Ahora que nos acercamos a una nueva campaña electoral, con
su horripilante sucesión de mítines, demagogia, ataques a otras fuerzas y
autobombo de los logros o supuestos logros , todo ello en un clima ajeno a la
reflexión, convendría hablar de uno de los argumentos usados por los partidos
para sostener su necesidad o utilidad.
Éste es el de la búsqueda del bien común, o de servicio
público, del que todos se llenan la boca en mayor o menor término. Pero, por su
propia naturaleza, estructura y necesidad de competencia el sistema de partidos
no es compatible con el bien común.
No hablo aquí de la bondad o maldad de sus miembros. Como en
toda obra humana, hay luz y tinieblas, es más, acepto que una parte de sus
miembros no se suman a tal o cual partido con la idea de medro personal, sino
por sentirse más cercanos a unas ideas y creer que se puede trabajar por ellas
desde allí. E, incluso, que realmente su Partido reflejaría más certeramente
esa idea de servicio común.
Pero un Partido es una Organización cuyo fin-que lo consiga
o no es otra historia- es la conquista del Poder. Por tanto expandirse, crecer,
desarrollarse, alcanzar más y más espacios de gobierno es esencial. Para
conseguir estos fines no vale la verdad, sólo las medias verdades; es decir
mostrar a la luz las miserias de los oponentes y negar o esconder las propias.
Por tanto el Partido, junto con sus medios de
adoctrinamiento afines y sus simpatizantes especialmente en las redes
sociales-nuevo lugar de difusión de propagandas y mentiras o medias verdades de
las multitudes crédulas y abducidas por unos u otros- amolda la realidad a sus
intereses, usando lo que viene bien de ella y desechando lo que no.
Transformando a la sociedad en un ring donde unos y otros nos damos de puñetazos creyendo estar del lado del bien, cuando no somos más que pobres
monigotes usados por las siglas y los dirigentes de los partidos-y sin cobrar un
euro, gran mérito-, han logrado alejar en la práctica la idea del bien común de
las mentes humanas y la búsqueda de la verdad.
De esta manera son las sociedades las que se convierten en
servidores del bien común… de la clase dirigente de los grupos políticos, en su
búsqueda de alcanzar el mayor poder posible.
El sistema de partidos, por tanto, es incompatible para mí
con el servicio desinteresado , la verdad y, también, la verdadera democracia.
Golpea la libertad de conciencia, anula la reflexión y deliberación propias de
una verdadera democracia por medio del ruido y los altavoces mediáticos,
sustituyendo pensamiento por propaganda o ideología-que en la actualidad ni
siquiera es tal, pues no hay ningún sistema de ideas serio en izquierdas, derechas,
centro y extremos, sino Unidad de Pensamiento con matices-.
Si queremos desarrollar un proyecto que una democracia,
verdad y bien común, este proyecto no puede estar basado en los partidos
políticos-aun admitiendo que será preferible un sistema multipartidista a uno
monopartidista o a un Caudillismo de nuevo cuño que se diga no partidista, de
tipo movimentista, algo difícil de imaginar, pues el Caudillo siempre necesitará
un número de leales bien organizados; aunque no debemos descartar tales intentos de engaños
en el futuro por parte de algunos listillos de turno -, sino en empezar a
imaginar qué tipo de instituciones u organizaciones serían las que favorecieran
el diálogo, el encuentro y el servicio de unos a otros frente al enfrentamiento
artificial promovido para favorecer la hinchazón de los gobernantes y de paso
su enriquecimiento y el de sus diputados, senadores o cargos diversos.
Mirando al pasado cada comunidad puede descubrir los
propios: Concejos, Juntas, Asambleas, Comunas, Municipios Libres… Es decir las
instituciones naturales de autogobierno ahora casi extintas.
Desde ellas podrá reconstruirse una democracia entendida
como autogestión, donde el bien común y la búsqueda de la verdad no están
excluidas como lo están ahora por esos inventos modernos artificiosos que tan dañinos
están siendo para la gran mayoría, salvo al Sistema de dominación, claro.
La democracia debe ser un camino para lograr una creciente adultez
en los individuos. Que éstos sean cada vez más fuertes, individualidades
poderosas, que no egoístas, con una sólida conciencia moral, para acercarse a
otro paisaje, el de la Acracia-la democracia no es un fin, sino sendero a otras
tierras-.
Aquél donde el gobierno exterior se reduce a lo esencial, a
lo mínimo, al igual que las leyes-creadas por la colectividad autónoma- ,tomando su lugar los acuerdos voluntarios y la no coacción. Donde la máxima “no hagas a
los demás lo que no quieras que hagan contigo” sea la piedra angular.
Ahora bien para terminar y que no se me acuse de iluso y
soñador, diré lo que creo que he escrito alguna vez: ¿el futuro más probable?. Pues quizá que quienes manejan los hilos y los
tiempos, en algún momento ,dejen los partidos a un lado y sus luchas de críos,
con las multitudes cada vez más decepcionadas
porque éstos no logran traerles el maná prometido, y se lancen a establecer una
dictadura de nuevo cuño, sin llamarla así, claro.
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