viernes, 17 de agosto de 2018

La sabiduría del desierto. Dichos de los padres del desierto del siglo IV

Interesante libro que nos lleva a un mundo hoy olvidado y desconocido. El de los eremitas del siglo IV, aquellos hombres y mujeres que abandonaban las ciudades y marchaban al desierto a encontrarse a sí mismos, a buscar la salvación, lejos de una sociedad con la que no compartían valores, que les convertía en alguien que no eran ellos, sometidos a coacciones que ocultaban la verdadera realidad interior, que desvirtuaba la forma de vida evangélica, pese a haberse declarado el cristianismo religión oficial del Imperio.

La salida buscada era, inicialmente, individual. Y decimos inicialmente porque, en realidad, pese a la imagen típica del ermitaño como individuo aislado de todo y de todos, encontramos que junto al silencio, meditación y oración, necesario para purgarse interiormente, había un tipo de comunidad. 

Peculiar, si se quiere, pero comunidad al fin y al cabo, donde la hospitalidad, la caridad, los consejos, las reuniones ocasionales, la vida en común entre el "abad" y el noviciado, por ejemplo, estaba presente.

Es más, aunque los Padres del desierto practicaban el ayuno y los ejercicios ascéticos, por encima de ellos estaban las buenas obras. No eran por tanto los ermitaños individuos aislados. Comprendieron, de manera lúcida, que para encontrar al prójimo hay que encontrarse a uno mismo, abandonar la vida de las ciudades con sus prejuicios sociales, sus ataduras al que dirán, a las convenciones. Eran, en el fondo, con sus límites y defectos, los viejos eremitas hombres libres, que trabajaban manualmente, vendiendo sus productos en el mercado, y viviendo una vida materialmente muy modesta.

Los Padres del Desierto no se oponían a la nueva Iglesia, pero permanecían alejados de las disputas teológicas, pues eran lo suficientemente humildes para saber que no tiene mucha lógica disputar sobre la naturaleza divina. Ellos buscaban el encuentro personal con Dios, la unión con Cristo en el silencio. Pero tenemos el convencimiento de que si la tradición eremítica se hubiera mantenido, tarde o temprano habría estado en el punto de mira de la Iglesia, como llegaron a estarlo los místicos.

Comprendían los pecados y debilidades humanas, y los más conscientes entre ellos se negaban a condenar al prójimo, incluso a denunciar a quienes les robaban,como sucedía en ocasiones, considerándose pecadores, y buscando devolver mal con bien.

Aunque para muchos el ermitaño sea una figura de la que no se puede aprender nada, una sombra de un pasado inservible y caduco, como un viejo cachivache, a mí me parece todo lo contrario.

En una civilización del ruido, de las prisas, del culto al estar haciendo cosas, entrando y saliendo, el ejemplo de los eremitas es más de actualidad de lo que parece.

También puede servir de ejemplo a quienes hablan de lograr una sociedad convivencial-lo que un viejo y verdadero cristiano llamaría una comunidad de amor-, en el sentido de que contaminados como estamos de falsos valores, de competencia, de tecnología, de egocentrismo, de un falso yo, intentar una aventura colectiva de convivencia y hermandad, es construir la casa por el tejado.

Primero toca el cambio interior, el encuentro con uno mismo, la huida, en la medida de lo posible, del mundanal ruido. Tras ello, viene el encuentro con los otros, la lucha por una nueva sociedad, donde la explotación y la dominación no tienen lugar, pues el otro es un reflejo de uno mismo, no un objeto, como sucede en nuestra civilización decadente.



Si alguna vez el cristianismo quiere volver a su esencia, ser una espiritualidad de amor entre los hombres, de servicio de unos a otros,y por tanto ser punta de lanza de un verdadero cambio social-el capitalismo es incompatible con el ideal del Evangelio- ,  el ejemplo de los Padres del Desierto sería algo a tener en cuenta.

No digo que sea necesario que millones de hombres vayan a los desiertos o a las altas montañas, pues las repeticiones mecánicas no son positivas, pero sí es necesario conjugar el encuentro con uno mismo, buscando el verdadero yo, en un clima de silencio, con el encuentro con el prójimo en pueblos y ciudades. 

Quizás, en algún momento, un nuevo cristianismo renovado tendrá que decir adiós a la reclusión en Iglesias y Monasterios, con sus rituales mecánicos y sus normas moribundas, para constituir pequeñas comunidades , mezcla de silencio y actividad altruista con el resto de la sociedad, que por sus obras logre ser un ejemplo a seguir. Como los padres del Desierto, sin discursos, sin grandes palabras, sin prédicas grandilocuentes y misioneras.

Sólo dando la mano y aconsejando, como los hombres y mujeres libres, y viviendo de su propio trabajo, trabajo también libre.

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