En nuestro mundo de la corrección política, raro es el que no se etiqueta como progresista. ¿Quién osaría, en estos tiempos, a no reconocerse públicamente partidario del progreso?. Caería sobre él la condena laica, la losa del rechazo, la crítica como reaccionario, como cavernícola.
Como siempre se nos vende una visión del mundo en blanco y negro, o progresista o carca, o bueno o malo, o facha o rojo. De esta manera queda velada la realidad, que es mucho más compleja y sibilina de lo que nos gustaría creer. Porque, al fin y al cabo: ¿en qué está consistiendo en última instancia el progreso, cuál es su objetivo final?. Pues la integración de todos, sin distinción de sexo o tendencia sexual en el aparato de dominación ,que es por tanto esperar el momento para llamar a filas a hombres y mujeres en defensa del bando que toque en la cercana Guerra Mundial cuyos tambores resuenan muy cerca.
Es significativo, por ejemplo, que la meta que se nos vende para demostrar que hay igualdad entre hombres y mujeres, sea que estas últimas estén en puestos de poder y mando, por ejemplo, y en casos extremos hacernos ver que un poder femenino sería preferible al masculino, es decir que las mujeres en posición de mando serían mucho más humanas que los tíos, con perdón de la expresión castiza, lo cual, podría ser verdad en unos casos pero no en otros.
Integración de hombres y mujeres para la guerra, integración de todos en la máquina trituradora asalariada-que por otra parte cada vez expulsa a más gente de su seno, dejándola en la peor situación del paro o incluso reduciendo salarios y creando multitudes con sueldos magros y sin posibilidad de llevar una vida digna-, es la meta.
Por tanto debería sernos evidente que tanto el llamado conservadurismo como el llamado progresismo son juegos del Poder para distraer a la gente y dividirla, otro elemento, el de la división social, característico del progresismo y de los tiempos modernos.
Frente al progresismo hay que oponer el radicalismo, en su verdadero sentido, que no es tampoco el que usan conservadores y liberales para etiquetar partidos y opciones impulsados para neutralizar la rebeldía y las ideas revolucionarias, a través del uso televisivo de diversas figuras y partidos políticos que gastan verborrea sin más, sino radical en el sentido de ir a la raíz .
E ir a la raíz es pensar como derribar el sistema de dominio, desenmascarar sus tácticas, especialmente las más peligrosas por su canto de sirenas, que es la izquierdista y sus carteles luminosos: feminismo de Estado, centralidad de un discurso de defensa de minorías, que en realidad sólo busca su integración en el Régimen-lo que no quita que haya que apoyarlas, pero para integrarlas en la lucha contra el sistema- y que está provocando el ascenso de la derecha populista, que usa a las olvidadas clases obreras blancas en su beneficio, elogio del sistema asalariado para todos, en vez de plantearse su superación, tanto para hombres como para mujeres.
Pero ese radicalismo así entendido, debe sostenerse en lo positivo del pasado y del presente. Frente a la lenta destrucción y decadencia de las formas de convivencia natural, de sociabilidad, que nos arrastran a una vida de soledad forzosa, incomprensión y lucha de todos contra todos, hay que defender el asociacionismo, las fraternidades, la familia, es decir la creación de todo tipo de núcleos que favorezcan el ascenso de individuos y sociedades cada vez más fuertes y unidos frente al Poder, que puedan tener capacidad en un futuro ,por desgracia lejano, para reconstruir todo.
Es en ese sentido en el que no tengo temor a declararme, aunque cada vez me gustan menos las etiquetas, como libertario conservador. Lo positivo de la tradición y lo positivo de un nuevo pensamiento y movimiento revolucionario que busque la autonomía de la sociedad deben ir de la mano.
Ni conservadores ni progresistas: que no nos engañen ni nos hagan elegir entre dos trampas para ratones.
Perseverar en el camino espiritual o el libertario conduce irremediablemente al desprendimiento de cada una y todas etiquetas. LLegados a un punto, catalogarse de ésto o de aquello carece de sentido alguno. Es mas, el verdadero y único ejercicio revolucinario posible es la desobediencia activa de lo catalogado, etiquetado, definido, dogmatizado...
ResponderEliminarEstoy de acuerdo, pero la palabra libertario me parece muy bella y a veces me gusta usarla. Y por otra quería hacer entender mi posición. Un saludo
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