En el Teatro Kamikaze se está representando una obra, de manera sumamente original, por su formato participativo, inspirada en el relato de Ibsen: Un enemigo del pueblo.
Un pueblo decide crear un balneario para hacer llegar el turismo y mejorar el nivel de vida de sus habitantes. Pero el médico del citado balnerario descubre la contaminación de sus aguas. Aquí empieza un debate sin salida fácil entre diferentes posturas: ¿decir la verdad, criticar el sistema, con las consecuencias de dejar al pueblo sin una importante fuente de ingresos, perjudicando a sus ciudadanos?. ¿Creemos realmente en la libertad de expresión?, ¿podemos decir siempre lo que pensamos sobre las cosas, aunque lleguemos a perjudicar a otros, incluso familiares y amigos?.
Distintos personajes representan distintas posturas, planteamiento iniciales honestos y radicales cambian al enfrentarse a la cruda realidad y sus contradicciones: miedo a perder el empleo, por ejemplo. Lo más interesante de la obra es el debate sobre la democracia: ¿debe haber sufragio universal, o los ignorantes y a quienes sólo les interesan sus vidas privadas debería impedírselo?.
¿Es lo que se llama pueblo una masa dañina, capaz de votar lo peor, y traer para todos nefastas consecuencias?. Aquí destacaría que el teatro deja la palabra a los espectadores sobre el voto, sobre la democracia .Yo tengo que decir que estuve a punto de intervenir, pero mi terrible timidez me impidió hacerlo. En mi opinión, todas las posturas escuchadas partían de una falacia: el voto libre.
Dejando aparte el carácter destructivo y dañiño para nosotros del sistema de partidos, máquinas para expoliarnos y dividirnos por todo-muy útil, por tanto, a la clase dirigente y a los nuevos aspirantes a serlo, naranjas y morados-, no hay voto libre. El voto está claramente teledirigido, y por tanto manejado por los medios televisivos del capital. Vamos, que la gente en su gran mayoría vota lo que la mandan. Antes dos opciones, ahora cuatro.
Por tanto una democracia seria requeriría, además de poner fin al sistema de partidos, o si se quiere porque suena más digerible al monopolio de tal sistema, los partidos estatales, salir del Capital, entendido éste como un tinglado mediático-empresarial que maneja nuestras vidas y dirige nuestras conciencias. Lo que supone, de paso, plantear cómo ir saliendo del régimen asalariado.
Proyecto sumamente complicado, pero sólo yendo a la raíz podríamos hablar de democracia. Lo demás, voto universal o restringido, democracia participativa-caldo de cultivo de caudillos-, mixta o mediopensionista es dar palos de ciego, es admitir, queramos o no, lo que nos dicta el régimen.
Esta es la opinión que no me atreví a dar en público. Supongo, claro, que hubiera causado una mezcla de rechazo, estupor y sorna entre los asistentes.
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