viernes, 20 de enero de 2017

Reflexiones sobre el erial contemporáneo

Cuando un servidor observa las diversas reacciones a las múltiples crisis que nos sacuden, no deja de tener la triste impresión de un Déja Vú siniestro: salvando las distancias, con matices, parece que nos sumergimos otra vez en los años veinte y treinta.

Se afirma que el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra, y, por desgracia, parece que es cierto. El tiempo actual, en vez de favorecer nuevos paradigmas, o, puesto que todo está inventado, una mezcla de nuevas y viejas ideas, viejas en el sentido de las tradiciones pasadas que puedan ser positivas o ayudarnos a enfrentar la terrible decadencia que nos cerca, ha decidido deslizarse a lo más obscuro, lo que ya mostró su turbia faz.

Las generaciones adultas, y, lo más triste, también muchos de los escasos individuos que se esfuerzan en analizar críticamente el Orden que nos tiene encerrados  en la Caverna de Platón, vuelven su mirada, sin saberlo, hacia cosmovisiones muy afines a la mussoliniana, por ejemplo.



Es decir ante la situación creada por el capitalismo, que, como en todas sus crisis cíclicas, necesita volver a reactivarse asfixiando a las clases populares, se ha creado una numerosa corriente, a izquierda y derecha, que en vez de afrontar la realidad, ha caído en la ensoñación del Estado-nación y la clase dirigente local como salvadora de los humildes y explotados.

Proteccionismo, aislacionismo, repliegue identitario, rechazo a cualquier construcción supranacional...son creencias cada vez más pujantes. La soberanía nacional aparece como la tabla de salvación, como la única forma bien de protegerse de los movimientos migratorios producidos por los conflictos armados o el hambre, por parte de la derecha populista, o como única forma de democracia, para el populismo de izquierdas-más debil que el primero, que es quien tiene todos los boletos para triunfar-.

Unos y otros viven fuera de la realidad por un lado, y nada han aprendido de la historia, por otro.

Por una parte, la masiva huida de sus países de cientos de miles de personas,por no decir millones,  no podrá frenarse, o reducirse, sin un tipo de política u organización mundial que afronte ese grave problema y esa enorme injusticia que supone que en un mismo mundo haya tal grado de desigualdad.

En un mundo fragmentado en Estados naciones encerrados en sí mismos, jamás se logrará nada en ese sentido, y la gente se agolpará en las fronteras, creando una situación insostenible para todos, por más que se instalen vallas o muros.



Por otro lado, debemos quitar la máscara a la llamada soberanía nacional. La soberanía nacional es la soberanía de los mandamases locales, cuya función es dominar a la propia población y controlarla.

Porque todo Estado-nación es un polvorín, que acumula en su interior todo tipo de armamento y aparatos dispuestos a aplastar, si se da el caso, a la propia población, y, en segundo lugar, el Estado-nación es una forma de organización siempre preparada para la guerra exterior.

Que a tales instrumentos se les siga considerando, después de todo lo que ha caído, baluarte de libertad, paz y democracia, resulta cuanto menos asombroso.

Incluso aunque sólo uno de tales Estados tuviera ínfulas imperialistas, todo ese sueño de sus defensores se vendría abajo como un castillo de naipes.

Es sintomático y llamativo que los movimientos nacionalistas, los antiguos y los actuales, con sus figuras de renombre-la última Trump, o algo antes los del Brexit- pese a su discurso de primero la patria, de teórico repliegue interior, acaban siendo enormemente belicosos o defendiendo una mayor capacidad militar.

Al final su búsqueda del engrandecimiento patrio lleva al rearme, a la belicosidad y , a la mínima, a la conquista o enfrentamiento con otros vecinos.

Vuelvo al ejemplo anterior: ¿alguien se imagina cómo acabaría un mundo dominado por los localistas, nacionalista e identitarios, sin distinción de izquierda y derecha-el fascismo clásico nació de la izquierda y se volvió transversal al poco-, donde cualquier conflicto, fronterizo, de tierras, marítimo o del tipo que sea, no tuvieran instituciones que pudieran mediar?.

Y es que si los neofascistas partidarios del repliegue son coherentes, en su mundo ideal no cabría nada a nivel mundial, pues sería una amenaza a la soberanía. Las consecuencias ante cualquier choque, cabe imaginarlas.

Podemos definir el mundo actual, al nivel del pensamiento, como un erial. Desaparición de la imaginación y búsqueda de vías que mostraron su total fracaso con la Europa de Entreguerras, esa Europa asolada por las guerras y las dictaduras.

Lo triste es que hace cerca de un siglo, un grupo de personas, los constituyentes del llamado movimiento obrero, ya pensaron una respuesta al capitalismo que no pasaba en absoluto por ese refugiarse en el Estado-nación, sino por dar una respuesta global.

Es verdad que en la hora de la verdad, 1914, se fracasó. No lo niego, pero su esfuerzo, lucidez y visión resultaron ser muy superiores a los de generaciones educadas durante años en escuelas y universidades.

Con esto no estoy defendiendo un internacionalismo abstracto, un poner el carro por delante de los bueyes. Se parte de lo cercano, pero se ve a las personas de otros países como compañeros aquejados de la misma opresión, y por tanto es obligado crear una estructura que vaya abarcando la Tierra en su totalidad.

Tampoco niego la necesidad de revisar las propuestas internacionalistas, en qué fallaron, en qué se deben ampliar y renovar para poder enfrentar, o al menos poner palos a las ruedas, de la maquinaria infernal de las tres potencias que tiene al mundo en vilo, y que se sostienen por nuestra pasividad y despreocupación total, por nuestra aceptación de que vivir al borde del precipicio es lo natural.

Lo que sí tengo claro es que la marea populista y nacionalista es un mal mayor que el que supuestamente quiere enfrentar.

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