Los recortes, la pérdida
progresiva del nivel de vida, el aumento preocupante de la pobreza con el
progresivo deslizamiento de nuestro país al segundo mundo provoca, en algunos
sectores sociales, una supuesta contestación al sistema económico imperante.
Pero en nuestra opinión no hay un
verdadero entendimiento respecto a lo que es el capitalismo en última instancia
y, por tanto, lo que podría ser una salida anticapitalista.
Generalmente, quizás
simplificando un poco, tenemos la sensación de que se identifica capitalismo con
la explotación, el abuso y la obtención de plusvalía por parte de grandes
empresas, multinacionales o la banca y poco más. De ahí que cuando leemos las
propuestas de las izquierdas, de los que se etiquetan como anticapitalistas o
propugnan lo que ellos llaman socialismo, encontremos poco más que críticas a
la Troika, a los bancos y los desahucios, a Merkel, propugnando, todo lo más,
la nacionalización de la banca, la implantación de la tasa Tobin, la salida del
euro…
Pero el capitalismo es mucho más
que eso. El capitalismo es, en su raíz, un sistema de desigualdad de poder, y
por tanto una forma de autoritarismo con características propias, que difiere
de otros despotismo en su búsqueda de la expansión y el crecimiento ilimitado,
la conquista de nuevos mercados, la mercantilización, la competitividad y la
cosificación de los seres humanos como productores y consumidores entre otros
aspectos así como el desarrollo de la neoesclavitud, la del trabajo asalariado,
al convertirnos en mercancía a la que usar y tirar.
Su éxito, pese a sus crisis
cíclicas, y su triunfo frente al marxismo, por ejemplo, está basado en que supo
ser más eficaz que éste, en el terreno económico, en que no destruye totalmente
la iniciativas individuales o sociales y en que, en general no va
indisolublemente unido al uso del terror y las matanzas, como sí sucedía con
los Estados marxistas de todo el mundo.
El capitalismo, poco a poco, sin grandes
forzamientos, ha logrado inocular el virus temible de su cosmovisión humana y
de la vida, basada en el egoísmo, la destrucción lenta y progresiva de las
redes comunitarias y solidarias horizontales, la idea de que el dinero y la
riqueza material debe ser la idea fundamental a buscar por la gente, así como
la de creer que la delegación y la jerarquización de toda actividad es
inevitable, pues el autogobierno individual y colectivo es una utopía de mentes
soñadoras o locas.
El marxismo o socialismo de
Estado, especialmente el leninismo y sus derivados totalitarios y terroristas
de estado, como el estalinismo, el maoísmo, el castrismo, el guevarismo, el pol
potismo y otros, pese a su idea de crear un hombre nuevo, fracasaron en su
sueño, y sólo lograron mantenerse en el poder aterrorizando a las poblaciones
sobre las que reinaron.
Paradójicamente, ha sido el
capitalismo, mucho más inteligente, el que ha logrado crear ese hombre nuevo,
ese “homo económicus”, esos seres motivados por el espejuelo del dinero y los
cachivaches tecnológicos con los que contentar a sus súbditos, como a los bebés
con los chupetes. Y es que frente a la tosca propaganda doctrinal de los
regímenes marxistas, el capitalismo en esto también es mucho más inteligente,
pues su propaganda se basa en la publicidad, en crear necesidades materiales
continuas, en vender la moto de que la felicidad está en la posesión de más
bienes, más propiedades, lo que explica también su enorme éxito
Sin embargo, si analizamos el
capitalismo y observamos cómo están organizadas nuestras sociedades y cómo
vivimos personalmente, nos damos cuenta, por ejemplo, de que las empresas y las
organizaciones económicas de éste, son estructuras piramidales, donde unos
mandan y otros obedecen, donde unos pocos deciden y el resto obedece.
Es decir la estructura
capitalista se basa en la dominación y la asimetría de poder, pues es evidente,
para cualquiera sin anteojeras ideológicas del tipo marxista, que la plusvalía
es posible porque unos mandan y otros obedecen, y que la explotación es
factible por el mismo motivo, por la división en amos y siervos.
La organización del capitalismo
es un calco de la del Estado, que es otra estructura de poder vertical,
creadora en un momento de la historia del capitalismo.
