He querido dejar pasar un tiempo prudencial para opinar sobre el caso de la llamada Manada, aquél grupo de jóvenes acusados de violar a una chica. No voy a opinar sobre la sentencia judicial, pues ni estuve en el juicio, ni por tanto he podido visionar la grabación del móvil, sin los cuáles no me siento con capacidad de dictar sentencia, por más dudoso que me resulte la posibilidad de aceptación voluntaria por parte de la chica de un encuentro sexual con cinco hombres, como sostenía uno de los jueces. Para eso está la justicia, y malo sería que nos convirtiéramos también en manada enfrentada a la tristemente célebre manada de marras.
Sobre lo que yo quería reflexionar era sobre qué puede llevar a hombres jóvenes, habitantes de una sociedad que se dice libre y abierta en relación al sexo, o al menos eso vende, a actuar de esa manera, es decir a considerar natural relacionarse sexualmente usando la coacción, la fuerza del grupo. Y por encima del machismo, que no niego, sino que creo que es un concepto algo limitado, tendríamos que plantearnos qué idea de libertad se ha impuesto, y si no se ha producido una banalización del sexo y una hipersexualización en la sociedad.
En mi opinión el concepto de libertad que recorre el cuerpo social no ha logrado vincularse a la responsabilidad individual, al autogobierno de los impulsos e instintos, sin los cuales no hay verdadera libertad, sino que parece ir unido al "libre" curso de los instintos y los impulsos, una especie de "Haz lo que quieras", algo que requiere una precondición sin la cual esa expresión puede desembocar en actos negativos. Y tal precondición para poder hacer lo que queramos sin que eso traiga consecuencias nefastas es apegarse a una sólida conciencia moral, a una ética individual fuerte.
Pero esa idea de libertad como hedonismo, como persecución de los placeres corporales, hinchado con la consiguiente banalización del sexo e hipersexualización de la sociedad, que empieza ya en la infancia, y que vemos en cines, televisiones y teatros, así como en revistas y marquesinas, es caldo de cultivo para que jóvenes como los citados más arriba, y no son caso único, banalizando el sexo, banalicen a las mujeres. Y es que la banalización del acto sexual implica la banalización de las personas, que de personas se transforman en objeto para uso y disfrute.
De aquí viene, para mí, el caldo de cultivo de tales actuaciones, y la aparente contradicción de un actuar en algunos jóvenes, cuando se supone que vivimos en una sociedad más igualitaria que defiende la igualdad entre hombres y mujeres, y el respeto al llamado sexo opuesto.
Probablemente la actuación de fondo para prevenir estos comportamientos deshumanizadores estriba en lograr que se vincule la libertad a la responsabilidad, la empatía y el autocontrol, elevando la moral al lugar que le corresponde. Y situando el sexo en el sitio que también le corresponde: ni condenarlo, ni elevarlo a un pedestal,como ahora, introduciéndolo en todo y quemando la infancia antes de tiempo.
Porque una sociedad libre será aquella que, en ese terreno, el individuo dará a la sexualidad la importancia que él o ella realmente sientan: para unos será mucha, y para otros poco o nada. Y no sucederá nada, porque nadie, ni las autoridades ni la presión social, marcarán lo que debe decir o vivir una persona en relación a su vida sexual, o a la ausencia de ella.
No hay comentarios:
Publicar un comentario