Se dice habitualmente que los extremos se tocan. Y así, a algunos no deja de parecernos que entre el materialismo ateo y las religiones hay, en su práctica real, coincidencias evidentes, fundamentalmente una: la cosificación de individuos y comunidades, la extirpación o mutilación de su conciencia, obligada a arrodillarse ante el Dios Materia y su cohorte de sirvientes materiales o inmateriales pero de bajo nivel: dinero, fiestas, diversiones sin fin, placeres, viajes, éxito social , cachivaches último modelo, coches de lujo, acumulación de viviendas....por parte de lo que calificaré, de manera quizás un tanto simplista y gruesa, pero uno es grueso y simplista, qué se le va a hacer, de materialismo ateo.
Y por otra parte tenemos a los que obligan a arrodillarse ante un Dios, arrodillamiento que en realidad no es ante un Enigma insondable, que probablemente siempre quedará en un interrogante, si no ante quienes se dicen sus representantes en la borrascosa Tierra, o ante un Libro Sagrado, al que hay que seguir ciegamente, sin distinguir lo que puede haber de positivo y de negativo, lo que sería de ayuda y lo que no.
En un caso y en otro nos encontramos ante la puesta en marcha de mecanismos opresores que colaboran en el mantenimiento de la parte inferior del hombre, mecanismo que no le permiten desplegar su parte superior, su parte más realmente humana, brotar y germinar de la tierra ,si no sólo sus elementos más zafios, manteniéndole en la ignorancia y el conformismo.
Ciertamente la realidad es más compleja, lo reconozco, pues el amor apasionado a lo material, a las riquezas, raramente distingue ya a creyentes de ateos y agnósticos: hoy día es difícil encontrar a un creyente-los hay, pero escasos- que se oponga con radicalidad y lo muestre en su vida, a ese encumbramiento del oro como motor de la existencia y elemento de posesión que según su grado nos distingue y separa a unos de otros. Tampoco en ateos, si bien es cierto que hace no demasiado tiempo existió una cosa llamada Movimiento Obrero, mayormente ateo, y que en sectores y etapas de su desarrollo se oponía a la llamada cultura burguesa, esa cultura de materialismo vulgar. Pero esa cultura obrera ha pasado a la historia, por desgracia.
Aprisionados entre el materialismo ateo y hedonista y las religiones, debemos abrir brecha y escapar de ambos a través de la vía de una profunda espiritualidad, espiritualidad que puede salvar, por qué no, el aspecto positivo de esa tradición atea pero de amplia mirada, y el de algunas religiones, como las maravillosas Bienaventuranzas del cristianismo, por no salir de nuestra cultura.
La eclosión de esta espiritualidad no va a resultar nada fácil. Nada más opuesto a los valores requeridos para un renacer humano que los que dominan hoy por goleada. Unas sociedades donde imperan el culto al éxito, al triunfo, a la rentabilidad, al productivismo, a la fealdad de la producción en serie, a la uniformidad disimulada por un elogio de la diversidad, diversidad en realidad consumible y aceptable por el capitalismo-como expone brillantemente Byung Chul Han en La expulsión de lo distinto-, al dinero, al poder, a la aceptación o adaptación a lo existente, a la actividad continua, en realidad a un movimiento de un lado a otro sin más objetivo que hacer entender a otros que así somos y existimos, que disponemos que los medios para divertirnos y viajar por el mundo, sin interés real en conocerlo, en aprehenderlo, sin mirar las partes "feas" o doloridas de la humanidad.
Estos "valores" son como una losa enorme colocada sobre una pradera. Obscuridad, presión, falta de humedad, hacen muy difícil el brote de la planta, que debería ser capaz de agrietar la roca que le aplasta y abrirse paso a la superficie. Pero es la lucha ante las enormes dificultades que nos ahogan la que nos hace humanos, al contrario de las ideas imperantes hoy.
Para la búsqueda del conocimiento de sí mismo, de la unión del Todo y las partes, del qué somos y cuál es nuestro papel en el Cosmos, de la interrogación de qué es éste, cuál es su origen, si lo tuviera, para la búsqueda de la verdad ,el amor al Orden del Universo, a la Naturaleza y su doble faz, bella, generosa y despiadada, se requiere de otro orden social.
Un orden que ponga arriba lo bello, el transcurrir lento de la existencia, sin el cuál no ha lugar a la contemplación, a la meditación, a la admiración de esa belleza de doble cara que nos rodea. Un orden que no mienta ni busque enfrentarnos con la mentira del triunfo, pues el fracaso es la esencia de la vida, y sólo los fracasos nos enseñan. Ser, existir, en la búsqueda de la verdad y la belleza y la contemplación es opuesto a la civilización de la rentabilidad, la eficacia y el productivismo, pues eso favorece todo lo contrario: la fealdad, la destrucción, la esclavitud, lo banal, lo zafio, lo inferior.
Seamos antiproductivistas e ineficaces, ineficaces para el Orden del Mal que impera, y eficaces para el Reino de lo bello, lo bueno, lo lento, lo verdadero.
La espiritualidad, o es inadaptada y revolucionaria, o no es.
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