No hay duda de que reina en Occidente, desde hace mucho tiempo, una mentalidad conformista, una ciega creencia en el sistema, una falsa contestación que no es tal, sino una forma de buscar adaptarse a la situación, usando banderas o conceptos que, a veces con apariencia de radicalidad, como el decrecimiento-ese bicho que no se nos aparece como un ser libre y salvaje, sino que olfateamos como decreto, burocratismo, caudillismo, estatalismo, táctica capitalista para tiempos de decadencia- nos resulta evidente que tras ellos late el sueño, fracasado de antemano por la situación económica, de la salvación por el Estado, tal como la renta básica, el reparto del trabajo o el empleo público garantizado, a nivel económico y, a nivel político, se utilizan palabrejas como empoderamiento, derecho a decidir, autodeterminación de los pueblos, ciudadanía y otras más.
Estas ideas, presentadas como novedosas, están muy por debajo del pensamiento radical y subversivo de otras épocas, muy por encima de la actual, por cierto, en creaciones populares. Y esto es así porque de manera abierta o encubierta, la llamada ciudadanía actual cree que vive en una democracia, que decide, que con su voto a tal o cual partido cambia realmente las cosas. El ciudadano medio actual vive con una venda en los ojos, quizás intuye la mentira, pero se niega a verla a la luz del día, instalado en una situación de complacencia, figurándose que alguna vez con el voto encontrará a Godot, ese Mesías que, esta vez sí, no les traicionará, abriéndose la puerta del Paraíso, sueldos altos, rentas básicas, bienestar y consumo a todo trapo, viajes por el mundo, todo gratis, barra libre, la patronal doblará la rodilla, empresas y multinacionales también, los tanques dispararán flores al pueblo, pues Estado y pueblo serán uno.
En la ciudadanía actual, en la izquierda por algunos llamada radical y hasta antisistema, y en el nuevo anarcosindicalismo y anarquismo absorbido por la posmodernidad y su izquierdismo entre progre, nacionalista y populista, ya no se piensa en la necesidad de retomar la lucha de clases tomada en serio, o, si se prefiere, usando la terminología de Miguel Amorós, construir una comunidad combatiente y solidaria.
¿Qué necesidad va a tener la así llamada y considerada ciudadanía de reconstruir esa comunidad combatiente y unida?. La palabra ciudadano y ciudadanía esconde, y más en las falsas democracias realmente existentes en que nos movemos, por la ficción del voto, la explotación, la alienación, la dominación, la división en clases sociales, en dirigentes y dirigidos. De hecho las palabras explotación y explotado han desaparecido prácticamente del vocabulario habitual usado por el populacho hiperconectado, pues otra cosa no somos, un populacho que aún mantiene-mantenemos, yo me incluyo-, la creencia en que el empobrecimiento es un bache pasajero, que en no muchos años, como escuché en la televisión, todos manejaremos coches voladores o tecnologías supersofisticadas, pues el progreso se considera una línea infinita, casi nadie quiere afrontar la realidad de que lo natural son los ascensos y las caídas, lentas o bruscas; hablando en plata, la muerte, para luego renacer en algo que será una incógnita, un misterio.
Las décadas de relativa bonanza se han adueñado de las mentes, de la forma de entender la vida, donde el viejo ideal de autogestión, de trabajo sobre capital, de lucha y esfuerzo combativo contra los opresores, cayó fulminado como un mosquito despistado en una nevada, ocupando su lugar la idea de que las autoridades son las encargadas de solucionar los problemas, de velar por nosotros, pues para eso estamos en democracia y ejercemos el derecho al voto.
Cierto es que la crisis ha generado sobresalto, algunas dudas, pequeñas grietas. Pero los efectos anestesiantes de esos tiempos de bonanza, muy relativa, ya digo, pues el mileurismo y las altas tasas de paro son una constante que viene de antes de 2008, han provocado que las respuestas se hayan limitado a opciones ciudadanistas, o si se prefiere el concepto, neolerrouxistas. Hemos asistido a una eclosión de palabras y conceptos trampa, palabras y conceptos huecos y vacíos, falsamente contestatarios, como empoderamiento, democracia participativa, derecho a decidir, poder popular, heteropatriarcado, ideología de género y feminismo hasta en la sopa, autodeterminación de los pueblos...
