lunes, 10 de abril de 2017

La primavera y la ocultación de la melancolía

Soy un hombre aquejado de una enfermedad llamada melancolía. Tengo que reconocerlo; mis pensamientos vuelan en múltiples ocasiones hacia el pasado lejano, buscando la luz de tiempos mejores, a veces; otras, posándose como un pájaro siniestro en los recovecos obscuros y tristes de mi libro de historia con páginas rellenas, anhelando de forma secreta que el texto no se prolongue en exceso, que su numeración no pase de ser un breve ensayo. 

Soy un descreído en la fe moderna de acumular experiencias de prolongar la estancia en este valle de lágrimas al máximo, exprimiendo todo el jugo posible a algo que para mí es un plato amargo, endulzado por fugacísimos instantes. Tanto es así que mis reflexiones se centran cada vez más en qué somos, qué seremos  en el casi infinito intervalo anterior a ser empujados como en un tobogán a este mundo chirriante de desencuentros y dolor y en el posterior .El vacío me atrae como una mariposa de múltiples colores a la que es rarísimo observar en vivo, pues la civilización de acero, humo y ruidos espantosos ha reducido a su casi extinción.



Pero hay una época donde este acompañante habitual se esconde, saliendo a visitarme en menos ocasiones. Sí, sé que es un tópico, que es muy cursi decirlo, pero la primavera, su resplandor, el renacimiento de la vida, el florecer de esos árboles convertidos en esqueletos inertes durante meses; el resurgir de multitudes de insectos voladores que pueden apreciarse bailando entre los rayos solares; ese olor, diferente, fragancia embriagadora expandida por los aires por la flora que nace y se desarrolla de un día para otro, como si se saludaran unos a otros tras el letargo; el escándalo de los pájaros, felices por la calidez del aire y por poder refugiarse y esconderse entre las verdes hojas.

La espera, ilusionada siempre, como un niño que espera el último día de clase en junio, de las primeras golondrinas, de los primeros vencejos; esa vitalidad pujante de lo que rebrota, provoca en mí un corto renacimiento, una breve ilusión, como un sediento que encuentra cuando ya no lo espera una fuente milagrosa en la que posar sus labios para beber.

La primavera es, para mí, la ocultación de la melancolía, el vuelo de pensamientos más alegres, una ilusión que es poco más que un espejismo pero que durante un intervalo me hace sentirme compenetrado con la vida, con el aliento de este mundo.

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