He tenido el gusto de leer un clásico del cristianismo ortodoxo, Relatos de un Peregrino ruso, que en la práctica se ha convertido en uno de los más bellos textos de la tradición espiritual de la humanidad, con capacidad para trascender cualquier escuela religiosa.
La propia introducción es muy interesante, pues nos sitúa el contexto de la obra, la época en que transcurren los relatos de un peregrino ruso, personaje anónimo del siglo XIX, y la escuela cristiana en la que se sitúa, o la que resulta más afín, que es la hesíaca, aquella centrada en la vida contemplativa, y la oración incesante para lograr la unión con Dios, es decir la que busca la soledad, la calma, el silencio.
El resto del libro nos relata las andanzas de un hombre sencillo, educado en la fe religiosa que pierde todo, casa, mujer y riquezas y que decide lanzarse a los caminos, peregrinando por toda Rusia, siendo enseñado por un maestro en la práctica de la plegaria incesante hacia Jesucristo, actividad inicialmente muy difícil de lograr, debido a las distracciones y la pereza mental, pero que una vez lograda transforman interiormente al protagonista, logrando alcanzar la paz, la alegría y una enorme fortaleza mental que le permite afrontar sin miedo todos los peligros y penalidades que sufre en su vagabundear por la inmensidad de Rusia.
Trabajando a veces, y mendigando un trozo de pan en las aldeas por las que pasa en otras ocasiones, del libro destacan sus conversaciones con hombres de diversa condición, de monjes, a profesores y ermitaños y también gentes de pasado licencioso y amoral, todos o casi todos despertados por diversos motivos al mundo elevado del espíritu; la obra no deja de ser un canto a la esperanza, a la posibilidad de cambio y redención, gracias al Evangelio o textos como la Filocalia, donde se concentran grandes enseñanzas de los primeros cristianos.
El amor al prójimo, el perdón, la compasión,el desapego a los bienes materiales, son enseñanzas de Relatos de un peregrino ruso, que, en lo esencial, coinciden con las mejores tradiciones espirituales y filosóficas.
El libro va contracorriente de nuestra época, de nuestras sociedades occidentales donde todo lo que se refiera a dios o a religión provoca un enorme rechazo, risas o burlas, como algo dogmático, antiguo, reaccionario, de beatas e hipócritas fariseos, frente a nuestras maravillosas vidas de esclavos de placeres y tecnologías varias, dominados de la cuna a la tumba y adoctrinados de la mañana a la noche.
Entiendo que a muchos la obra no guste, o no diga nada, pero personalmente, he disfrutado de la lectura, de la sencillez y a la vez profundidad del protagonista y otros personajes, y, separando el grano de la paja, descubro en el peregrino ruso y sus compañeros de viaje unas personalidades superiores a las nuestras, capaces de enfrentar con paz y una sonrisa los golpes y penalidades de esa vida errante, expuesta a todos los peligros.
Cada vez creo más firmemente que en las viejas tradiciones espirituales de la humanidad, se esconde un tesoro a redescubrir y de gran ayuda para la mejora individual y colectiva.
Al menos, redescubramos el valor del silencio, la oración o la meditación, y el vivir modesta y sencillamente. Con independencia de si somos creyentes, ateos, o agnósticos.
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