¿Por qué los considero palabras o conceptos trampa, fundamentalmente? Por lo que he mencionado más arriba, porque en realidad implican adaptación y aceptación del sistema, e incluso egoísmo mezquino, el ideal de seguir siendo una pequeña parte del mundo privilegiada, con derecho a seguir expoliando al tercer mundo. De aquí viene el renacer del nacionalismo, a izquierda y derecha, claro que ahora tal idea ya no se define así,hay que manejar conceptos democratistas para engañar a las gentes: al nacionalismo llámale derecho a autodeterminación de los pueblos, derecho a decidir sobre todo, y ya tienes a las multitudes ciudadanistas, participativas y empoderadoras cayendo en esa trampa de ratones. Tampoco ven estas masas "rebeldes" que tras el derecho a decidir se esconde el derecho a ser gobernado, ni más ni menos. Todo muy radical y revolucionario.
Hemos visto claramente y muy recientemente que la democracia que tenemos es una mentira, un teatro donde se mueven los hilos por detrás. Unos partidos han sido ascendidos y otros hundidos, pero, ay, vivir sin la venda es muy duro, hay que autoengañarse con mentiras piadosas. El voto es libre, nadie lo maneja, no hay campañas mediáticas ni empresas detrás o servicios del Estado manejando los tiempos. Esto es una democracia, quien ose ponerlo en duda es un cenizo, un pesimista, que no se nos quite la ilusión en los Reyes Magos.
La degeneración de esos ufanos ciudadanos democratistas, su pérdida casi total de libertad, ha quedado terriblemente de manifiesto en el llamado Proces catalán. La gente ya no se moviliza desde abajo, ha sido un llamamiento de autoridades, autoridades saqueadoras y corruptas, el que ha sacado a multitudes a la calle. Su pasado y su presente quedan tapados, ya no son expoliadores del pueblo, ahora son luchadores por la libertad, héroes, y hasta se habla de horizontalidad y autogestión en las protestas, a la que se sumaron fervorosamente incluso los anarcosindicalistas de CNT y CGT.
La derrota de las clases populares ha sido total. El Capital y el Estado ya no pueden ofrecer apenas migajas en forma de dinero, por lo que su táctica es ofrecer algo de participación, de empoderamiento, es decir de libertad no conquistada, concedida, o sea una falsa libertad. Elija usted de que color quiere que le pintemos el cuarto. En eso se agota la rebeldía contemporánea, y en eso se agotan sus mezquinos y burgueses sueños. Autoengaños sobre autoengaños en una situación mundial sumamente delicada, por cierto, donde los ejércitos de las potencias pueden borrar a casi toda la humanidad del mapa cuando lo crean conveniente, o conque a uno de los mandamases mundiales con capacidad nuclear se le vaya un momento la pinza.
Pero claro, el internacionalismo requiere de reconocer que Occidente no está a salvo, reconocer que, aunque con mejores condiciones aún que otros hermanos del mundo, pero no por mucho tiempo, somos explotados, oprimidos, dominados, no ciudadanos, ni empoderados. Que aunque nos neguemos a creerlo hay una guerra social en todo el mundo contra nosotros, una guerra económica, de momento, pero con riesgo de llegar a algo más, que, o despertamos, o nos machacarán.
Que las autoridades políticas y económicas no son padres o madres que nos quieren, aunque a veces sean duros y se les vaya la mano. No, son nuestros enemigos, y su objetivo es liquidar nuestra humanidad. Para ellos y ellas somos materia prima para sus máquinas, y materia prima desechable cada vez más.
Sólo cuando despertemos del sueño infantil, podremos retomar las ideas necesarias para sobrevivir en la guerra social. Necesitamos el regreso de las tradiciones revolucionarias e incendiar el engaño del Progreso.
Esas tradiciones están ahí, a la espera: solidaridad sin fronteras o internacionalismo real, teniendo como objetivo clave reconstruir una Internacional con fuerza global; asambleas, consejos o concejos, es decir estructuras naturales y de base frente a partidos políticos; reflexión y lucha individual y colectiva frente a delegar, dejar hacer , votar y esperar; autoformación y formación emancipadora frente a la cultura de masas y televisiva; estoicismo subversivo frente al hedonismo embrutecedor del tardocapitalismo; apoyo mutuo y cooperación frente a la competitividad y la atomización; abandonar parcialmente al menos las redes sociales y volver a vernos las caras en locales para tal fin; entre otras muchas herramientas.
Ni en las falsas democracias ni en el ciudadanismo de adaptación está la esperanza ni la solución a la destrucción.
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