jueves, 4 de diciembre de 2014

¿Por qué no hay una alternativa revolucionaria?


Es común preguntarse el porqué de la inexistencia en un país como el nuestro, arrasado por el paro y con un creciente aumento de la pobreza a todos los niveles, de una revolución, o, al menos, de un movimiento de protestas masivas y continuadas en el tiempo.

La pregunta, para nosotros, está mal formulada. No puede haber revolución sin un movimiento revolucionario, sin una alternativa revolucionaria, al igual que no hay chocolate sin cacao.

Por tanto, el interrogante debe ser este: ¿por qué no se ha desarrollado un pensamiento revolucionario en amplias capas sociales?.

Entre los diversos factores nosotros quisiéramos señalar tres, que podrían explicar algo de la situación de pasividad y resignación.

En primer lugar el triunfo, desde hace muchos decenios, de la mentalidad burguesa o de clase media, en la casi totalidad de la población, sin distinción de credos o ideologías. El movimiento obrero, en sus primeros tiempos y luego, posteriormente, en algunas de sus corrientes que fueron adelgazando rápidamente hasta caer en la marginalidad, como el anarcosindicalismo-por errores propios también- planteaba la creación de valores propios que enfrentar a los de la burguesía, al capitalismo. Entre ellos estaba la solidaridad, la cooperación, el apoyo mutuo, la libertad como no dominación, el internacionalismo como fuerza que oponer a un capitalismo progresivamente mundializado…Esto no quedó sólo en la retórica, pues la clase obrera logró crear en diversos países experiencias prácticas, tales como casas del pueblo, ateneos, cooperativas, cajas de resistencia, grupos culturales, escuelas libres, revistas, prensa, incluso llegaron a producirse huelgas de solidaridad-algo hoy por hoy impensable-, sabotajes de productos considerados nocivos y un largo etcétera.

Todo eso fue paso a paso menguando, especialmente tras la segunda guerra mundial y el éxito temporal del llamado Estado de bienestar, Estado que parecía llamado a liberar a la clase trabajadora de sus penurias sin esfuerzo, a través de un mecanismo vertical. La mentalidad burguesa, basada en la centralidad de lo material, la riqueza, el lujo, el confort, la comodidad, la abundancia de bienes, el progreso infinito-idea que ya se encontraba en el pensamiento socialista decimonónico, especialmente el marxismo-, el pedir a las alturas, frente al esfuerzo horizontal y solidario, el desprecio o, al menos, la consideración de inferioridad del trabajo manual frente al “intelectual” destruyó a la clase obrera y su intento de construir una nueva civilización con otros valores. Triunfó la clase media, o, mejor dicho, la mentalidad de clase media.

Hoy, todo el mundo, o casi todo el mundo, gusta de tirarse los pedos más altos que el culo, y se sitúan en la clase media, aunque muchos no lo seamos, siendo la situación más grave que cuando existía un sector que se reconocía y sentía con orgullo como clase obrera; pues parados y temporales precarios, o trabajadores intermitentes, estamos a la intemperie, sin más apoyo que la familia, al haber destruido la psicología de clase media cualquier lazo solidario de clase o de otro tipo que pudiera haberle sustituido-con la familia, por cierto, reducida de extensa a nuclear, y esta última en proceso de desmoronamiento, esperando que el sistema capitalista-estatal inicie diversos proyectos de ingeniería social para acabar con ella y lograr el trabajador ideal, sometido totalmente al proceso productivo, sin más sueños y sentido que el trabajo asalariado-.

En segundo lugar, y con cierta relación con el tema anterior, está el triunfo de la mentalidad de partido. Se acabó imponiendo en el imaginario colectivo la idea de que un a democracia debe ir unida a un sistema de partidos. Pero el sistema de partidos frente a la democracia de consejos supone la ruptura y división artificial de las clases populares y favorece la creación y renovación continua de una clase dirigente, que enarbola diversas banderas y discursos, algunos supuestamente obreros y populares con los que engañar a la población, si bien es cierto que ésta también gusta de autoengañarse, al fin y al cabo los partidos se sostienen gracias a la gente sometida. Hablábamos de la relación entre los partidos y el movimiento obrero porque el último intento serio de impulsar una sociedad autónoma a todos los niveles, con el trabajo manual como elemento constructor y renovador de la humanidad, o sea los obreros y campesinos, acabó, en gran parte, con el éxito entre ellos de la idea de que necesitaban un o unos partidos que los representaran. Así, los partidos socialista y  comunista, junto con la ingenuidad obrera de acabar por creer en ellos, fueron los sepultureros del socialismo en su sentido primitivo o autogestionario, dando paso a la era de los manipuladores de masas.

La fuerte pervivencia de tal mito, esa creencia mesiánico laica moderna en el partido salvador, que en última instancia va unida al Mesías, que de religioso se convierte en Secretario General, la tenemos en nuestro país en el caso Podemos. Alentado e impulsado por ciertos  medios de comunicación, en nuestra opinión en parte para renovar a una izquierda desgastada y por otra parte en volver a inyectar letales dosis de heroína en el cuerpo social en el sentido de renovar la ilusión en un partido salvador, en un Guía, frenando, con discurso pseudoradical y demagógico cualquier peligro de que surgiera una verdadera alternativa revolucionaria.  Que tales operaciones conciten entusiasmo, curiosa y especialmente en urbanitas y gentes con estudios universitarios ponen de manifiesto que las vanidosas, egocéntricas y engreídas gentes de la modernidad, con toda la información y formación que disponen, con su desprecio al mundo rural y pasado, no están por encima de ellos, y sigue siendo fácil engañarles con cualquier superchería  envuelta en laicismo y que les prometa el paraíso terrenal, en vez de celestial.

En tercer lugar, una causa para nosotros muy importante de la inexistencia de un pensamiento revolucionario serio estriba en el olvido del trabajo asalariado como raíz de la opresión, de la semiesclavitud del mundo moderno. Mientras no se tenga en cuenta la necesidad de lanzar un proyecto que tenga entre sus objetivos básicos estudiar cómo salir del salariado, el sistema de dominio permanecerá eterno.

Existen en la sociedad actual personas y grupos, pequeños, que plantean otros valores, otras formas de ver y entender la vida, que son conscientes de la finitud de la tierra y sus recursos, que sueñan con otra cosa .Pero, de momento, están dispersos y aún siguen, en general, atados, en parte a las viejas y obsoletas mentalidades, con miedo, en el fondo, a parecer radicales y no tener apoyos.


No obstante para nosotros es fundamental que resurja esa alternativa revolucionaria. Alternativa que debe aprender de los errores pasados, como el sectarismo, el fanatismo, la violencia y otros defectos que la lastraron. Y que, junto a unas pocas y claras ideas sea capaz de crear prácticas, como el viejo movimiento obrero. Tal vez, más que plantear una revolución al viejo estilo y soñar con un estallido revolucionario en las calles, cosa que parece muy lejana, si es que alguna vez se produce, tenga que plantearse, esa hipotética alternativa, la creación de comunidades que, sin pretender escapar o aislarse de lo que existe, puedan paso a paso poner en marcha mecanismos de vida, producción, distribución , organización y relacionales diferentes.


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