En ella el autor rescata del olvido las ideas y pensadores
del denostado socialismo utópico, desde Fourier, Saint Simon y Owen, hasta
Proudhon, Landauer y Kropotkin.
Y los rescata, sobre todo, rechazando lo negativo del
adjetivo, utópico, para él acusación falsa, pues la visión de esa corriente del
socialismo constituye una topía, es decir, con sus errores y debilidades, tales
autores no buscan recrear una comunidad desde la nada, como se suele pensar,
sino renovar la sociedad desde la renovación de su tejido celular.
Es decir partiendo de elementos orgánicos vivos y
existentes, aunque ya en decadencia en su época: la comuna rural, la
cooperativa de producción y consumo y los restos de instituciones medievales,
época elogiada en algunos aspectos por alguno de esos autores, especialmente el
místico y anarquista Gustav Landauer, amigo personal de Buber.
Momento histórico, el de la Edad Media, en el que se
desarrollo una sociedad viva con múltiples asociaciones y federaciones que
unían al individuo con otros, en agrupaciones naturales y laborales tales como
las guildas, el concejo, los gremios, la propiedad común del suelo…
El autor, objetivo, no deja de señalar los desaciertos de
los llamados utópicos, y de visiones como el falansterio, de Fourier, donde
todo está regido desde una instancia directora, teóricamente para el bien de
todos y donde se busca no tanto la igualdad de clases, sino la armonía entre
éstas, aportando, eso sí, una idea interesante: la de la rotación de tareas y
actividades.
Posteriormente estos socialistas libertarios irían afinando
poco a poco en sus análisis y propuestas: libre asociación, autonomía de las
agrupaciones, que debían darse desde lo más pequeño hacia lo más alto-pero
siempre partiendo, decimos, de lo menor- y un orden federalista y
descentralizado, de autogobierno local, sin negar, claro, la necesidad en
algunas ocasiones de actividades centralizadas, pero siempre evitando un poder
centralista que destruya las unidades locales..
Y, sobre todo a partir de Owen, la necesidad de un
cooperativismo integral, que uniera producción y consumo.
Escribe Buber sobre algunas experiencias emprendidas por
ellos, con la creación de comunidades en diversas partes del mundo,
reconociendo el fracaso de la mayoría. Fracaso motivado por diversos factores
como la no federación entre ellas y su aislamiento con el resto de la sociedad,
así como los egoísmos e inevitables roces y enfrentamientos entre los
individuos que la componían.
Otros capítulos interesantes son su análisis de Marx, del
que aprecia cosas pero critica el que nunca fuera claro en su concepto de
sociedad, escribiendo a veces en defensa de una sociedad centralista, con un Estado
todopoderoso y en otras hablara en positivo sobre la experiencia de la comuna
parisina, pero sin llegar nunca a defender claramente una reestructuración
social basada en cooperativas de producción y consumo.
Sobre Lenin y la revolución bolchevique es aún más crítico,
pues éste si bien en ocasiones criticó la burocracia y habló de cooperativas,
siempre las vio como algo secundario, y como organizaciones controladas y
dirigidas por el Estado. El principio político, o de autoridad, se impuso sobre
el social, llevando al más absoluto fracaso al experimento socialista de Lenin
y los suyos.
Dedica un capítulo a hablar de la experiencia de los
kibbutz, que ve como el verdadero socialismo, frente al de Moscú, esperando
sean ejemplo para el futuro, aspecto que, hoy, podemos decir, tampoco dio los
resultados esperados.
Para finalizar podemos decir que el ideal de Buber, que
personalmente comparto, y el que debiera haber sido el del socialismo-que
tristemente derivó hacia otros caminos, el socialdemócrata, el bolchevique y en
la actualidad otros igual o más degenerados, es decir no construir una comunidad libre, sino la voluntad de poder, la servidumbre voluntaria, el supuesto cambio desde las alturas por un partido o un Mesías- era el de una comunidad de
comunidades, o comuna de comunas.
De momento, por desgracia, el camino seguido, como el mismo
señala desde la política de la revolución
francesa y el capitalismo es el contrario. La desestructuración de la sociedad
compleja y pluralista, su atomización por el Estado centralista, concentrando
poder y eliminando la vida autónoma de los grupos.
Hoy, se avecina un futuro temible, donde podemos pasar de
ser engranajes de una maquinaria a no ser nada, quedar excluidos en las
tinieblas, al menos sectores crecientes de la población.
Redescubrir a los llamados utópicos y sus planteamientos
puede ser de utilidad para luchar por un renacer, aunque, siendo sincero, nuestras generaciones adultas no parecen nada dispuestas a ello, más
bien, parece, siguen soñando con seguir siendo átomos, materia prima de
dirigentes juveniles que les prometen un Paraíso de bienestar material, que
parecen no traer.
Espero que la siguiente generación aprenda de nuestros fracasos y se niegue a seguir nuestro camino sin esperanza.
Y elijan algo inspirado, que no copiado, de Caminos de Utopía.
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