domingo, 8 de mayo de 2016

Las oscuras golondrinas de la lucha de clases y el retorno del viejo mundo

Escucho y leo en diversos medios la noticia de que tres millones de personas han abandonado las clases medias.

Dos mil siete fue el año de mayor porcentaje de población situada en la clase media, a partir de ahí, la crisis, con la destrucción de empleo y el aumento posterior del trabajo temporal, ésta se ha situado en poco más de un 50%, aumentando las clases bajas y decayendo también las rentas más altas.

Todo esto dibuja un futuro poco halagüeño, reforzado por el contrapié  en que pilla a casi toda la sociedad, que aún se maneja con esquemas mentales basados en el progreso continuo, el ernriquecimiento progresivo y la mejora lenta pero constante de la calidad de vida.

Estos datos tampoco deben separarse de la situación mundial, con los vaivenes de las bolsas, la desaceleración de la economía mundial, especialmente de los llamados emergentes y la bajada momentánea de los precios del petróleo, entre otros datos nos indican una más que probable crisis mundial, sumada a la extensión de los conflictos bélicos y el proceso de rearme planetario.

Pensábamos, desde hace decenios, que la sociedad de clases era algo acabado, o al menos muy reducido, que las desigualdades nunca se ensancharían, que el viejo mundo de las peleas entre obreros y burgueses, de la conciencia de clase, el empobrecimiento y la situación de subsistencia mísera de amplias capas de población era eso, viejo mundo. Que siempre seríamos clase media.



Que era suficiente con algunas protestas fragmentadas, especialmente de defensa de lo llamado público, un sindicalismo de pacto que se preocupara de lograr alguna mínima subida salarial, o de las pensiones y votar a los consabidos partidos de izquierdas, para que todo marchara sobre ruedas.

Ahora todo ese imaginario salta por los aires. Con un único colchón protector, pero no por mucho tiempo, de la familia-abuelos con pensiones pronto a su fallecimiento, y padres de cierta edad que aún proceden de épocas de estabilidad laboral-y desaparecidos de momento los viejos lazos solidarios de clase o comunitarios.

Con empleos que ya no garantizarán dignidad ni autonomía individual, en una situación internacional de declive, las ilusiones de que nuevos gobiernos representen a los intereses populares y hagan caer maná del cielo caducarán pronto, como lo ha hecho de manera velocísima Syriza, la gran esperanza y espejo de los sectores populares aún crédulos con los partidos  de la izquierda, esa quinta columna inconsciente del sistema entre la población.



Infestada de la vieja mentalidad burguesa, mesiánica y dirigista, las izquierdas y la gran mayoría de izquierdistas se obnubilan con la superficie de las cosas, culpando en sus ingenuos discursos a los mercados, el neoliberalismo, el bipartidismo o la Constitución del 78-El Régimen del 78, lo llaman algunos bienintencionados,pensando con ello que se sitúan a la cabeza de la radicalidad o la contestación- pero lo esencial permanece invisible a sus ojos, la división dirigentes dirigidos, los Estados-nación, el capitalismo nacional e internacional, cuya esencia es el predominio del trabajo asalariado, con la consiguiente opresión y explotación de la mano de obra y su expulsión al paro cuando vienen mal dadas. 

Invisible o, mejor dicho indiferente, pues en realidad creen en las bases del sistema-el Régimen, usando su palabra- ,sólo consideran que está mal dirigido y podría ponerse al lado del pueblo. 

Lo viejo regresará, y con él posiblemente viejos oficios en proceso de extinción, viejos aparatos o técnicas para calentar las casas o arreglar la ropa, viejas mentalidades de ayuda mutua entre vecinos y, esperemos, que no lo hagan en demasía cosas negativas que asoman la pata, aunque se hable poco de ello, desde los suicidios a la prostitución-último recurso para salir adelante o pagarse por ejemplo los estudios- entre otras cosas.

Lo fundamental, lo que daría más esperanza en esta especie de tren que camina hacia atrás sería el retorno junto con lo malo de lo positivo de otros tiempos: un ideal revolucionario, un retorno de la solidaridad comunitaria, el despertar de una conciencia de clases y el renacer de la lucha de clases, depurada de sus errores pasados. Es decir, negar que algún grupo o partido aspirante al poder pueda volver a usar ese discurso para dominar al pueblo en su nombre, situándose por encima de él.

Por todo ello habrá que trabajar, centrando las escasas energías en un proyecto de transformación que merezca la pena y poniéndose tapones en los oídos ante los cantos de sirenas de las izquierdas cuyas propuestas sólo nos llevarían al naufragio, o a beneficiar a unos nuevos oligarcas, los oligarcas de la era del colapso.

¿Volverán las oscuras golondrinas de la lucha de clases?, ¿o nos hundiremos definitivamente en el fango de la inconsciencia esperando que con votar a éstos o a aquéllos, y después a los de acullá, según vayan fracasando uno tras otro, estaremos salvados porque encontraremos definitivamente a los Buenos?


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