He leído con sumo gusto una pequeña novela de Lev Tolstoi, La muerte de Ivan Illich, donde el legendario escritor ruso, con sus habituales análisis agudos de la condición humana nos enfrenta cara a cara con un tema del que solemos huir, al que solemos esconder en un armario y hacer como que no existe.
La muerte de Ivan Illich relata los últimos meses de vida de un hombre de la alta sociedad, casado y padre de dos hijos, y como es habitual en la obra de Tolstoi, tiene varias lecturas.
En primer lugar la crítica a los convencionalismos sociales, a la fatuidad de las vidas de los burgueses y adinerados miembros de la sociedad rusa .Sus falsos pesares por las muertes ajenas, sus molestias internas por tener que acudir a entierros, funerales y pésames e incluso el pensamiento de que la muerte es algo que sucede a otros, no a nosotros mismos, algo que posponemos para un futuro muy lejano, como si nunca fuera a alcanzarnos.
A continuación viene la lectura individual, no ajena a la primera, pues Ivan Illich es parte de esa sociedad, de esos hombres y mujeres cuya meta es lograr la aprobación y el éxito social y laboral, y, por tanto, acaban adoptando todas esas formas de vida y relación tan superficiales, tan de vivir al gusto de los demás, de disolverse en la masa, de no dar la nota, de no ser uno mismo.
La fuerza del relato estalla en su parte final, cuando el protagonista, en su agonía, mira hacia atrás y descubre que su verdadera vida, su época más feliz, se situó en su infancia. Todo lo demás fue, en realidad, un descenso a los infiernos, a una falsa vida de apariencias, un corromperse por los placeres.
El moribundo se hace consciente de que una vida centrada en la tranquilidad y la comodidad material, no es una vida, y que, en realidad y paradójicamente, el esconder la muerte favorece una vida sin sentido.
Un matrimonio infeliz, una hija a la que estorba el sufrimiento del padre, pueden leerse también como el reflejo de un alma insatisfecha y en búsqueda de la verdad y el más elevado sentido de la vida que fue el pasear por nuestro mundo de Leon Tolstoi, quien murió, como Illich, alejado en su corazón de su familia y de la vida que había llevado-en el caso de Leon, no sólo de corazón, sino lejos, en una habitación de una estación de tren-.
Hablar de la muerte en Navidad, puede causar un gran rechazo, pues se supone que son fechas de alegría, diversión, comilonas y reencuentros familiares.
Pero precisamente porque han perdido estas fiestas su verdadero sentido y se han transformado en algo hueco, donde los verdaderos valores cristianos, que fueron los de Tolstoi, se han disuelto, es cuando debería recordarse que todo nacimiento, tanto el de Jesús de Nazaret como el nuestro, no es más que un viaje a la muerte, y que si somos conscientes de ella, podremos vivir una vida más plena y alejarnos de la banalidad con que nos movemos por el mundo.
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