miércoles, 14 de diciembre de 2011

Triunfo y crisis de la civilización economicista


Mucho se está debatiendo desde que explotó la crisis económica sobre sus motivos y sus posibles soluciones, cada uno desde sus respectivas visiones ideológicas, ya más liberales, ya más socialdemócratas .Unos apostando por más austeridad y recortes y otros  por más impuestos a quienes más tienen, gravar a los bancos y las transacciones financieras o especulativas, nacionalizar la banca total o parcialmente… Pero muy pocas voces parecen querer analizar las raíces más profundas de la crisis económica y si ésta en el fondo pudiera corresponder a una crisis de civilización, es decir a toda una forma de entender la vida, de entender al ser humano.
Y en mi modesta opinión la naturaleza última de la crisis es civilizatoria. Corresponde a una crisis de lo que podríamos llamar civilización economicista. Por economicismo entendemos unas sociedades para las cuales el centro de todo es la economía comprendida en un amplio sentido: el dinero, el consumo, la productividad, el bienestar material, la acumulación de riqueza, lo fisiológico, el trabajo asalariado, la tecnología como liberación… Nuestra civilización considera tales aspectos esenciales, anteponiéndolos en la práctica a lo que podríamos calificar de valores del “espíritu” o la conciencia,  como la libertad entendida como no dominación, la reflexión, el autoperfeccionamiento moral, el amor al conocimiento por el conocimiento mismo, el esfuerzo, la cooperación, el compartir, la convivencialidad, el trabajo creativo o libre que busca el crecimiento personal o social sin coacción, sin contraprestación, entre otros valores.
Sin embargo, en un largo y lento proceso de siglos, terminó por expandirse y triunfar la llamada civilización economicista, aquella que pone el acento en los elementos materiales, en las sociedades de productores y consumidores, para los cuales lo esencial es la abundancia de productos y servicios, el mero vivir bien exigiendo a los de arriba. Esta citada civilización sabe atraerse a las multitudes vendiendo múltiples baratijas, creando necesidades constantes de objetos de los que disfrutar, usar y tirar y fomentando un estilo de vida que combina pasividad, competitividad, servilismo y hedonismo.
Pero tal civilización, obsesionada por lo monetario desde la ultraderecha a la ultraizquierda, conlleva el desarrollo de instituciones y poderes que escapan al control de los ciudadanos por un lado, desde la banca a los llamados mercados financieros, grupos de personas capaces a día de hoy de llevar a los países a la quiebra, o de ponerles en graves apuros, potenciando una economía ya ni siquiera productiva, sino especulativa; un tipo de sistema económico monstruoso, sin nombres o rostros claros detrás, que hace de los productores mercancías de usar y tirar. Y es que no somos conscientes, pese al culto por lo económico, que economía y política están unidas, que en gran medida la economía es política, por el mero hecho de que las relaciones económicas dominantes son relaciones de poder, de dominación. Nuestra actual civilización no es sólo esclava de las cosas, es también esclava de las personas que desde diversas instancias impulsan las formas de vivir, relacionarnos, trabajar, pensar y consumir
En segundo lugar todo esto se ha agravado al haber potenciado en épocas pasadas el endeudamiento a todos los niveles, desde el familiar, al provocado por la expansión del Estado, que bajo la etiqueta de Estado de Bienestar, implica unos gastos enormes y la creación de seres pasivos, que esperan todo de los dirigentes.
Diferentes factores que han llevado a la crisis de nuestra civilización, crisis agudizada por el ascenso de otras potencias que están empezando a ganar la partida en el juego del mercado mundial.
Pero la crisis del economicismo no implica que nuestro sistema de vida vaya a desmoronarse por sí mismo. Y esto es porque hoy por hoy no existe ninguna fuerza social consciente que ponga los anteriormente citados valores de la conciencia ,o humanistas, en el centro.
Es cierto que en principio hay indicios positivos  en los movimientos de protesta  que se están produciendo en algunos países occidentales, de España a Estados Unidos . Pero lo que tendríamos que preguntarnos es si las personas que se lanzan a protestar a las calles están luchando por crear una nueva y verdadera civilización, de hombres y mujeres conscientes y autogobernados, o si lo que en realidad quieren es mantener sea como sea la sociedad de consumo, la primacía de lo material, el seguir viviendo como ganado al que no falte el pasto.
Si es lo primero, hay esperanzas de reconstruirnos como seres humanos; si es lo segundo, estamos condenados a dar vueltas eternamente al círculo infernal de una civilización cada vez más degradada, la civilización del economicismo. Con grave riesgo de que tarde o temprano, las feroces luchas competitivas entre potencias, acaben en una nueva guerra mundial.

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