domingo, 1 de septiembre de 2013

Del cotilleo laboral y malicioso

Se dice que el cotilleo, o arte de fisgonear y entrometerse en las vidas ajenas, es uno de los deportes nacionales en nuestro país, junto con la envidia.

Suponemos que no es exclusivo de España, que en mayor o menor medida se dará en otros países aunque no tenemos ningún dato sobre ello, y pensamos que sería muy interesante poder leer un estudio internacional sobre éste.

Pero, a falta del citado informe mundial, hoy nos gustaría reflexionar sobre un tema en apariencia intrascendente pero que puede ser mucho más serio y dañino para la vida de algunas personas que lo que se puede pensar inicialmente.

Hay quien piensa que el cotilleo tiene algunos aspectos positivos, que puede servir para establecer lazos, para conversar con más facilidad, para favorecer el diálogo. Todos, en alguna ocasión, caemos en él, opinando sobre algún aspecto de la vida o del comportamiento de alguna persona. Y no sólo aparece en el trabajo, sino también en los lugares donde habitan y conviven personas durante sus vidas, por eso algo de cotilleo aparece entre los vecinos de una casa.

Pero es en el mundo laboral donde el fisgoneo alcanza su máximo apogeo, y donde en ocasiones tal fisgoneo ocasional acaba convertido en cotilleo malicioso, destructivo, al extremo de llegar o bordear el acoso. Es decir hay mucha gente que convierte el cuchicheo sobre terceros en su verdadera profesión.

No es difícil encontrar cuando se conoce de cerca y se sufre a tales gentes, personas vacías, carentes de inquietudes  más allá de su trabajo, y eso cuando les interesa su trabajo.

Y es que cuando un hombre o mujer no tiene aficiones, no tiene un rico mundo interior y por tanto no sabe estar a solas consigo mismo, tiene que rellenar el hueco hablando de terceras personas, espiándolas e informándose de ellas.

Generalmente los cotillas malignos suelen buscar los defectos y debilidades del compañero o compañera de trabajo, pues lógicamente necesitan compensar su malvada vaciedad con un sentimiento de superioridad; critican defectos que se supone ellos no tienen, pues suelen considerarse dechados de virtud.

Pero, paradójicamente, cediendo a las experiencias personales ,me he encontrado ya con varios seres de este tipo dados a criticar la vagancia de otros dándoselas ellos y ellas de grandes trabajadores. La paradoja, o mejor dicho la duda que nos entra, es si realmente son tan trabajadores como afirman, pues no sólo dejan de perder mucho tiempo en observar lo que hace o deja de hacer otro trabajador, sino que llegan a recabar información lejos de su puesto sobre cómo es la o las personas objeto de su mirada cotilla.

Uno de los grandes peligros que tienen esta clase de trabajadores es que, mezclando inteligencia y cobardía, buscan como víctimas personas que suponen que son más débiles por su personalidad o que están en una situación más delicada que ellos: por ejemplo un contratado temporal frente a fijos o funcionarios.

La defensa contra ellos y ellas es muy difícil, pues buscan inflingir daño a las espaldas de la persona, nunca o casi nunca van de frente. Su objetivo es marcar con una especie de niebla envolvente a la gente, crear uno o varios estigmas a sus víctimas, pues en eso consiste su afición, su juego, su intento de darle un sentido a su vacía existencia.

Lo mejor es no hacerles caso, no responderles. Pues cuando se les responde una sola vez, su malignidad y cobardía sale a la luz claramente, no dudando en aprovecharse de su superioridad para hacer el mayor daño posible.

Acabando con estas reflexiones teñidas de experiencias personales, recomendamos, para evitar hundirnos en la enfermedad del cotilleo, ser capaz de tener una rica vida interior y desarrollar el mayor número de aficiones posibles, salvaguarda de la caída en la miseria moral del cotilleo laboral maligno y destructivo.

Y, puestos a cotillear, siempre será preferible cotillear el vuelo de un pájaro, al perro o el gato que cruza por la calle, o a esa vecina o compañera de trabajo que tanto nos atrae, esperando cruzarnos por la calle o los pasillos con ella, para darle colorido al día.




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