sábado, 21 de marzo de 2020

Reflexiones sobre el coronavirus, las izquierdas del capital y el futuro que se perfila

Muchas son las cosas que esta pandemia inesperada ha cambiado en nuestras vidas, en la forma de concebir nuestra existencia, especialmente en el primer mundo.

Nos pensábamos habitantes de un castillo inexpugnable, una fortaleza ajena a los dolores, el ruido y la furia del resto del mundo, sus seres aterrorizados, huidos muchos a nuestras costas, mirados con la altivez del que se cree libre para siempre de la ruleta de la desdicha.Poco más que estómagos y genitales andantes, pendiente del próximo goce y diversión material, pese a que desde años atrás había avisos, advertencia, de que la fiesta, si es que se puede hablar de fiesta general, había acabado, entrando en un otoño gris y melancólico.

Pero el coronavirus ha caído como viento polar, aire gélido que ha tumbado la incipiente primavera. La aparente fortaleza ha resultado ser un castillo de aire, como aquellos en los que saltábamos felices en aquellas infancias de apartamento y playa mensual, los tiempos en que el proletariado, la mano de obra esclava, asalariada, se creía clase media por los siglos de los siglos.

Un enemigo invisible, pues el tangible parecía padre o madre afectuosa, nos cerca en nuestros hogares, con llamamientos al confinamiento, a no salir. Un confinamiento, claro, al gusto de las autoridades estatales y del capital. Sean responsables con el prójimo, no salgan, nos repiten los dirigentes políticos y la telebasura que nos inunda las 24 horas del día. Eso sí, vayan a trabajar como Dios-el Capital- manda-.



Aquí no se dice nada: en el trabajo, en la movilidad que requiere el ir y venir del curro, no hay problema .Es la prueba, prueba real y transparente, que nadie quiere ver, de lo que somos y siempre hemos sido para las clases gobernantes: populacho al que usar y tirar. Y tienen razón, por desgracia. Un populacho orgulloso de su condición, que quiere permanecer en ella, ilusionado y crédulo aún con el retorno a décadas gloriosas de crecimiento y supuesta prosperidad. Abierto, por tanto, a los caudillos populistas de un signo u otro, voxistas y podemitas que hacen mirar como causas del mal a los que no la tienen: banqueros, inmigrantes. Todo por buscar burdas explicaciones, explicaciones facilonas a lo que está sucediendo, que es simplemente que nada es eterno, que todo sistema colapsa. 

Colapsó el totalitarismo genocida comunista, empobrecedor, bolchevique. Colapsa la maldad disfrazada, la brutalidad escondida con caramelos y consumismo a tutiplén  del capitalismo.

Para algunos puede resultar curioso cómo un gobierno de izquierdas, socialcomunista, insista en que los asalariados sigan trabajando, siendo por tanto focos de contagio, pudiendo acabar enfermos y, lo que es peor, hacer enfermar a familiares. Pero aquí hay dos realidades a tener en cuenta: primera, las izquierdas siempre han sido una pata del capital, han servido a sus intereses estratégicos. Ya lo he escrito en alguna ocasión: los socialistas destruyendo las industrialización. Los podemitas cortando todo riesgo de revuelta. Las fuerzas de izquierda, por tanto, siempre han resultado útil a los aparatos de poder.

Por otra parte nos enfrentamos a un dilema trágico, que la evaporación de todo proyecto revolucionario que apunte a la superación del sistema asalariado ha puesto sobre el tapete: perder el empleo es acabar en la calle, en la miseria, a la intemperie. Por eso nos encontramos, en el caso de España, con un sindicalismo mayoritario que se niega a declarar  huelgas o luchar por cerrar los centros de produción-salvo la esencial- para evitar ser víctimas de la peste.

Es humano, ojo, no lo juzgo. Pero es la prueba de nuestra derrota, de la aceptación de un régimen engañoso, del olvido de la idea de emancipación-actualizándola y siendo consciente de lo que puede valer y lo que debe ser desechado a la basura-.

Con su actuación actual y pasada, la población debe abrir los ojos a lo que supone la izquierda política y sindical, sin excluir el llamado eufemísticamente sindicalismo combativo, que si bien en esta crisis es más lúcido, en otras, como las movidas nacionalistas y xenófobas catalanas ha mostrado que también debe ser superado. Lo laboral y lo vecinal, lo municipal y lo internacional, deben encontrar nuevos instrumentos, aunque los sindicatos, frente a los partidos, deben seguir existiendo.

Toca pensar y construir algo diferente a lo que existe, superar lo que nos ata y nos deja, en el fondo, indefensos ante las tácticas y necesidades del capital nacional y trasnacional.

¿Qué mundo se perfila?. Concentración de poderes estatales y económicos, quizá un puñado de megabancos, de megaempresas, con un Estado cada vez más fuerte, es decir una economía de guerra de la que ya se habla abiertamente-y que puede acelerar aún más el conflicto mundial, por cierto, que no para-. Control militar y policial creciente de la población, con la posibilidad de un desplome hasta de los mecanismos de distribución de servicios, de alimentos, con lo que no resulta descabellado que veamos cartillas de racionamiento, aparte de un paro masivo y un crecimiento muy grande de la pobreza.

Un sistema que, si llega a constituirse de esa manera, como piensa algún economista siempre interesante, no deja de ser un gigante con pies de barro. ¿Qué consecuencias tendría una crisis en un país con un gran banco, y un puñado de macroempresas?. Podemos imaginarlo. Uno piensa que nos acercamos, y también lo hemos expresado en varias ocasiones, a algo parecido a un régimen chino, un híbrido de leninismo y capitalismo. Totalitarismo, pero sin planes quinquenales.

Se abre, sin embargo, otra posibilidad. La de la fraternidad, la del apoyo mutuo, la de la autoorganización, la de la vuelta al espíritu comunal, donde, frente al comunismo, la individualidad es fuerte, y se valora, en un clima solidario.

¿Hacia dónde nos encaminamos?. Sin un despertar crítico, hacia algo parecido a lo primero, aunque tampoco pudiera durar, en mi opinión, por demasiado tiempo. Pero el daño sería terrible.





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