En este sentido es una ficción
aquellas visión que pretende enfrentar Estado y capital, pues ambos se
necesitan y apoyan mutuamente, más allá de visiones ideológicas que pretendan
reforzar o adelgazar el poder estatal.
Por tanto, una visión que
pretenda seriamente abandonar el sistema capitalista, debe estar basada en la
destrucción de las formas de vida y organización basadas en la desigualdad de
poder. Es decir en desarrollar la gestión colectiva e igualitaria de los asuntos políticos, económicos y
laborales, lo que no significa que haya asuntos que requieran de especialistas,
pues lógicamente no va a construir un puente o un avión quién no tiene idea de
esos temas.
Pero se trataría, en esos casos,
de una autoridad natural, temporal, que no implica dominación ni privilegios.
Pues al fin y al cabo una obra no puede realizarse sin la labor de los obreros,
valga la redundancia.
Una verdadera alternativa supone
reconstruir las redes horizontales de solidaridad y apoyo mutuo, donde son los
mismos interesados o la misma sociedad la que toma sus vidas, su organización
en sus manos. Quienes pretendan que el anticapitalismo supone que todo o mucho
pase a manos del Estado, se equivoca rotundamente.
Lo estatal, no es lo público. Lo
verdaderamente público es lo comunal, lo colectivo, de lo que se encarga la
colectividad, no una minoría dominadora, ni privada ni estatal.
Abandonar el capitalismo supone
tener como meta la eliminación progresiva del trabajo asalariado, base esencial
del capitalismo, pues a través de este se logra mantener la opresión de unos
sobre otros, y destruir la verdadera libertad, tanto la individual como la
social.
Un verdadero anticapitalismo
supone una información transparente, al alcance de todos y una educación no
adoctrinadora sino basada en el pensamiento y la reflexión.
Por tanto el verdadero
anticapitalismo sería aquel que propugnase una sociedad autogestionada o
autogobernada, es decir organizada de abajo arriba.
¿Es esto lo que propugnan los
anticapitalistas o las izquierdas políticas y sindicales?. Para nosotros es
evidente que no. Desde el centroizquierda a la llamada extrema izquierda, lo
que se propugna, a veces con la etiqueta de socialismo o comunismo, es un
capitalismo popular. Es decir una sociedad de consumo y despilfarro con un
Estado más fuerte, donde hayan buenas prestaciones.
En última instancia el sueño de
las izquierdas es conseguir buenos amos, buenos explotadores. Pero ese es un
camino que para nosotros no conduce a nada positivo, a nada realmente
constructivo.
El capitalismo no está muriendo,
se está reconstruyendo, por la sencilla razón de que no tiene ninguna oposición
realmente seria, sino una multitud que sólo ansía ser oprimida y esclavizada de
manera más suave, recibiendo mayores migajas.
Pero es de cajón que, en un
sistema basado en la desigualdad de poder, las clases o grupos dirigentes tienen
la sartén por el mango, y acabarán imponiendo sus políticas, a veces
contentando a un mayor número de personas y otras veces no, como estamos viendo
en los últimos años.
En la situación actual el
capitalismo apetece de nuevos mercados, nuevos países emergentes, mano de obra
más barata para salir adelante, para que su tren no pare, más en una situación
delicada, con Occidente en quiebra y con algunos países emergentes también en
situación complicada.
En ese sentido aquellos y
aquellas que, de buena fe, luchen por volver al pasado, a tiempos de mayor
abundancia-aunque de aquellos polvos estos lodos-, tienen la batalla perdida, y
nos arrastrarán con ellos al pozo.
Seamos capaces de decir adiós a
las izquierdas, admitiendo el elemento positivo que han tenido y tienen y
construyamos un nuevo ideario, una nueva cosmovisión de libertad igualitaria y
desarrollo moral y espiritual, para no ser atrapados por las redes del
materialismo opresor.
Y, para finalizar, reflexionemos
con una frase de Epicteto: “Quien se hace esclavo de los hombres se hace antes
esclavo de las cosas”. Escrita hace casi dos mil años, esta brillante frase
dice muchas cosas de lo que nos ha sucedido.
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