domingo, 24 de noviembre de 2013

Sobre el capitalismo y sus críticos.




 En tiempos de crisis prolongada como la que padecemos es frecuenten que se asomen, si bien tímidamente, teniendo en cuenta la época de conformismo generalizado y desaparición de todo pensamiento realmente alternativo, los críticos del capitalismo.

Los recortes, la pérdida progresiva del nivel de vida, el aumento preocupante de la pobreza con el progresivo deslizamiento de nuestro país al segundo mundo provoca, en algunos sectores sociales, una supuesta contestación al sistema económico imperante.

Pero en nuestra opinión no hay un verdadero entendimiento respecto a lo que es el capitalismo en última instancia y, por tanto, lo que podría ser una salida anticapitalista.

Generalmente, quizás simplificando un poco, tenemos la sensación de que se identifica capitalismo con la explotación, el abuso y la obtención de plusvalía por parte de grandes empresas, multinacionales o la banca y poco más. De ahí que cuando leemos las propuestas de las izquierdas, de los que se etiquetan como anticapitalistas o propugnan lo que ellos llaman socialismo, encontremos poco más que críticas a la Troika, a los bancos y los desahucios, a Merkel, propugnando, todo lo más, la nacionalización de la banca, la implantación de la tasa Tobin, la salida del euro…

Pero el capitalismo es mucho más que eso. El capitalismo es, en su raíz, un sistema de desigualdad de poder, y por tanto una forma de autoritarismo con características propias, que difiere de otros despotismo en su búsqueda de la expansión y el crecimiento ilimitado, la conquista de nuevos mercados, la mercantilización, la competitividad y la cosificación de los seres humanos como productores y consumidores entre otros aspectos así como el desarrollo de la neoesclavitud, la del trabajo asalariado, al convertirnos en mercancía a la que usar y tirar.

Su éxito, pese a sus crisis cíclicas, y su triunfo frente al marxismo, por ejemplo, está basado en que supo ser más eficaz que éste, en el terreno económico, en que no destruye totalmente la iniciativas individuales o sociales y en que, en general no va indisolublemente unido al uso del terror y las matanzas, como sí sucedía con los Estados marxistas de todo el mundo.

El capitalismo, poco a poco, sin grandes forzamientos, ha logrado inocular el virus temible de su cosmovisión humana y de la vida, basada en el egoísmo, la destrucción lenta y progresiva de las redes comunitarias y solidarias horizontales, la idea de que el dinero y la riqueza material debe ser la idea fundamental a buscar por la gente, así como la de creer que la delegación y la jerarquización de toda actividad es inevitable, pues el autogobierno individual y colectivo es una utopía de mentes soñadoras o locas.

El marxismo o socialismo de Estado, especialmente el leninismo y sus derivados totalitarios y terroristas de estado, como el estalinismo, el maoísmo, el castrismo, el guevarismo, el pol potismo y otros, pese a su idea de crear un hombre nuevo, fracasaron en su sueño, y sólo lograron mantenerse en el poder aterrorizando a las poblaciones sobre las que reinaron.

Paradójicamente, ha sido el capitalismo, mucho más inteligente, el que ha logrado crear ese hombre nuevo, ese “homo económicus”, esos seres motivados por el espejuelo del dinero y los cachivaches tecnológicos con los que contentar a sus súbditos, como a los bebés con los chupetes. Y es que frente a la tosca propaganda doctrinal de los regímenes marxistas, el capitalismo en esto también es mucho más inteligente, pues su propaganda se basa en la publicidad, en crear necesidades materiales continuas, en vender la moto de que la felicidad está en la posesión de más bienes, más propiedades, lo que explica también su enorme éxito

Sin embargo, si analizamos el capitalismo y observamos cómo están organizadas nuestras sociedades y cómo vivimos personalmente, nos damos cuenta, por ejemplo, de que las empresas y las organizaciones económicas de éste, son estructuras piramidales, donde unos mandan y otros obedecen, donde unos pocos deciden y el resto obedece.

Es decir la estructura capitalista se basa en la dominación y la asimetría de poder, pues es evidente, para cualquiera sin anteojeras ideológicas del tipo marxista, que la plusvalía es posible porque unos mandan y otros obedecen, y que la explotación es factible por el mismo motivo, por la división en amos y siervos.

