desarrollo democrático y otras historias fantásticas, está mostrando ser otra cosa. Control y conocimiento de los gustos y aficiones personales, una especie de desnudo masivo e integral que favorece a empresas y autoridades. Una dependencia y enganche creciente a los múltiples cachivaches.

Lo opuesto a la vida buena defendida por Gandhi y los sabios de la antigüedad, cuyas voces y advertencias resuenan cada vez más débiles y lejanas en el aséptico y frío mundo digital, de las nuevas tecnologías, que yo mismo, y aquí viene la autocrítica, ando manejando en estos momentos.