jueves, 22 de febrero de 2018

La forma del agua

Esta original historia de Guillermo del Toro, con numerosas lecturas que van más allá de la historia de amor loco, rompedor de todo esquema, de toda normalidad, nos sitúa en los primeros años sesenta, en plena Guerra Fría y en los inicios de los movimientos sociales de protesta de los negros para lograr la igualdad con los blancos.

En ese contexto se juntan unas limpiadoras de un laboratorio secreto del gobierno, negra una, y muda la otra, la protagonista principal, amiga a su vez ésta de un artista homosexual, tan solitario como ella, dos almas gemelas. Y es trabajando en ese laboratorio secreto cuando descubren un ser anfibio, pero bípedo, secuestrado en el amazonas por agentes norteamericanos, en torno al cual se origina todo un enfrentamiento entre dos posturas: la de quienes pretenden salvarlo, considerando que es la actitud correcta, humana en una palabra, y la de quienes quieren matarlo e investigar con él.



Espías rusos, personajes solitarios, marginados, enfrentados a las autoridades pero dotados de un fuerte sentimiento de amistad, de comprensión por esa vida en las sombras, en el silencio, en la obscuridad de los últimos de la sociedad, en el humanitarismo frente a los bloques y a los poderosos. El amor imposible, pero que se hace real y carnal, el arriesgar la vida, el jugárselo todo sin importar las consecuencias.

Hay algo, sin embargo,que, para mí, le hace perder puntos a la película. Y es un final que creo que no es el que tocaba, una trampa o autoengaño bienintencionado del director. No voy a destriparlo, por si alguien lee este texto y va a ver a la película. Pero si acuden, quizás entiendan o compartan esta última opinión. O no. Cada cual es libre de opinar.

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