domingo, 15 de julio de 2018

Reflexiones sobre la era de la telecracia y las movilizaciones dictadas por las autoridades: la guerra, ha terminado

Andaba el otro día meditando sobre chorradas, como casi siempre, recordando una vieja consigna que no logro situar exactamente en el tiempo, años ochenta o noventa, la memoria falla ya en un cuarentón. Este lema,  era el siguiente: "Televisión, manipulación". Viene esto a cuento porque trataba de recordar si lo mortecino de las protestas actuales, sus consignas, sus propuestas, sus metas, habían sido siempre iguales. Si la aceptación de ser un rebaño teledirigido existía desde que tengo memoria.

Y recordé, ya digo, tal consigna, sin ser capaz de situarla en el tiempo, ni de dónde surgió. Sí recuerdo, porque era ya veinteañero, alguna pegatina contra la telebasura, y algunos debates con preocupación de los presentes de hacia dónde se dirigía la televisión. Hoy la telebasura está totalmente aceptada, nos inunda a todas horas, y no se vislumbra la menor protesta social contra ella.

Podríamos decir, sin temor a equivocarnos, que junto a la telebasura se ha creado un nuevo régimen político silencioso, que era lógico que llegara, pues los medios lo permiten: la telecracia. Este nuevo sistema da un paso más en  la brutalización ejercido por la abyecta telebasura , que consistió en normalizar los insultos y la intromisión más absoluta en la intimidad de las personas, los debates de horas sobre la vida de determinadas personas; proyecto de las autoridades que indudablemente contribuye a degradar la condición humana lentamente, gota a gota.

Con la crisis económica y política, surge la necesidad de, para evitar posibles descontentos y revueltas, ante la desafección ciudadana a los viejos partidos, renovar el aparato dirigente, reenganchar e ilusionar a una población, ya constituida-constituidos- en populacho burgués consumista, tras unas décadas de relativa bonanza económica y enterrada salvo en algunas fechas puntuales y consignas para consumo interno de partidos y sindicatos de izquierdas la conciencia obrera, la lucha de clases o el breve espejismo setentero de las luchas autónomas fabriles-y ya sin apenas fábricas tras la reconversión industrial felipista- contrarias a los Pactos de la Moncloa, entierro de toda contestación y antagonismo real con el Orden.

Esta renovación de las ilusiones se hizo a través de la televisión, presentando a dos partidos presuntamente regeneradores o renovadores, para mayor claridad de la jugada, uno por la izquierda, Podemos, y otro por la derecha, Ciudadanos. Nuevas caras, una aceptable para el burgués clásico, tradicional, que no quiere el menor sobresalto. Otro para consumo de la izquierda burguesa populista, jóvenes y talluditos con discursos a veces rebeldes, contestatarios, que apoyando a Pablo Iglesias se sentían revolucionarios, alternativos, opositores del sistema.

Sentimientos que no eran más que un juego ficticio: sus seguidores eran y son, con todos los respetos para los amigos y amigas seguidores de tal personaje, votantes tradicionales de la casta. Descontentos porque el ideal de vivir cada vez mejor económicamente, de poder disfrutar de la vida, se obscurecía 

El podemita representa esa masa que buscaba un Líder, un Partido,  que quitara a los ricos, para hacer revivir la clase media.



Nada hay de contestatario y alternativo en Podemos, sus seguidores y sus votantes: su sueño era un Isidoro 2.0, como dice un buen amigo con talento, sevillano para más señas. Un mesianismo laico, continuador del Felipe González de los 80, ahora  digitalizado. El sueño ha durado muy poco, salvo para los fanáticos: Iglesias y su pareja se han enriquecido en tiempo récord, sin ser capaces ni siquiera de disimularlo frente a sus votantes, que no son para ellos más que una masa de borregos a los que timar.

No hay por qué sorprenderse, ni caben inocencias: eso ha sido, es y será el populismo. Conste, como autocrítica, que yo fui precursor de lo que podemos definir como peste ciudadanista o democratista. 

