miércoles, 2 de diciembre de 2015

El Sentido de la Vida


Con retraso, hemos leído un pequeño y bello ensayo filosófico de los años treinta, escrito por el entonces joven médico y militante del movimiento libertario Félix Martí Ibáñez.

Prologado en 2013 por Carlos Luckas y Félix Rodrigo Mora que nos acercan a su doble vida, revolucionaria, intensa y agitada hasta el año 39, en que tiene que exiliarse de España, y posteriormente de éxitos profesionales y ya fuera de toda actividad sindical en Estados Unidos, hasta su fallecimiento en 1972.

El Sentido de la Vida, por encima del ideal anarquista de su autor, es una propuesta de cómo vivir, de lo que Félix consideraba darle a la vida su sentido más elevado y profundo.

Con lenguaje florido y poético, el culto ensayista, miembro por entonces de la Asociación Los idealistas prácticos, desmarcándose de cualquier filosofía vital hedonista o torcidamente epicúrea, la absolutamente dominante en nuestras sociedades y en lo que queda de movimiento obrero y de izquierdismo, tan chata, ñoña , conservadora, destructiva y paralizante, hace una defensa encendida del dolor , el sufrimiento y el combate.

Piensa que éstos van unidos irremisiblemente a la vida humana y que la forma de afrontarlos y vencerlos no es huir de ellos buscando cualquier tipo de evasión en los más bajos goces, sino con la creación. Sin dolor no hay creación, afirma, y utilizando una profunda y acertada frase de Nietzsche leemos una magnífica frase en su libro: “el hombre es un aprendiz, el Dolor es su maestro”.


Queda claro, por tanto, que con el dolor aprendemos, y que cuando buscamos huir de él -como personalmente reconozco que hago y he hecho  durante mi breve vida-,temiendo el fracaso, el daño moral, éste nos alcanza más rápidamente, porque simplemente huimos de la vida, tiñendo a ésta de tristeza, de nostalgia de lo que pudo ser y no fue, de lo no vivido.

En este aspecto la obre de Félix Martí Ibáñez, lejos de ser un libro de autoayuda tan de moda ahora, puede ayudarte sin embargo a abrir los ojos y caminar luchando contra los demonios interiores de nuestra mente, allí donde habitan nuestros enemigos, atormentándonos con sus voces paralizantes en el finito y corto sendero que nos lleva al Vacío sin remedio.

El dolor, por tanto, es base de las obras vitales, y una vida plenamente feliz, en su opinión, sería la de un ser que caminaría estéril, vegetando indiferente. Otro puñetazo al eudemonismo vigente.

Analiza el autor otros temas variados, como las dos reacciones extremas ante la vida: la de los idealistas que viven en su mundo de ensueños, pero alejados de la dura realidad, a la que dan la espalda equivocadamente, y sus opuestos, los realistas absolutos, los pragmáticos tan de moda ahora, quienes en realidad no viven tampoco la verdadera vida, el yo verdadero, esa vida profunda que se esconde en nuestro lago interior, y que anhela otras cosas, aparte de las mezquindades de perseguir alcanzar una buena profesión, un buen sueldo, una buena posición social.

Para nosotros la verdadera vida coincidiría con la del nombre del grupo en el que colaboraba Félix: el idealismo práctico, el que aúna las dos necesidades de la vida. La de la aspiración al bien, la libertad, la belleza, la verdad, lo que él llama El evangelio laico de la fraternidad y el mancharse las manos y los pies, siendo conscientes de que estamos donde estamos, un lugar que en absoluto es el Paraíso Terrenal.

Habría que vivir elevándose a momentos del suelo para atisbar otros horizontes, volviendo rápidamente al terreno, para no cegarse con quimeras o ensoñaciones sin enraizamiento en la realidad terrestre.

Se ensalza el valor del silencio, aquél que permite entenderse mejor a las almas, el momento presente, tal como sostenían los estoicos, filosofía de la que parece mostrarse muy cercana, frente a la obsesión futurista y a la nostalgia del pasado. Elogia incluso al primer cristianismo, a Jesús de Nazaret, a los viejos profetas, a los que considera precursores del anarquismo y el socialismo, con su guerra a la riqueza, defensa de la pobreza y rechazo de los déspotas.

“Vivir es no renunciar a nada más que a sí mismo en cuanto a satisfacciones personales se refiere”. Incluimos esta  frase, ejemplo de la excelsa filosofía vital de nuestro por desgracia desconocido autor, para terminar con el resumen de este  texto tan grande en ideas como pequeño en número de páginas.


Y esperemos que, en algún momento, quienes a lo largo de la historia se han acercado a sostener un Sentido de la Vida de esa calidad espiritual, sean envidiados y elegidos como modelos de vida por las gentes del común. Porque entonces el cambio revolucionario sí sería una posibilidad.

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