martes, 20 de junio de 2017

Ivan y los perros

Una de las obras de teatro más impactante, emotiva y dura que he tenido el gusto de ver en los últimos años es Iván y los perros.

Basada en un hecho real, nos situamos en la Rusia post-soviética, a principios de los años noventa. Un país asolado por las penurias, las dificultades para muchos ciudadanos de salir adelante en el día a día, y donde los mafiosos actuaban a sus anchas, asesinando impunemente, en medio de su vida de lujo, visitando buenos restaurantes y rodeándose de las mujeres más bellas.

En este escenario, Iván, un niño de cuatro años maltratado por su padrastro día sí y día también, y desprotegido por su madre, tiene el impulso de huir escapando una noche a las frías calles moscovitas, con unos pepinillos y una bolsa de patatas.

Un solo actor, en una brillante actuación, nos va relatando, ya adulto, su vivencia, mezcla de espanto y grandeza, de horror y momentos de felicidad. Y es que el niño no sucumbió al pegamento ni al alcohol, como los  miles de niños que deambulaban por la inhumana ciudad, escapados del horror familiar o abandonados por su familia, incapaces de mantenerlos. Niños drogados para olvidar en lo que se había convertido su vida, de miradas vacías, ateridos por el gélido invierno ruso.



Pero Iván tuvo la fortuna de encontrar el calor y el amor de forma insospechada: de una manada de perros que le protegía, con la que compartía juegos y alimentos, con los que aprendió a comunicarse, aullando como ellos, cobijándose del frío al calor de su refugio, de la pelambrera de su nueva y verdadera familia.

La obra es un canto, mejor dicho, un aullido poderoso,  a buscar el cariño y agarrarse a él en los lugares más insospechados. Es una dura denuncia, aún de actualidad, a la deshumanización, a las gélidas miradas y sentimientos que se dan en esa llamada especie inteligente y superior que se hace llamar ser humano, en realidad más bien un ser de filo helado y cortante, un témpano andante ciego a los prójimos que pasan a su lado.

La obra ya no está en cartel, pero si vuelven a reponerla, que espero que así suceda, no se la pierdan.

Le hará pensar y sentir a partes iguales, reconocer su salvaje inhumanidad, en contraposición con el salvaje amor que refleja la mirada y la acción de esos seres considerados irracionales, los perros.

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