Pertenecí a Ciudadanos hasta 2009, en que dije adiós. Populista de primera hora, vamos. A destiempo, claro, pues no tuve la menor opción de enriquecerme y chupar del bote, ya que los medios de entonces se decidieron por UPyD, a la que luego abandonaron, por ser menos manejable y meterse con la banca.

Junto a esto, ha hecho su aparición un fenómeno muy inquietante, otra señal más de descomposición social y de evaporación del pensamiento crítico: las movilizaciones dictadas por las propias autoridades. Esto es evidente en dos fenómenos dispares. Uno, el famoso Proces, aquel tinglado, que aún colea y coleará un tiempo, en el que una serie de autoridades inmersas en el saqueo y corrupción típicos del sistema partitocrático, basado en el reparto del dinero público, lograron pasar de causar indignación a concitar la admiración de parte de la población catalana, incluyendo los sectores marginales revolucionarios- perseguidos por tramas falsas- simplemente al sacar de la chistera el independentismo, vistiéndolo de derecho a decidir.

El éxito de este movimiento ha sacado a la luz la realidad: la muerte de la conciencia obrera, del ser un individuo explotado, dominado y alienado, y el triunfo de ese democratismo burgués que se traga la farsa del voto, de que somos ciudadanos iguales en derechos y en deberes. Empoderados, vaya, por usar esa palabreja tan espantosa de moda en los nuevos falsos contestatarios, fenómeno que Miguel Amorós o Corsino Vela llaman la izquierda del capital.

Así el nacionalismo, esa idea nefasta que tanto contribuyó a las guerras y a la destrucción definitiva del movimiento obrero, esta nueva carlistada, es tragada y digerida gustosamente por muchos llamados alternativos, que se convierten en los tontos y tontas útiles del capital y las autoridades estatales, sitas en Cataluña.

El otro movimiento de las autoridades, ha sido el impulso al feminismo. Su crítica es mucho más difícil, pues el virus de la corrección política es tan fuerte, que señalarlo te convierte en un derechista, en un reaccionario. Pero aquí nos la suda la corrección política. Buscamos, acertando o equivocándonos, la verdad.

Y la verdad, por dolorosa que pueda ser para algunos es que la huelga feminista fue apoyada por los medios de comunicación de todo signo, desde la tele pepera, hasta las teles que se presentan de izquierdas-en realidad, se ve claramente que izquierdas y derechas son las dos patas del sistema, éste necesita a ambas, pues necesita crear la ilusión de dos mundos enfrentados, para enfrentar a la población y hacerles creer que una parte de sus títeres están de su parte-.

Y todos sabemos qué son las teles y a quién pertenecen. Por tanto, cuanto menos debería resultar sospechoso que el capital favorezca huelgas. Y lo hace porque, aunque nuevamente esto rechine a los oídos biempensantes,  el feminismo, hoy, es un movimiento puramente institucional, sin más objetivo que las mujeres participen en igualdad de condiciones con los hombres en las tareas de dominar y explotar. Por tanto es un movimiento muy beneficioso para el aparato, o los aparatos que nos gobiernan, favoreciendo, de paso, la destrucción de las relaciones hombre-mujer, doble éxito para ellos, y también reforzar el Estado policial, pues hace pocos hemos escuchado propuestas de condenar los piropos-que ya casi no se oyen- y hasta las relaciones sexuales si una mujer no dice claramente sí, es decir como el viejo nacionalcatolicismo, quiere entrometerse en los asuntos carnales de cada uno.

Es lógico que esto lo apoye la llamada izquierda del sistema. Menos que quienes dicen oponerse a él se traguen el sapo sin la menor mirada crítica.

Pues así estamos en Occidente: el pensamiento revolucionario ha sido enterrado. El pensamiento prosistema, sea cual sea su colorido, ha triunfado. Como decía Franco: cautivo y desarmado el ejército proletario-ya lo sé, he querido cambiar lo de rojo-, han alcanzado las tropas del Estado y el capital sus últimos objetivos. La guerra, ha terminado.




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