sábado, 9 de septiembre de 2023

Oppenheimer

 Brillante película, quizás excesivamente larga, que desarrolla el dilema moral que atormentó a un famoso físico, Oppenheimer, el padre de la bomba atómica. Oppenheimer nos lleva de la mano por la vida del citado científico, desde sus inicios como brillante teórico  de la mecánica cuántica, a sus ideas y activismo izquierdista, considerado molesto y peligroso en los Estados Unidos hasta su inestable vida amorosa, nunca fiel.

Pero la trama se centra en la segunda guerra mundial, cuando se desarrolla el Proyecto Manhattan, en competencia con la Alemania nazi y sus científicos, que también estaban intentando desarrollar una bomba atómica. La película nos muestra a un Robert Oppenheimer entusiasmado y apoyando el desarrollo del arma destructiva para derrotar definitivamente al fascismo. Vemos también las primeras dudas y negativas en algunos de sus compañeros, lúcidos ante lo que suponía abrir la caja de Pandora, así como el apoyo entusiasta de otros.

Sin embargo, tras la prueba mortífera sobre población humana, las dudas empezaron a corroer la conciencia del físico, elevado a la categoría de héroe nacional. La muerte en masa que había abierto su descubrimiento, la carrera armamentística entre Rusia y Estados Unidos, con artefactos capaces de arrasar la vida sobre la Tierra, le atormentaron, llevándole a la duda moral sobre si lo que había contribuido a desatar fue justo o no, duda jamás resuelta y a defender el control armamentístico, oponiéndose al desarrollo de la Bomba H, por ejemplo.



Oppenheimer nos enfrenta al tortuoso camino de la conciencia moral del hombre y mujer de ciencia contemporáneos, una ciencia que parcialmente ha contribuido a hacer del mundo un lugar al borde del abismo, pendiente siempre de la contención de quienes tiene la última palabra sobre si activar o no el botón nuclear, los políticos, los hombres de Estado.

Y es que la ciencia, glorificada como nueva religión en la modernidad progresista, ha inflado la desmesura del mundo reciente y presente, con su extremo desarrollo del poder y su concentración , convirtiéndonos a nosotros, sus desventurados habitantes, en seres que sobreviven pendientes de un hilo, marcados por la sombra de la muerte nuclear de la razón de Estado, que no ha desaparecido, ni mucho menos, como podemos contemplar, con la implosión de la URSS, sino que se ha erguido de nuevo sobre nuestras cabezas.

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