viernes, 25 de marzo de 2016

Elogio de la quietud eterna

Vivimos la civilización del movimiento perpetuo, donde todos son órdenes para tener actividad constante. 

Salgan de casa, conozcan gente, vayan de fiesta, relaciónense, tengan pareja, follen, viajen, trabajen, hagan algo, lo que sea, todo menos estar sentado en casa, mirar por la ventana, tumbarse en un prado, cerrar los ojos, pasear sin objetivo.

Sociedad de jadeantes, vamos de acá para allá como guiñoles de un teatrillo para demostrar que somos, que existimos, que nos divertimos. Se ha impuesto la filosofía de todo a cien: puesto que la vida son cuatro días, disfrutemos todo lo posible. Pero ese disfrutemos no incluye la meditación, el silencio, el aislamiento.

Pues si la vida son cuatro días, como muy acertadamente se dice: ¿qué sentido tiene convertir ésta en agotamiento, en postureo, en pasto de las miradas ajenas, en actividades que a nada nos preparan?.

La gusanera es nuestro destino irremediable inmediato, la quietud  nuestro futuro luminoso.

La sociedad más apta y sana es la que hace del paso por  esta efímera grisura de tormentos, heridas, lamentos y fracasos un aprendizaje para lograr la anhelada meta de la calma, que sólo podemos conquistar, aquí, en nuestra cárcel de movilidad, a dosis mínima.

Ángeles caídos más y más hacia el centro de la tierra, hemos llegado, con nuestra civilización opuesta a la anterior, al Infierno más absoluto. Allí donde se propugna, como salida del sufrimiento, más sufrimiento. Médicos y pacientes demoníacos recetan contra la angustia del movimiento sin fin, pastillas que aceleran. Para salir del fango, impúlsense hacia abajo.

En este mundo de seres movientes, que caminan de un lado a otro para olvidar el plácido fin, que presentan como el museo de los horrores, se siguen inventando instrumento de tortura refinados.

Al ideal infecto del movimiento perpetuo se ha sumado el de la conexión continua con los otros. Un golpe de piqueta más al ideal elevado de serenidad y contemplación, de grandiosa inactividad, o actividades sin metas ni propósitos utilitarios;donde la acción y el girar son secundarios, algo a realizar como último recurso. 



La Megamáquina y su chirriar sin fin y descanso se fortalece, nos atrapa. Pronto se condenará a los solitarios, se mirará con mezcla de rechazo y compasión a los que no se suban a la noria. No se comprenderá a los que no vean belleza en ese subir y bajar continuo de los cacharros y cachivaches varios.

Yo sueño, pobre fracasado y desterrado de mí mismo, en una Utopía inversa. Contemplo, en goce y éxtasis estático, un infinito indescriptible donde ya no existen ni los átomos, puntos o cuerdas vibratorias amenazantes con un futuro universo o universos de seres que jadean agitados. El reposo es absoluto, nada soy ni seré, la conciencia va vaciándose poco a poco, liberándome de sus aguijonazos de avispero revuelto ante un peligro acechante. Me deslizo hacia ese espacio que ya no es espacio, feliz por alcanzar la quietud eterna

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