La organización del capitalismo es un calco de la del Estado, que es otra estructura de poder vertical, creadora en un momento de la historia del capitalismo.

En este sentido es una ficción aquellas visión que pretende enfrentar Estado y capital, pues ambos se necesitan y apoyan mutuamente, más allá de visiones ideológicas que pretendan reforzar o adelgazar el poder estatal.

Por tanto, una visión que pretenda seriamente abandonar el sistema capitalista, debe estar basada en la destrucción de las formas de vida y organización basadas en la desigualdad de poder. Es decir en desarrollar la gestión colectiva  e igualitaria de los asuntos políticos, económicos y laborales, lo que no significa que haya asuntos que requieran de especialistas, pues lógicamente no va a construir un puente o un avión quién no tiene idea de esos temas.

Pero se trataría, en esos casos, de una autoridad natural, temporal, que no implica dominación ni privilegios. Pues al fin y al cabo una obra no puede realizarse sin la labor de los obreros, valga la redundancia.

Una verdadera alternativa supone reconstruir las redes horizontales de solidaridad y apoyo mutuo, donde son los mismos interesados o la misma sociedad la que toma sus vidas, su organización en sus manos. Quienes pretendan que el anticapitalismo supone que todo o mucho pase a manos del Estado, se equivoca rotundamente.

Lo estatal, no es lo público. Lo verdaderamente público es lo comunal, lo colectivo, de lo que se encarga la colectividad, no una minoría dominadora, ni privada ni estatal.

Abandonar el capitalismo supone tener como meta la eliminación progresiva del trabajo asalariado, base esencial del capitalismo, pues a través de este se logra mantener la opresión de unos sobre otros, y destruir la verdadera libertad, tanto la individual como la social.

Un verdadero anticapitalismo supone una información transparente, al alcance de todos y una educación no adoctrinadora sino basada en el pensamiento y la reflexión.

Por tanto el verdadero anticapitalismo sería aquel que propugnase una sociedad autogestionada o autogobernada, es decir organizada de abajo arriba.

¿Es esto lo que propugnan los anticapitalistas o las izquierdas políticas y sindicales?. Para nosotros es evidente que no. Desde el centroizquierda a la llamada extrema izquierda, lo que se propugna, a veces con la etiqueta de socialismo o comunismo, es un capitalismo popular. Es decir una sociedad de consumo y despilfarro con un Estado más fuerte, donde hayan buenas prestaciones.

En última instancia el sueño de las izquierdas es conseguir buenos amos, buenos explotadores. Pero ese es un camino que para nosotros no conduce a nada positivo, a nada realmente constructivo.

El capitalismo no está muriendo, se está reconstruyendo, por la sencilla razón de que no tiene ninguna oposición realmente seria, sino una multitud que sólo ansía ser oprimida y esclavizada de manera más suave, recibiendo mayores migajas.

Pero es de cajón que, en un sistema basado en la desigualdad de poder, las clases o grupos dirigentes tienen la sartén por el mango, y acabarán imponiendo sus políticas, a veces contentando a un mayor número de personas y otras veces no, como estamos viendo en los últimos años.

En la situación actual el capitalismo apetece de nuevos mercados, nuevos países emergentes, mano de obra más barata para salir adelante, para que su tren no pare, más en una situación delicada, con Occidente en quiebra y con algunos países emergentes también en situación complicada.

En ese sentido aquellos y aquellas que, de buena fe, luchen por volver al pasado, a tiempos de mayor abundancia-aunque de aquellos polvos estos lodos-, tienen la batalla perdida, y nos arrastrarán con ellos al pozo.

Seamos capaces de decir adiós a las izquierdas, admitiendo el elemento positivo que han tenido y tienen y construyamos un nuevo ideario, una nueva cosmovisión de libertad igualitaria y desarrollo moral y espiritual, para no ser atrapados por las redes del materialismo opresor.

Y, para finalizar, reflexionemos con una frase de Epicteto: “Quien se hace esclavo de los hombres se hace antes esclavo de las cosas”. Escrita hace casi dos mil años, esta brillante frase dice muchas cosas de lo que nos ha sucedido.

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